Debajo de un techo de zinc, arropado por un frondoso árbol de guanábana, se teje la historia de Martín Román Quiroz Márquez, conocido en la geografía guacochera como el médico sin título, aquel que nunca fue a una academia especializada, pero que a más de uno ha curado a través de plantas medicinales.
El sol contempla cada una de las sabias palabras de un hombre de ojos grandes que conoce paso a paso los secretos del dolor físico y la forma cómo amortiguarlo a través de la sanación natural.
Debajo de un techo de zinc, arropado por un frondoso árbol de guanábana, se teje la historia de Martín Román Quiroz Márquez, conocido en la geografía guacochera como el médico sin título, aquel que nunca fue a una academia especializada, pero que a más de uno ha curado a través de plantas medicinales. Quiroz Márquez es un sanador, práctica tradicional que fue incluida por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en 80 publicaciones como medida de reparación a un pueblo víctima de la guerra.
Su voz de tono fuerte no mitiga el esplendor de sus conocimientos en el remedio natural, el mismo que abunda en un diccionario inédito y empírico cuando se trata de sanación.
Un arrume de leña y el olor a tinto hecho en un fogón artesanal abunda en el entorno de su rancho, ubicado en los ‘encalichados’ playones de Guacochito. Ahí está el hombre de 74 años en el que se esconden decenas de testimonios que envuelven secretos que solo él conoce.
Es la medicina ancestral en ‘pasta’; en ella se desentrañan tabúes enraizados por el efecto de la botánica, la misma en la que don Martín se refugia para hacerle la guerra a un mal de ojo, una herida o cualquier dolor físico que atañe a su paciente.
Parece ficción, pero es la pura y atemperada realidad, la misma que es subyugada por sus manos ‘mágicas’ y rústicas, tal vez por el empedernido ajetreo campesino ceñido a su entorno.
Una herencia
El poder de la naturaleza herbaria es su arma principal, Aprendió los secretos de una vocación heredada, apartada de la simple coincidencia en la que una planta y sus bondades pueden salvar una vida.
A tres minutos del corregimiento de Guacochito, en un rancho rodeado de pancoger habita el hombre corpulento que habla sin tapujos; directo en sus expresiones, algunas de ellas enlodadas por el sarcasmo macondiano, pero con un contenido atávico a la hora de hablar de curaciones.
Versado en el oficio de santiguar o curar a través de sobos, Martín Román Quiroz tiene la fama de ser el hombre de la medicina natural en la región. Su nombre es recomendado cuando se trata de un ‘mal de ojo’ o cualquier otra afección.
Su saber popular en este campo no tiene réplica alguna cuando elabora un diagnóstico acertado. “La hoja de guanábana con panela se cocina con caléndula sirve para las afecciones de la próstata. La picadura de pitos tiene que combatirse con mentolín ligado con raspadura de totumo, no se puede exprimir porque es estimular la llaga”, aseguró.
Sus brazos largos y morenos, tal vez bronceados por su rutina agreste en medio del campo soleado, gesticulan para describir cualquier procedimiento que mezcle sus conocimientos rutinarios. “Yo no cobro, el que me quiera dar algo que me dé. A veces me dan 50 mil pesos”, reconoció.
Otras plantas
“El zapatico de obispo es una planta que regula los niveles de azúcar. Una toma de árnica ayuda a curar los vientos y los golpes, otras veces es efectiva para los gases. Aquí todos los días viene gente para que la ayude”, reveló el hombre de estirpe montañero.
Pero don Martín Román asegura que parte del poder de sanación está en la palabra. No se atreve a expresarla en plena entrevista porque asegura que no es el momento y no hay motivo para hacerlo. Sus erudiciones hacen parte de sus secretos.
Mientras conversa se pone de pie y se dirige hacia su cuarto en donde reposa parte de su ‘botiquín’ natural. Ahí guarda sus recetas llenas del poder. Regresa y vuelve a sentarse en un taburete de cuero áspero para mostrar un remedio natural cuyas bondades solo él conoce.
“Este es un frasco que contiene chirrinche y en su interior permanece una culebra mona. Este líquido se toma o se echa para fortalecer los huesos o sanar si una mano o un pie está descompuesto”, indicó.
Pero no solo esgrime con acierto afecciones en seres humanos, también en animales para lo cual su receta nativa tiene sus efectos de sanación. He curado animales que tienen gusanos sin necesidad de ir donde ellos. Eso pasó en El Jabo en donde el dueño me explicó lo que tenía, en qué parte y el color de la herida, a través de repetidas palabras logré salvar al animal.
Descarta la utilización de la marihuana porque asegura que “no sirve porque es caliente y peligrosa”. Mientras habla mira hacia el suelo y con su mano derecha se rasca el pie derecho, soportado por una sandalia de caucho grueso, desteñidas por el trajín rutinario.
Pero no solo Martín Quiroz practica las labores de rezandero o sanador en la región. Nombres como Diego Rafael Nieves, quien se ‘especializó’ en el tratamiento en mordeduras de culebra y enfermedades venéreas.
Otros como Emma Churio, Germán Castilla. Elvia Márquez, Sacramento López, Mariela Morón, Alfredo Guillén y Víctor Rondón, hacen parte de la tradición natural pueblerina en su afán de reemplazar popularmente los tratamientos especializados.
Se trata de la medicina ancestral o manos sanadoras que busca preservar esta alternativa que fomentan adultos mayores que conocen las bondades de la naturaleza y sus erudiciones son transmitidas de generación en generación.
Debajo de un techo de zinc, arropado por un frondoso árbol de guanábana, se teje la historia de Martín Román Quiroz Márquez, conocido en la geografía guacochera como el médico sin título, aquel que nunca fue a una academia especializada, pero que a más de uno ha curado a través de plantas medicinales.
El sol contempla cada una de las sabias palabras de un hombre de ojos grandes que conoce paso a paso los secretos del dolor físico y la forma cómo amortiguarlo a través de la sanación natural.
Debajo de un techo de zinc, arropado por un frondoso árbol de guanábana, se teje la historia de Martín Román Quiroz Márquez, conocido en la geografía guacochera como el médico sin título, aquel que nunca fue a una academia especializada, pero que a más de uno ha curado a través de plantas medicinales. Quiroz Márquez es un sanador, práctica tradicional que fue incluida por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en 80 publicaciones como medida de reparación a un pueblo víctima de la guerra.
Su voz de tono fuerte no mitiga el esplendor de sus conocimientos en el remedio natural, el mismo que abunda en un diccionario inédito y empírico cuando se trata de sanación.
Un arrume de leña y el olor a tinto hecho en un fogón artesanal abunda en el entorno de su rancho, ubicado en los ‘encalichados’ playones de Guacochito. Ahí está el hombre de 74 años en el que se esconden decenas de testimonios que envuelven secretos que solo él conoce.
Es la medicina ancestral en ‘pasta’; en ella se desentrañan tabúes enraizados por el efecto de la botánica, la misma en la que don Martín se refugia para hacerle la guerra a un mal de ojo, una herida o cualquier dolor físico que atañe a su paciente.
Parece ficción, pero es la pura y atemperada realidad, la misma que es subyugada por sus manos ‘mágicas’ y rústicas, tal vez por el empedernido ajetreo campesino ceñido a su entorno.
Una herencia
El poder de la naturaleza herbaria es su arma principal, Aprendió los secretos de una vocación heredada, apartada de la simple coincidencia en la que una planta y sus bondades pueden salvar una vida.
A tres minutos del corregimiento de Guacochito, en un rancho rodeado de pancoger habita el hombre corpulento que habla sin tapujos; directo en sus expresiones, algunas de ellas enlodadas por el sarcasmo macondiano, pero con un contenido atávico a la hora de hablar de curaciones.
Versado en el oficio de santiguar o curar a través de sobos, Martín Román Quiroz tiene la fama de ser el hombre de la medicina natural en la región. Su nombre es recomendado cuando se trata de un ‘mal de ojo’ o cualquier otra afección.
Su saber popular en este campo no tiene réplica alguna cuando elabora un diagnóstico acertado. “La hoja de guanábana con panela se cocina con caléndula sirve para las afecciones de la próstata. La picadura de pitos tiene que combatirse con mentolín ligado con raspadura de totumo, no se puede exprimir porque es estimular la llaga”, aseguró.
Sus brazos largos y morenos, tal vez bronceados por su rutina agreste en medio del campo soleado, gesticulan para describir cualquier procedimiento que mezcle sus conocimientos rutinarios. “Yo no cobro, el que me quiera dar algo que me dé. A veces me dan 50 mil pesos”, reconoció.
Otras plantas
“El zapatico de obispo es una planta que regula los niveles de azúcar. Una toma de árnica ayuda a curar los vientos y los golpes, otras veces es efectiva para los gases. Aquí todos los días viene gente para que la ayude”, reveló el hombre de estirpe montañero.
Pero don Martín Román asegura que parte del poder de sanación está en la palabra. No se atreve a expresarla en plena entrevista porque asegura que no es el momento y no hay motivo para hacerlo. Sus erudiciones hacen parte de sus secretos.
Mientras conversa se pone de pie y se dirige hacia su cuarto en donde reposa parte de su ‘botiquín’ natural. Ahí guarda sus recetas llenas del poder. Regresa y vuelve a sentarse en un taburete de cuero áspero para mostrar un remedio natural cuyas bondades solo él conoce.
“Este es un frasco que contiene chirrinche y en su interior permanece una culebra mona. Este líquido se toma o se echa para fortalecer los huesos o sanar si una mano o un pie está descompuesto”, indicó.
Pero no solo esgrime con acierto afecciones en seres humanos, también en animales para lo cual su receta nativa tiene sus efectos de sanación. He curado animales que tienen gusanos sin necesidad de ir donde ellos. Eso pasó en El Jabo en donde el dueño me explicó lo que tenía, en qué parte y el color de la herida, a través de repetidas palabras logré salvar al animal.
Descarta la utilización de la marihuana porque asegura que “no sirve porque es caliente y peligrosa”. Mientras habla mira hacia el suelo y con su mano derecha se rasca el pie derecho, soportado por una sandalia de caucho grueso, desteñidas por el trajín rutinario.
Pero no solo Martín Quiroz practica las labores de rezandero o sanador en la región. Nombres como Diego Rafael Nieves, quien se ‘especializó’ en el tratamiento en mordeduras de culebra y enfermedades venéreas.
Otros como Emma Churio, Germán Castilla. Elvia Márquez, Sacramento López, Mariela Morón, Alfredo Guillén y Víctor Rondón, hacen parte de la tradición natural pueblerina en su afán de reemplazar popularmente los tratamientos especializados.
Se trata de la medicina ancestral o manos sanadoras que busca preservar esta alternativa que fomentan adultos mayores que conocen las bondades de la naturaleza y sus erudiciones son transmitidas de generación en generación.