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La suerte: el secreto de la esperanza

Mi madre solía decir que la suerte —buena o mala— le había tomado cariño desde temprana edad. Nunca ganaba la lotería, pero tampoco enfermaba.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Por: Fausto

@el_pilon

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Nadie puede evitar lo inevitable (Pablo Coelho)

Mi madre solía decir que la suerte —buena o mala— le había tomado cariño desde temprana edad. Nunca ganaba la lotería, pero tampoco enfermaba. Nunca perdió la cordura, pero tampoco sufrió con su soledad. Su vida era una cuerda floja entre lo suficiente y lo poco.

Para ella, la suerte no era una excusa que le impedía asumir su libertad, tampoco un espejo para reflejar lo que sentía porque aprendió a gobernarse a sí misma. También decía que a la suerte hay que ayudarla; no se gana una rifa si no se compra la boleta.

Los alquimistas, esos poetas de la materia, creían que nada sucedía por accidente. Quizá por eso, mostraba su humildad cuando todo le sonría, y seguía siendo la misma cuando todo le abandonaba. —La suerte no está para entenderse, sino para ser vivida— decía sin amarguras. 

Esto me hacía pensar en que la suerte es una conexión de la mente con el universo en busca de emociones atractivas y espontáneas a manos del azar para rescatar del destino las informaciones favorables. El azar no es sino el misterio casual; el destino, el misterio de la lógica escondida con conexiones invisibles.

La suerte no es sino la sincronía exacta entre el alma y la mente para encontrar la realidad entre lo visible y lo invisible, y es como la brisa que no siempre sopla, pero no deja de existir.

Los actos buenos ayudan a armar la suerte. El flojo la persigue sin esfuerzo, el indiferente la desprecia y el hipócrita la pisotea. La suerte es como los zapatos viejos: cómodos y curtidos de esperanza, pero si uno se pierde, cojeamos. Es una visitante extraña que llega sin avisar, se sienta a la mesa y a veces se marcha cuando más se necesita. Algunos la imaginan como diosa ciega, otros como danza cósmica.

La suerte es caprichosa: cambia de humor, trastoca caminos y se escapa como oro enterrado que aparece solo si se cava sin buscarlo. Ha sido siempre misterio, esperanza, temor y deseo, afectando lo sensible pero no lo inteligible. El sabio no confía en la suerte, sino en la virtud sostenida en el tiempo; acepta lo que no puede controlar y enfoca la atención en lo que sí está en sus manos: decisiones y actitudes.

Nada es fortuito: todo responde a coincidencias o esfuerzos dentro del bien. Tener suerte implica estar en sintonía con la naturaleza o con la empatía que produce hacer el bien. La suerte revela nuestra postura ante la vida: como víctimas del azar o como cocreadores del destino.

El destino de la humanidad ha estado en manos de la suerte. “La suerte está echada” (“Alea iacta est”), dijo Julio César marcando el inicio de la guerra civil contra Pompeyo y el Senado Romano. “Delenda est Carthago (hay que destruir a Cartago)”, fue dicha por Catón. Él la pronunciaba al final de todos sus discursos en el Senado Romano, sin importar el tema, como una forma de sentenciar la suerte y la destrucción de Cartago.

Ahora, algunos países poderosos y otros, manejados por obtusos, son los pilotos de la suerte del universo no como el misterio del azar y el destino, sino como capricho o veleidad, dinero o locura en pro de la destrucción de la vida sobre el planeta, por fuera de las normas de Dios y del hombre justo.

Por: Fausto Cotes N.

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