En el corazón de la vida política no se juegan solo ideologías o intereses, sino el drama más hondo de todos: el de los valores humanos, esos principios que deberían orientar el obrar ético de los individuos en comunidad. La figura del idiota útil, analizada desde lo nostálgico, causa tristeza, precisamente porque no parte del mal sino de una bondad desorientada. El “idiota útil” designa a quien —sin ser necesariamente consciente— colabora con una causa, régimen o estructura que no le beneficia. Es una ficha al servicio de otros, mientras cree actuar por principios propios.
Desde el punto de vista social, el idiota útil no pertenece a las élites ni a los sectores más explotados. Es un individuo con cierto nivel de educación o inquietud cívica. Cree en causas justas, sin analizar el contexto ni las consecuencias. Moviliza, protesta, repite consignas, denuncia enemigos públicos, participa en marchas y campañas sin cuestionar a quién benefician. Lo hace dentro de los marcos de aquellos que sí manejan el poder. Así, puede legitimar políticas autoritarias, represivas o neoliberales, creyendo ayudar a una causa justa.
Desde lo político, es un engranaje de una narrativa emotiva, carismática o simplista. Puede ser reclutado por movimientos de izquierda, derecha o populistas, porque lo que lo mueve no es la doctrina, sino la necesidad de pertenecer. Apoya líderes mesiánicos y ataca a supuestos enemigos sin entender el conflicto, respondiendo a intereses ocultos.
Desde lo económico, puede apoyar reformas laborales que le quitan derechos, defender subsidios que no le llegan, aplaudir impuestos regresivos creyendo que son solidarios. Cree que “el mercado se regula solo” o que “el Estado lo resuelve todo”. También puede ser el profesional que defiende la meritocracia mientras su salario no compensa su formación, o el emprendedor que apoya políticas que favorecen monopolios.
Desde lo emocional, es una mezcla de frustración, idealismo y necesidad de sentido. Siempre necesita de villanos, héroes nítidos y causas limpias. Esta emocionalidad lo hace vulnerable a la mentira y al discurso polarizado.
Los falsos socialistas difieren del idiota útil en un aspecto: son conscientes del engaño. Usan el discurso de la justicia social como fachada para acumular poder. Mientras el idiota útil cree en el cambio, el falso socialista lo instrumentaliza. El primero defiende el sistema por fe; el segundo lo manipula para lucrarse.
Filosóficamente, el falso socialista se apropia del discurso emancipador para consolidar estructuras de dominación. No cree en la igualdad, pero la predica. No busca el bienestar colectivo, sino el control sobre la conciencia ajena. Es, dicho por Nietzsche, “el sacerdote del resentimiento que manipula la moral para fortalecer su poder”.
Ambos son necesarios para sostener regímenes de simulación ideológica. El falso socialista usa los valores como símbolos para edificar su poder, reemplazándolos por interés. Simula devoción y respeto mientras usa la igualdad para justificar privilegios; el pueblo para consolidar clientelas; y la soberanía para suprimir libertades.
Y el resto, cuando no les asiste la inteligencia emocional, se sitúan en el punto preciso de convertirse en idiotas útiles. A todos nos llega, con facilidad, ese momento. Pero no nos entregamos al falso socialista mientras tengamos la razón viva.
Por: Fausto Cotes N.











