El hijo de Cesar Salomón Ochoa López y María Jesús ‘Mamachua’ Campo Pertuz tuvo la gran virtud de narrar todo lo que circulaba a su alrededor, siendo el más prolífero compositor del folclor vallenato.
El maestro Calixto Antonio Ochoa Campo compuso y grabó inicialmente la canción ‘Por eso gozo’, donde se marca la realidad de la vida. Tiempo después, en el año 1994 el cantante Diomedes Díaz decidió llevarla a la pasta sonora con el acordeonero Juancho Rois, pero le cambió el nombre. Ese súper éxito se quedó para siempre como ‘La plata’.
Si la vida fuera estable todo el tiempo
yo no bebería ni malgastaría la plata,
pero me doy cuenta que la vida es un sueño
y antes de morir es mejor aprovecharla.
A ‘El negro Cali’ cuando le contaron que Diomedes Díaz, quien conocía todo su amplio repertorio, le había grabado la canción ‘La plata’, dijo que él no se acordaba tener una canción con ese nombre. Entonces tocó cantársela para caer en la nota y al cabo de los meses supo que tenía un buen dinero por las regalías musicales. Es decir, plata llamaba plata.
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La obra es una verdadera reflexión cantada donde se conjugan diversas facetas de la vida que él supo definir en pocos minutos para decir que la plata que se ganaba se la gastaba de la mejor manera porque después venían los conflictos si dejaba alguna herencia.
To’ el mundo pelea si dejo una herencia
si guardo un tesoro no lo gozo yo,
se apodera el diablo de aquella riqueza
entonces no voy a la gloria de Dios.
El hijo de Cesar Salomón Ochoa López y María Jesús ‘Mamachua’ Campo Pertuz tuvo la gran virtud de narrar todo lo que circulaba a su alrededor, siendo el más prolífero compositor del folclor vallenato.
Precisamente, el juglar nacido el martes 14 de agosto de 1934 en Valencia de Jesús, corregimiento de Valledupar, hizo la más rápida radiografía de su vida en una canción, cuya primera estrofa dice: “Yo nací en un pueblecito de la América Latina, en una casita vieja de paredes de bahareque, pero me enseñó la vida a ser un hombre bien fuerte, y aquí estoy parado al frente con la escuela del poder, la que Dios puso en mi mente pa’ poderme defender”.
Siguiendo en esa misma línea de su niñez y juventud volvió a cantar en homenaje a la autora de sus días. “Yo recuerdo que mi madre cuando yo estaba pequeño, con sus trajecitos viejos me hacía mis pantaloncitos, cumpliendo con su deber pasando miles tormentos, y así me fue levantando hasta que fui un hombrecito”.
De otra parte, al rey vallenato del año 1970 y quien recibiera hace nueve años el más grande homenaje en el 45° Festival de la Leyenda Vallenata, Dulsaide Bermúdez Díaz, su última y adorada compañera, lo definió de la siguiente manera: “El maestro era el hombre de lengua activa que ablandaba cualquier corazón, el del ingenio popular, el compositor versátil que supo darle el toque preciso a su sincero amor al folclor vallenato”, indicó.
Esencialmente Calixto, dicen los expertos, fue la estampa del hombre campesino que supo en el momento justo dedicarse a tocar su acordeón y componer canciones para dejar huellas que marcaron su gran historia musical.
Dentro de ese espacio del recuerdo aparece el concepto de Consuelo Araujonoguera que lo pintó en toda su dimensión. “Calixto es extraordinario, es el representante de la clase vallenata que tiene sabor a tierra, a boñiga, a ganado, a campo, a trabajo, a sudor, a esfuerzo. Yo diría que Calixto Ochoa es lo más auténtico dentro de la música vallenata”.
Dulsaide o ‘Dulsa’, como la llamaba el maestro Calixto, nunca ha dejado de contar interesantes historias que permanecen intactas en su memoria. Esta mujer nacida en Villanueva, La Guajira, le conocía los horarios de su corazón siendo su guía y apoyo constante. Claro, que sus amores comenzaron en 1971, pero los interrumpieron por distintas causas, hasta que el destino los volvió a unir y fueron como dos tortolitos en un mismo nido. Nunca más se separaron hasta cuando él partió para la otra vida quedando triste y de luto el acordeón.
Ella lo recuerda todos los días y visita con frecuencia su tumba en Valencia de Jesús. Sin pausa comenzó su relato. “Al maestro lo conocí en el Festival Vallenato del año 1970 cuando se coronó Rey Vallenato. Lo observé tocando en un kiosco y me llamó la atención porque mucha gente tenía que ver con él por su manera de tocar su acordeón. Esa vez no pasó nada en cuestiones del amor. Todo comenzó un año después y al poco tiempo como por arte de magia cada uno tomó su camino hasta que nos volvimos a encontrar”.
Entrando en detalle expresó: “El maestro era humanitario, noble, sencillo, cariñoso, respetuoso y principalmente una persona de pueblo. Nunca se dejó tentar por la fama. Más humilde no pudo ser y nunca negó un favor”.
Para ella Calixto Ochoa fue un genio de la música componiendo y cantando sus vivencias, además que le grabaron más de mil obras sin repetir letra, ni melodía. “En la casa quedó una caja llena de casete con canciones iniciadas y casi al terminar. Chiflaba y grababa porque se le podía escapar la melodía”, aseveró.
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Dialogar en cualquier momento con Dulsaide Bermúdez Díaz es notar el regreso de lágrimas, acontecimientos y recuerdos de Calixto Ochoa, los mismos que se enmarcan en todo su ser.
En esta ocasión muy serena manifestó: “Hace casi seis años murió el hombre que supo darle alegrías al mundo a través de sus canciones. Así pase el tiempo lo sigo amando por sus detalles, sus acciones, sus gustos, su manera de ser y como todo un baluarte perdurable del folclor vallenato”.
Con la sinceridad deambulando por su pensamiento confesó: “Para mí el estar al lado de maestro era demasiado, era lo más grande que yo pude conocer. Estoy muy agradecida con él por permitirme pasar a su lado 25 inolvidables años. Sí, esos años en los que me enseñó que lo mejor del mundo era la pureza del alma y el amor a tiempo”. Calló un instante y se respetó su silencio porque era como estar en contacto directo con el alma.
Al final entregó las infinitas gracias por recordar al ‘maestro’, como siempre lo llamó, ese mismo que colmado de sabiduría natural tuvo la inspiración necesaria para dictaminar con el corazón en la mano, que la vida era un sueño y antes de asomarse la muerte al estrado del adiós definitivo, se tenía que aprovechar.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
El hijo de Cesar Salomón Ochoa López y María Jesús ‘Mamachua’ Campo Pertuz tuvo la gran virtud de narrar todo lo que circulaba a su alrededor, siendo el más prolífero compositor del folclor vallenato.
El maestro Calixto Antonio Ochoa Campo compuso y grabó inicialmente la canción ‘Por eso gozo’, donde se marca la realidad de la vida. Tiempo después, en el año 1994 el cantante Diomedes Díaz decidió llevarla a la pasta sonora con el acordeonero Juancho Rois, pero le cambió el nombre. Ese súper éxito se quedó para siempre como ‘La plata’.
Si la vida fuera estable todo el tiempo
yo no bebería ni malgastaría la plata,
pero me doy cuenta que la vida es un sueño
y antes de morir es mejor aprovecharla.
A ‘El negro Cali’ cuando le contaron que Diomedes Díaz, quien conocía todo su amplio repertorio, le había grabado la canción ‘La plata’, dijo que él no se acordaba tener una canción con ese nombre. Entonces tocó cantársela para caer en la nota y al cabo de los meses supo que tenía un buen dinero por las regalías musicales. Es decir, plata llamaba plata.
Lea también: Festival de Música Vallenata en Guitarra de Codazzi tiene nuevos reyes
La obra es una verdadera reflexión cantada donde se conjugan diversas facetas de la vida que él supo definir en pocos minutos para decir que la plata que se ganaba se la gastaba de la mejor manera porque después venían los conflictos si dejaba alguna herencia.
To’ el mundo pelea si dejo una herencia
si guardo un tesoro no lo gozo yo,
se apodera el diablo de aquella riqueza
entonces no voy a la gloria de Dios.
El hijo de Cesar Salomón Ochoa López y María Jesús ‘Mamachua’ Campo Pertuz tuvo la gran virtud de narrar todo lo que circulaba a su alrededor, siendo el más prolífero compositor del folclor vallenato.
Precisamente, el juglar nacido el martes 14 de agosto de 1934 en Valencia de Jesús, corregimiento de Valledupar, hizo la más rápida radiografía de su vida en una canción, cuya primera estrofa dice: “Yo nací en un pueblecito de la América Latina, en una casita vieja de paredes de bahareque, pero me enseñó la vida a ser un hombre bien fuerte, y aquí estoy parado al frente con la escuela del poder, la que Dios puso en mi mente pa’ poderme defender”.
Siguiendo en esa misma línea de su niñez y juventud volvió a cantar en homenaje a la autora de sus días. “Yo recuerdo que mi madre cuando yo estaba pequeño, con sus trajecitos viejos me hacía mis pantaloncitos, cumpliendo con su deber pasando miles tormentos, y así me fue levantando hasta que fui un hombrecito”.
De otra parte, al rey vallenato del año 1970 y quien recibiera hace nueve años el más grande homenaje en el 45° Festival de la Leyenda Vallenata, Dulsaide Bermúdez Díaz, su última y adorada compañera, lo definió de la siguiente manera: “El maestro era el hombre de lengua activa que ablandaba cualquier corazón, el del ingenio popular, el compositor versátil que supo darle el toque preciso a su sincero amor al folclor vallenato”, indicó.
Esencialmente Calixto, dicen los expertos, fue la estampa del hombre campesino que supo en el momento justo dedicarse a tocar su acordeón y componer canciones para dejar huellas que marcaron su gran historia musical.
Dentro de ese espacio del recuerdo aparece el concepto de Consuelo Araujonoguera que lo pintó en toda su dimensión. “Calixto es extraordinario, es el representante de la clase vallenata que tiene sabor a tierra, a boñiga, a ganado, a campo, a trabajo, a sudor, a esfuerzo. Yo diría que Calixto Ochoa es lo más auténtico dentro de la música vallenata”.
Dulsaide o ‘Dulsa’, como la llamaba el maestro Calixto, nunca ha dejado de contar interesantes historias que permanecen intactas en su memoria. Esta mujer nacida en Villanueva, La Guajira, le conocía los horarios de su corazón siendo su guía y apoyo constante. Claro, que sus amores comenzaron en 1971, pero los interrumpieron por distintas causas, hasta que el destino los volvió a unir y fueron como dos tortolitos en un mismo nido. Nunca más se separaron hasta cuando él partió para la otra vida quedando triste y de luto el acordeón.
Ella lo recuerda todos los días y visita con frecuencia su tumba en Valencia de Jesús. Sin pausa comenzó su relato. “Al maestro lo conocí en el Festival Vallenato del año 1970 cuando se coronó Rey Vallenato. Lo observé tocando en un kiosco y me llamó la atención porque mucha gente tenía que ver con él por su manera de tocar su acordeón. Esa vez no pasó nada en cuestiones del amor. Todo comenzó un año después y al poco tiempo como por arte de magia cada uno tomó su camino hasta que nos volvimos a encontrar”.
Entrando en detalle expresó: “El maestro era humanitario, noble, sencillo, cariñoso, respetuoso y principalmente una persona de pueblo. Nunca se dejó tentar por la fama. Más humilde no pudo ser y nunca negó un favor”.
Para ella Calixto Ochoa fue un genio de la música componiendo y cantando sus vivencias, además que le grabaron más de mil obras sin repetir letra, ni melodía. “En la casa quedó una caja llena de casete con canciones iniciadas y casi al terminar. Chiflaba y grababa porque se le podía escapar la melodía”, aseveró.
No deje de leer: Cuando Diomedes prefirió un suero que $60 millones: 15 cosas que no sabías del Cacique
Dialogar en cualquier momento con Dulsaide Bermúdez Díaz es notar el regreso de lágrimas, acontecimientos y recuerdos de Calixto Ochoa, los mismos que se enmarcan en todo su ser.
En esta ocasión muy serena manifestó: “Hace casi seis años murió el hombre que supo darle alegrías al mundo a través de sus canciones. Así pase el tiempo lo sigo amando por sus detalles, sus acciones, sus gustos, su manera de ser y como todo un baluarte perdurable del folclor vallenato”.
Con la sinceridad deambulando por su pensamiento confesó: “Para mí el estar al lado de maestro era demasiado, era lo más grande que yo pude conocer. Estoy muy agradecida con él por permitirme pasar a su lado 25 inolvidables años. Sí, esos años en los que me enseñó que lo mejor del mundo era la pureza del alma y el amor a tiempo”. Calló un instante y se respetó su silencio porque era como estar en contacto directo con el alma.
Al final entregó las infinitas gracias por recordar al ‘maestro’, como siempre lo llamó, ese mismo que colmado de sabiduría natural tuvo la inspiración necesaria para dictaminar con el corazón en la mano, que la vida era un sueño y antes de asomarse la muerte al estrado del adiós definitivo, se tenía que aprovechar.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv