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Leandro Díaz es único e irrepetible

Un verdadero artista, librepensador, de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la vida.

Leandro Díaz es único e irrepetible

Leandro Díaz es único e irrepetible

Por: José

@el_pilon

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El pasado 20 de febrero se celebró el natalicio 97 de Leandro Díaz Duarte (1928-2013), sublime maestro-compositor del canto vallenato. Un verdadero artista, librepensador, de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la vida.

Leandro era soñador y apasionado lector de silencios, de sombras, de sonidos y de símbolos. Desde muy niño, la tía Erótida le leía cuentos y le cantaba versos. Cuando la circunstancia lo alejó de su tía, en sus ratos de silencio buscaba a alguien para que le narrara historias, le declamara poesías y le respondiera interrogantes. Solía decir que los conocimientos fortalecen la mente y la memoria no solo sirve para guardar información, sino también para estimular la creación. Cómo intuía que su vida era la música, desde aquella noche de su infancia en la finca “Los Pajales”, mientras dormía escuchó una voz que le dijo que se fuera, que su futuro no estaba ahí; y como en profecía bíblica, sale cual peregrino que lleva consigo la luz interior de la esperanza. Su primera estación es Hatonuevo, en donde gana los primeros pesos cantando en una parranda. Y prosiguen sus estaciones: Tocaimo, Codazzi, San Diego y Valledupar.

Decía Leandro: “Uno debe poner su vida en todo lo que hace, para que todo salga bien”. Su condición de invidente le impidió concentrarse en imágenes visuales, pero en cambio desarrolló otras capacidades sensoriales, hasta el punto de alcanzar un alto grado de sinestesia, que le permitió percibir una mixtura de impresiones mediante los sentidos; por eso pudo describir los colores del viento, la sonrisa de la sabana, los secretos de los sueños y la tristeza de los árboles. Sumergido en soledades, meditaba en las cosas materiales y espirituales, y de tanto pensar las transformaba en canciones. Esto lo plasmó en uno de los versos de su canción ‘Tres guitarras’: “Colombia sabe que tiene un compositor/ que solo canta después que logra pensar”.

Alberto Salcedo Ramos, en el libro ‘Diez juglares en su patio’ (1991), incluye una entrevista a Leandro, y entre sus reflexivas respuestas: “En mi caso, la ceguera ha sido también una forma de música. Le pongo un ejemplo: aquí, en mi casa, se va la luz a cada rato. A veces se va de noche, y entonces mi mujer y mis hijos se pierden, no encuentran los rumbos de la casa. Tengo que levantarme a resolverles el problema. Ellos se pierden porque han vivido en el mundo de la luz. En cambio yo tengo que crear mi propia luz y tener dentro de mí los caminos de la casa”. La sensatez de meditar las estaciones del camino y el tamaño de las distancias, para transitar seguro y evitar las caídas, le proporcionaba la importancia de la precisión en la medida. Y este concepto lo aplicaba en la métrica de los versos, “porque la medida es básica en la armonía musical”.

Leandro Díaz es único e irrepetible. Su magnífica obra musical no admite comparaciones. Leandro es Leandro. No se parece a nadie, y nadie se parece a él. Nunca se dejó tentar de la ligereza de plagiar versos y melodías ajenas. Las nuevas generaciones de compositores vallenatos deben aprender del maestro Leandro, además de su sencillez y generosidad, la riqueza poética y musical de sus canciones.

Por José Atuesta Mindiola

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