Habíamos anticipado en una columna de opinión en este diario, días antes de la muy promovida marcha contra la agónica y mal querida reforma tributaria, que la misma ya no tenía sentido ni razón debido a que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas mayoritarias del Congreso de la República, lo cual es […]
Habíamos anticipado en una columna de opinión en este diario, días antes de la muy promovida marcha contra la agónica y mal querida reforma tributaria, que la misma ya no tenía sentido ni razón debido a que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas mayoritarias del Congreso de la República, lo cual es absolutamente necesario para que todo proyecto curse su trámite para ser convertido en ley y que por lo tanto en pocos días se llevaría a cabo su muerte definitiva.
Pues bien, así sucedió, como iba a suceder, con marcha o sin marcha, con muertos o sin muertos y sin la necesidad de haber proliferado el mortal virus al cual muchos ya le perdieron el miedo y el respeto aun cuando diariamente cobre más y más vidas humanas que tanto dolor deja en sus familiares y amigos a lo largo y ancho del país.
Es de público conocimiento el derecho constitucional que asiste a los ciudadanos de protestar y reclamar dentro de un Estado social de derecho que debe dar todas las garantías para que esto se desarrolle de manera pacífica. Pero en un país como el nuestro es más que predecible lo que sucederá en el transcurso de dichas manifestaciones, muchas veces situaciones ajenas a los organizadores de las mismas debido a que resulta imposible controlar multitudes que en muchos de los casos ya han sido calentadas y “carboneadas” por agitadores profesionales con amplio poder para seducir y alimentar el odio y el rencor motivados por décadas de abandono y el incremento de los niveles de pobreza y miseria en las comunidades más vulnerables de la nación.
En su época, Mao Tse-Tung le dio vida a una frase cuya vigencia y poder recobra cada día más fuerza y relevancia: “El pueblo, y solo el pueblo, es la fuerza motriz que hace la historia mundial”. Efectivamente es el pueblo quien utiliza la historia para labrar por sus fines, el hombre es simplemente el instrumento capaz de escribir y transformar la historia y por eso muchos líderes conocedores a profundidad de estas teorías, se convierten en manipuladores de la opinión de muchos de sus seguidores, a quienes utilizan de manera sistemática para trabajar por sus fines que, en algunos casos, están muy lejos del altruismo y la bondad que debe caracterizar el proceder de aquellos que han asumido un liderazgo que los obliga a actuar con sensatez y ponderación para evitar que el odio y el rencor se apodere de sus almas y corazones maltrechos.
No es necesario incendiar ni destruir el país y llevarlo al caos para posteriormente obtener dividendos políticos y erigirse como los salvadores y reconstructores de una nación que ellos mismos han ayudado a destruir, pues, las palabras también matan, no solo las acciones. La Convención Americana de Derechos Humanos prohíbe la utilización de propaganda a favor de la guerra y los discursos de odio que instigan acciones de violencia en contra de personas. Visto desde esta perspectiva, el odio y el rencor se convierten en catalizadores de violencia que sepulta las esperanzas de vida y desarrollo de los pueblos. Es obligación de los líderes modernos, más allá de la ideología política de izquierda, de centro o de derecha, utilizar un lenguaje moderado que apacigüe los ánimos y fortalezca el pensamiento que nos lleve a encontrar soluciones para el fortalecimiento de las instituciones en beneficio de las comunidades que exigen con prontitud mayores soluciones y menos confrontaciones. De los logros y las proyecciones que este gobierno logre implementar en este último año, dependerá en gran medida la buena o mala gestión que pueda llevar a cabo el próximo presidente. Es más fácil y rentable seguir construyendo sobre lo construido que empezar a construir sobre lo destruido. El país requiere con urgencia importantes reformas y transformaciones en materia social, en salud y educación, es el momento para que el Congreso legisle en favor del pueblo.
Por: Gabriel Darío Serna Gómez
Habíamos anticipado en una columna de opinión en este diario, días antes de la muy promovida marcha contra la agónica y mal querida reforma tributaria, que la misma ya no tenía sentido ni razón debido a que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas mayoritarias del Congreso de la República, lo cual es […]
Habíamos anticipado en una columna de opinión en este diario, días antes de la muy promovida marcha contra la agónica y mal querida reforma tributaria, que la misma ya no tenía sentido ni razón debido a que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas mayoritarias del Congreso de la República, lo cual es absolutamente necesario para que todo proyecto curse su trámite para ser convertido en ley y que por lo tanto en pocos días se llevaría a cabo su muerte definitiva.
Pues bien, así sucedió, como iba a suceder, con marcha o sin marcha, con muertos o sin muertos y sin la necesidad de haber proliferado el mortal virus al cual muchos ya le perdieron el miedo y el respeto aun cuando diariamente cobre más y más vidas humanas que tanto dolor deja en sus familiares y amigos a lo largo y ancho del país.
Es de público conocimiento el derecho constitucional que asiste a los ciudadanos de protestar y reclamar dentro de un Estado social de derecho que debe dar todas las garantías para que esto se desarrolle de manera pacífica. Pero en un país como el nuestro es más que predecible lo que sucederá en el transcurso de dichas manifestaciones, muchas veces situaciones ajenas a los organizadores de las mismas debido a que resulta imposible controlar multitudes que en muchos de los casos ya han sido calentadas y “carboneadas” por agitadores profesionales con amplio poder para seducir y alimentar el odio y el rencor motivados por décadas de abandono y el incremento de los niveles de pobreza y miseria en las comunidades más vulnerables de la nación.
En su época, Mao Tse-Tung le dio vida a una frase cuya vigencia y poder recobra cada día más fuerza y relevancia: “El pueblo, y solo el pueblo, es la fuerza motriz que hace la historia mundial”. Efectivamente es el pueblo quien utiliza la historia para labrar por sus fines, el hombre es simplemente el instrumento capaz de escribir y transformar la historia y por eso muchos líderes conocedores a profundidad de estas teorías, se convierten en manipuladores de la opinión de muchos de sus seguidores, a quienes utilizan de manera sistemática para trabajar por sus fines que, en algunos casos, están muy lejos del altruismo y la bondad que debe caracterizar el proceder de aquellos que han asumido un liderazgo que los obliga a actuar con sensatez y ponderación para evitar que el odio y el rencor se apodere de sus almas y corazones maltrechos.
No es necesario incendiar ni destruir el país y llevarlo al caos para posteriormente obtener dividendos políticos y erigirse como los salvadores y reconstructores de una nación que ellos mismos han ayudado a destruir, pues, las palabras también matan, no solo las acciones. La Convención Americana de Derechos Humanos prohíbe la utilización de propaganda a favor de la guerra y los discursos de odio que instigan acciones de violencia en contra de personas. Visto desde esta perspectiva, el odio y el rencor se convierten en catalizadores de violencia que sepulta las esperanzas de vida y desarrollo de los pueblos. Es obligación de los líderes modernos, más allá de la ideología política de izquierda, de centro o de derecha, utilizar un lenguaje moderado que apacigüe los ánimos y fortalezca el pensamiento que nos lleve a encontrar soluciones para el fortalecimiento de las instituciones en beneficio de las comunidades que exigen con prontitud mayores soluciones y menos confrontaciones. De los logros y las proyecciones que este gobierno logre implementar en este último año, dependerá en gran medida la buena o mala gestión que pueda llevar a cabo el próximo presidente. Es más fácil y rentable seguir construyendo sobre lo construido que empezar a construir sobre lo destruido. El país requiere con urgencia importantes reformas y transformaciones en materia social, en salud y educación, es el momento para que el Congreso legisle en favor del pueblo.
Por: Gabriel Darío Serna Gómez