Desde los asomos de la época paleolítica los fósiles demuestran que la Península Ibérica fue punto de tránsito en las migraciones de pueblos nómadas que tras la caza y la pesca confluían del norte africano y del resto de Europa continental.
Desde los asomos de la época paleolítica los fósiles demuestran que la Península Ibérica fue punto de tránsito en las migraciones de pueblos nómadas que tras la caza y la pesca confluían del norte africano y del resto de Europa continental.
Fue la posición geográfica determinante en estas migraciones del pasado, por ser la Península una esquina del mundo.
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Numerosos Vestigios del hombre primitivo se han encontrado allí como el cráneo femenino de Gibraltar, el maxilar petrificado de Bañolas y manifestaciones del arte pictórico de la cultura magdaleniana que dominó la región cantábrica como lo revelan las cuevas de Altamira, en Santander, así como en Alcañiz, Alpera y Minateda.
Otras pruebas de comunidades prehistóricas lo atestiguan los monumentos megalíticos (dólmenes y menhires) en diversos lugares, y también un muestrario de las edades de bronce y de hierro, en periodos más cercanos.
Entre las primitivas lenguas habladas allá se encontraban los dialectos de los pueblos cántabros, vetones, astures, entre otros, aparte del vascón o vasco cuyo origen y procedencia se discute, pues mientras algunos concluyen afirmando su descendencia de los primitivos íberos, otros señalan que fue un grupo procedente de África, asentado en las zonas periféricas de los Montes Pirineos. Para justificar tal aserto indican que los vascongados han hablado un dialecto distinto al de los pueblos íberos.
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En lo que dice relación a este pueblo íbero, hay quienes dan por sentado que tal gentilicio se debe a que fue un pueblo venido de tierra de bereberes. Para otros la denominación ‘íbero’ se debió a la particularidad que tenían de construir sus viviendas sobre la orilla de los ríos, a varios de los cuales dieron el nombre de ‘iber’ que en su dialecto significa río, como ocurrió con el Ebro. Según este último, la denominación de íberos no fue por su procedencia, sino por su condición de habitar en las riberas de los ríos.
Sin embargo, habría que establecer si el vocablo fue tomado de ciertos pueblos germanos, como los anglos, pues en ellos la palabra “river” también significa río, o de las lenguas primitivas de la península itálica como es el caso del río Tiber.
Volviendo sobre los pueblos vascos, se han encontrado, además, analogías entre su lengua “vascuence” y la de los antiguos etruscos (de Etruria, pueblo que habitó el centro de Italia) y algunos dialectos americanos. El vascuence ha tenido influencia en nuestro idioma. Así son de tal origen: boina, sapo, urraca, alud, chatarra, aquelarre, laya, risco, alpargata y abundantes apellidos como García (harz, oso) Ochoa (octo, lobo).
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Los fenicios establecieron colonias en la península ibérica, quizás hacia el siglo XV antes de nuestra era. En el país de Tharsis fundaron a Gader (Cádiz). Con el comercio difundieron parte de la cultura, como el alfabeto que habían inventado. Cítara, barca, escalón, son palabras de origen fenicio.
Los cartagineses llegaron a España en el siglo XI a.C. en auxilio de los fenicios, de los cuales eran sus descendientes, quienes se encontraban hostigados por los pueblos tartesios. Fundaron su capital en Cartago Novo (hoy Cartagena), imponiendo su dialecto llamado púnico (de phaenicus, fenicio) por ser derivado de aquella lengua.
Siete siglos a.C., por los Pirineos entraron los ligures que desde el sureste de la Galia y de Lombardía provenían y, poco después los celtas, que ocuparon el centro y oeste de la Península. Parte de este pueblo con el tiempo se fusionó con los íberos, dando origen al pueblo celtíbero, con un idioma propio e independiente de otras tribus celtas e íberas, que aisladamente conservaron su lengua primaria. Son célticas las palabras: rosca, cerveza, menhir, trapo, whisky, vasallo, zafiro. Íberas: páramo, tordo, vega. Celtíberas: rancho, rata, bardo.
Por aquellos tiempos llegaron los griegos, quienes realizaron merodeos comerciales y asentamientos humanos como Ampuras, Rosa y Denia en la península ibérica.
Este idioma tuvo influjo con la incorporación de innúmeras palabras, en virtud de la ocupación territorial, y a través del comercio, siglos después, durante el medioevo o por intermedio del latín, el árabe y el godo, idiomas estos últimos también nutridos en vocablos griegos. Así por el latín culto llegaron a nuestro idioma las siguientes palabras de origen griego: drama, escena, filosofía, gramática, biblioteca, tragedia, etc. También el latín fue el medio para hacer llegar al castellano voces griegas de carácter eclesiástico como cisma, exorcismo, diablo, mártir, paraíso.
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Casi todos los idiomas modernos retoman raíces griegas para formar nuevas palabras técnicas y científicas llamadas neologismos, que, desde luego, no existían en la época de la antigua Grecia, así tenemos: periscopio, kilogramo, escanografía, teléfono, televisión, telescopio.
Poco antes de la ocupación romana a la vieja Iberia, existieron cuatro idiomas básicos, además de los dialectos derivados de aquellos. El vascuence en las regiones vascongadas; el íbero en las zonas que actualmente ocupan Valencia, Cataluña, Andalucía y Aragón; el celta en Cantabria, Austrias, Galicia, Portugal y Extremadura; el celtíbero en la parte céntrica y, en gran parte de la costa mediterránea, el griego.
Ante el empuje de las huestes romanas, estos pueblos después de dos centurias de resistencia van cayendo bajo el dominio de aquellas y la lengua latina fue extendiéndose hasta lograr una cobertura casi general.
Aquí nos parece oportuno hacer una distinción entre el latín clásico o literario y el latín vulgar. El primero fue hablado por ciertas capas sociales cultas y el segundo por el pueblo y la soldadesca romana que colonizó a través de la guerra a las provincias que constituyeron el Imperio. Este latín vulgar tampoco debe confundirse con el bajo latín de la Edad Media, que fue una alteración del latín clásico.
El latín “vulgar” se va fusionando con los vocablos terrígenos de las naciones conquistadas para dar vida lenta pero progresiva a las llamadas lenguas romances (francés, castellano, rumano, italiano, portugués, catalán). El castellano extrajo del latín más de dos tercios de sus voces, así como su armazón morfológica.
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Después de la dominación romana en España, que duró más de seiscientos años (205 a.C. – 414 d.C.) y terminara por las invasiones de los pueblos bárbaros (de barbari, extranjeros) o también denominados germanos (de werman, hombres de guerra), toma nueva fisionomía parlante la Península con el establecimiento de otros pueblos.
Los vándalos cubrieron lo que después llamarían Andalucía y después de derrotados pasaron a África; los suevos se posesionaron de la zona que corresponde a Galicia, Austrias y Cantabria; a los alanos les correspondió los territorios comprendidos entre el Atlántico y el Mediterráneo.
Los visigodos que se habían establecido en Gathalaunia (hoy Cataluña) vencieron en una etapa posterior a los pueblos alanos y los suevos, quienes hasta el año 585 a.C. habían logrado sostener un reino independiente en el norte del territorio español.
Dueños los visigodos de la mayor parte de la provincia española, no hubo fusión, al menos en los primeros tiempos de su poderío, con los pueblos hispanorromanos, por prejuicios religiosos.
Estos eran católicos y aquellos arrianos (cristianos de la secta del obispo Arrio que negaba la divinidad de Cristo), hasta cuando Recadero, rey visigodo, en el Concilio de Toledo (586 d.C.), apostata de sus creencias y se convierte al catolicismo, adoptando al latín como lengua oficial de sus estados y de la Iglesia. La monarquía de los visigodos dura hasta el año 711 de nuestra era, cuando el último de sus reyes, don Rodrigo, perece en la batalla de Guadalete, ante las hordas árabes que habían iniciado la “guerra santa” del Islam.
Fueron abundantes las palabras godas que en el hacer idiomático quedaron incorporadas. Tenemos: ganso, ataviar, tapa, tregua, morganático; y muchos nombres propios como Álvaro, Bermude, Jimeno, Ramiro, de donde se derivaron apellidos como Álvarez, Bermúdez, Jiménez, Ramírez.
A través del latín llegaron hasta el castellano otras expresiones de origen germano como guerra, heraldo, bosque, danza, bandera, yelmo, albergue, etc.
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En el año 711 d.C., los árabes desde el norte de África y por el estrecho de Gibraltar (de gib al Tarik o peñón de Tarik), nombre de su caudillo, iniciaron la conquista del reino visigodo de España. La batalla de Guadalete les aseguró el dominio con la derrota del rey don Rodrigo, permaneciendo allí por ochocientos años.
Durante este periodo surge el califato de Córdoba, centro cultural del mundo de la época. Como política de convivencia, los árabes permitieron que los nativos españoles que quedaron dentro de sus dominios siguieran practicando sus costumbres (fueron los llamados mozárabes) y a medida en que la reconquista iba arrebatando territorios a los conquistadores islamitas, aquellos mozárabes rescatados conllevaron muchísimas palabras que por su uso terminaron haciendo parte del idioma español. Resaltamos que después del latín, el idioma árabe fue el que más vocablos introdujo, entre ellos tenemos, por decir algunos: coime, abalorio, jabalí, almíbar, cala, aljibe, fanega, almohada, alcalde, mojarra, álgebra, alboroto, albañil, etc.
La diáspora (voz griega que significa dispersión) ocurrió setenta años después que Tito, general romano, ejecuta la total destrucción de Jerusalén y persecución del pueblo judío por una sublevación de estos contra el Imperio. Desde ese entonces los hebreos se dispersaron por el mundo conocido, radicándose muchos en España, en donde por siglos convivieron con las gentes del país, hasta cuando meses antes del descubrimiento de América, Isabel la Católica ordenó la expulsión de ellos.
Así muchos vocablos judíos fueron asimilados, como jubileo, querubín, sábado, edén, aleluya, amén, rabino, abate, etc.
Efectuada la conquista española en América, donde se hablaba innumerables dialectos aborígenes, dio un abundante flujo de palabras que pasaron a enriquecer aún más el castellano, de donde se trasladaron a otros idiomas del mundo.
A pesar de la destrucción masiva de las culturas americanas, de los dialectos guaraní y tupi se conservan las siguientes que traemos a manera de ilustración: maraca, ananás, tucán, mandioca, tapir, catinga, tiburón. Del quechua son: cancha, mate, cóndor, loro, porotos, gaucho. Del náhuatl: chicle, cacao, jícara, guacal, zapote, pulque, aguacate, achiote. De los dialectos caribe: huracán, bejuco, caimán, colibrí, guajiro, guayaba. Del aimara son: alpaca, quijo, quena.
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Muchos pueblos negros de diferentes culturas y dialectos influyeron con sus mitos, leyendas, ritos y costumbres. A pesar de su total sometimiento físico y cultural se hicieron presente en otro torrente de palabras. Así los yolofos, carabalíes, angolas, bantúes, minas, congos (distintas tribus americanas que fueron objeto del vergonzoso comercio esclavista en América), aportaron voces que definitivamente nos quedaron, como cachimba, musengue, cancamán, biche, guarapo, cacimba, cabungo, guandú, zungo, tanga, cumbia, etc.
Por la superación de las barreras geográficas y de comunicación en el mundo de hoy, los idiomas modernos extraen vocablos tomados de otros. Nuestro idioma, por ejemplo, ha asimilado del alemán varias palabras, entre las que destacamos las siguientes: níquel, buril, brida, lacayo, barrullo. Del inglés: dril, droga, noquear, cheque, club, linchar. Del francés: chofer, cable, bisturí, chaqueta, cupón, bayoneta, chantaje. Del japonés: kaki, samurái, kimono. Del portugués: barahúnda, chumacera, gachupin. Del italiano: carroza, ocarina, batuta, bolsa, gaceta, camorra, cicerone.
En cada idioma cada palabra es una historia. En el nuestro, ellas nacieron en edades metidas en la noche del pasado y en lugares de realidades desiguales. Así debieron irse formando sus raíces en el remoto pasado dentro del vientre de la caverna familiar; en torno al dolmen o la pira ritual en las ceremonias de dioses y demonios de los druidas celtas; bajo las jarcias de la barcaza mercader de abalorios fenicios; en los adoquines del ágora y en el frontispicio de alguna ilustre academia griega; entre las brutalidades de la guerra, la inteligencia de la literatura y el derecho romano o en el pregón religioso del púlpito cristiano; sobre los crines de los potros vándalos; en el desentono del almuacín llamado a la oración desde el minarete de alguna mezquita agarena; en los bohíos ateridos, plantados sobre los ventisqueros del espinazo andino o en la acuarela bullente del Caribe; en la fronda alucinante de África.
Por eso nuestro idioma es sonoro, expresivo y universal.
Casa de campo Las Trinitarias, (Minakálwa) La Mina, Territorio de la Sierra Nevada, abril 8 de 2020.
Por: Rodolfo Ortega Montero
Desde los asomos de la época paleolítica los fósiles demuestran que la Península Ibérica fue punto de tránsito en las migraciones de pueblos nómadas que tras la caza y la pesca confluían del norte africano y del resto de Europa continental.
Desde los asomos de la época paleolítica los fósiles demuestran que la Península Ibérica fue punto de tránsito en las migraciones de pueblos nómadas que tras la caza y la pesca confluían del norte africano y del resto de Europa continental.
Fue la posición geográfica determinante en estas migraciones del pasado, por ser la Península una esquina del mundo.
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Numerosos Vestigios del hombre primitivo se han encontrado allí como el cráneo femenino de Gibraltar, el maxilar petrificado de Bañolas y manifestaciones del arte pictórico de la cultura magdaleniana que dominó la región cantábrica como lo revelan las cuevas de Altamira, en Santander, así como en Alcañiz, Alpera y Minateda.
Otras pruebas de comunidades prehistóricas lo atestiguan los monumentos megalíticos (dólmenes y menhires) en diversos lugares, y también un muestrario de las edades de bronce y de hierro, en periodos más cercanos.
Entre las primitivas lenguas habladas allá se encontraban los dialectos de los pueblos cántabros, vetones, astures, entre otros, aparte del vascón o vasco cuyo origen y procedencia se discute, pues mientras algunos concluyen afirmando su descendencia de los primitivos íberos, otros señalan que fue un grupo procedente de África, asentado en las zonas periféricas de los Montes Pirineos. Para justificar tal aserto indican que los vascongados han hablado un dialecto distinto al de los pueblos íberos.
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En lo que dice relación a este pueblo íbero, hay quienes dan por sentado que tal gentilicio se debe a que fue un pueblo venido de tierra de bereberes. Para otros la denominación ‘íbero’ se debió a la particularidad que tenían de construir sus viviendas sobre la orilla de los ríos, a varios de los cuales dieron el nombre de ‘iber’ que en su dialecto significa río, como ocurrió con el Ebro. Según este último, la denominación de íberos no fue por su procedencia, sino por su condición de habitar en las riberas de los ríos.
Sin embargo, habría que establecer si el vocablo fue tomado de ciertos pueblos germanos, como los anglos, pues en ellos la palabra “river” también significa río, o de las lenguas primitivas de la península itálica como es el caso del río Tiber.
Volviendo sobre los pueblos vascos, se han encontrado, además, analogías entre su lengua “vascuence” y la de los antiguos etruscos (de Etruria, pueblo que habitó el centro de Italia) y algunos dialectos americanos. El vascuence ha tenido influencia en nuestro idioma. Así son de tal origen: boina, sapo, urraca, alud, chatarra, aquelarre, laya, risco, alpargata y abundantes apellidos como García (harz, oso) Ochoa (octo, lobo).
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Los fenicios establecieron colonias en la península ibérica, quizás hacia el siglo XV antes de nuestra era. En el país de Tharsis fundaron a Gader (Cádiz). Con el comercio difundieron parte de la cultura, como el alfabeto que habían inventado. Cítara, barca, escalón, son palabras de origen fenicio.
Los cartagineses llegaron a España en el siglo XI a.C. en auxilio de los fenicios, de los cuales eran sus descendientes, quienes se encontraban hostigados por los pueblos tartesios. Fundaron su capital en Cartago Novo (hoy Cartagena), imponiendo su dialecto llamado púnico (de phaenicus, fenicio) por ser derivado de aquella lengua.
Siete siglos a.C., por los Pirineos entraron los ligures que desde el sureste de la Galia y de Lombardía provenían y, poco después los celtas, que ocuparon el centro y oeste de la Península. Parte de este pueblo con el tiempo se fusionó con los íberos, dando origen al pueblo celtíbero, con un idioma propio e independiente de otras tribus celtas e íberas, que aisladamente conservaron su lengua primaria. Son célticas las palabras: rosca, cerveza, menhir, trapo, whisky, vasallo, zafiro. Íberas: páramo, tordo, vega. Celtíberas: rancho, rata, bardo.
Por aquellos tiempos llegaron los griegos, quienes realizaron merodeos comerciales y asentamientos humanos como Ampuras, Rosa y Denia en la península ibérica.
Este idioma tuvo influjo con la incorporación de innúmeras palabras, en virtud de la ocupación territorial, y a través del comercio, siglos después, durante el medioevo o por intermedio del latín, el árabe y el godo, idiomas estos últimos también nutridos en vocablos griegos. Así por el latín culto llegaron a nuestro idioma las siguientes palabras de origen griego: drama, escena, filosofía, gramática, biblioteca, tragedia, etc. También el latín fue el medio para hacer llegar al castellano voces griegas de carácter eclesiástico como cisma, exorcismo, diablo, mártir, paraíso.
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Casi todos los idiomas modernos retoman raíces griegas para formar nuevas palabras técnicas y científicas llamadas neologismos, que, desde luego, no existían en la época de la antigua Grecia, así tenemos: periscopio, kilogramo, escanografía, teléfono, televisión, telescopio.
Poco antes de la ocupación romana a la vieja Iberia, existieron cuatro idiomas básicos, además de los dialectos derivados de aquellos. El vascuence en las regiones vascongadas; el íbero en las zonas que actualmente ocupan Valencia, Cataluña, Andalucía y Aragón; el celta en Cantabria, Austrias, Galicia, Portugal y Extremadura; el celtíbero en la parte céntrica y, en gran parte de la costa mediterránea, el griego.
Ante el empuje de las huestes romanas, estos pueblos después de dos centurias de resistencia van cayendo bajo el dominio de aquellas y la lengua latina fue extendiéndose hasta lograr una cobertura casi general.
Aquí nos parece oportuno hacer una distinción entre el latín clásico o literario y el latín vulgar. El primero fue hablado por ciertas capas sociales cultas y el segundo por el pueblo y la soldadesca romana que colonizó a través de la guerra a las provincias que constituyeron el Imperio. Este latín vulgar tampoco debe confundirse con el bajo latín de la Edad Media, que fue una alteración del latín clásico.
El latín “vulgar” se va fusionando con los vocablos terrígenos de las naciones conquistadas para dar vida lenta pero progresiva a las llamadas lenguas romances (francés, castellano, rumano, italiano, portugués, catalán). El castellano extrajo del latín más de dos tercios de sus voces, así como su armazón morfológica.
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Después de la dominación romana en España, que duró más de seiscientos años (205 a.C. – 414 d.C.) y terminara por las invasiones de los pueblos bárbaros (de barbari, extranjeros) o también denominados germanos (de werman, hombres de guerra), toma nueva fisionomía parlante la Península con el establecimiento de otros pueblos.
Los vándalos cubrieron lo que después llamarían Andalucía y después de derrotados pasaron a África; los suevos se posesionaron de la zona que corresponde a Galicia, Austrias y Cantabria; a los alanos les correspondió los territorios comprendidos entre el Atlántico y el Mediterráneo.
Los visigodos que se habían establecido en Gathalaunia (hoy Cataluña) vencieron en una etapa posterior a los pueblos alanos y los suevos, quienes hasta el año 585 a.C. habían logrado sostener un reino independiente en el norte del territorio español.
Dueños los visigodos de la mayor parte de la provincia española, no hubo fusión, al menos en los primeros tiempos de su poderío, con los pueblos hispanorromanos, por prejuicios religiosos.
Estos eran católicos y aquellos arrianos (cristianos de la secta del obispo Arrio que negaba la divinidad de Cristo), hasta cuando Recadero, rey visigodo, en el Concilio de Toledo (586 d.C.), apostata de sus creencias y se convierte al catolicismo, adoptando al latín como lengua oficial de sus estados y de la Iglesia. La monarquía de los visigodos dura hasta el año 711 de nuestra era, cuando el último de sus reyes, don Rodrigo, perece en la batalla de Guadalete, ante las hordas árabes que habían iniciado la “guerra santa” del Islam.
Fueron abundantes las palabras godas que en el hacer idiomático quedaron incorporadas. Tenemos: ganso, ataviar, tapa, tregua, morganático; y muchos nombres propios como Álvaro, Bermude, Jimeno, Ramiro, de donde se derivaron apellidos como Álvarez, Bermúdez, Jiménez, Ramírez.
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Durante este periodo surge el califato de Córdoba, centro cultural del mundo de la época. Como política de convivencia, los árabes permitieron que los nativos españoles que quedaron dentro de sus dominios siguieran practicando sus costumbres (fueron los llamados mozárabes) y a medida en que la reconquista iba arrebatando territorios a los conquistadores islamitas, aquellos mozárabes rescatados conllevaron muchísimas palabras que por su uso terminaron haciendo parte del idioma español. Resaltamos que después del latín, el idioma árabe fue el que más vocablos introdujo, entre ellos tenemos, por decir algunos: coime, abalorio, jabalí, almíbar, cala, aljibe, fanega, almohada, alcalde, mojarra, álgebra, alboroto, albañil, etc.
La diáspora (voz griega que significa dispersión) ocurrió setenta años después que Tito, general romano, ejecuta la total destrucción de Jerusalén y persecución del pueblo judío por una sublevación de estos contra el Imperio. Desde ese entonces los hebreos se dispersaron por el mundo conocido, radicándose muchos en España, en donde por siglos convivieron con las gentes del país, hasta cuando meses antes del descubrimiento de América, Isabel la Católica ordenó la expulsión de ellos.
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