Lirio Rojo retumbó en las victrolas y emisoras de la costa y Toño Fuentes ordenó “búsqueme al negrito ese del Lirio Rojo y me lo traen aquí”
En los inicios del año 1957, Orlando Nola Maestre, un cantautor nacido en Los venados y crecido musicalmente en Caracolicito, ambos pueblos son corregimientos de Valledupar, andaba con una guitarra acompañando a los Hermanos Jiménez, de Pueblo Bello, quienes tenían un conjunto de cuerdas que serenateaba y alegraba en los pueblos y veredas de la región.
Valencia de Jesús estaba de fiesta y allí coincidieron estos en una parranda con un joven acordeonero que asombraba con su nota alegre y dulzona y por las originales melodías que tenían sus cantos, ocurrentes y llenos de gracia y sentimiento; se llamaba Calixto Ochoa, hermano menor de Juan y Rafael, reconocidos músicos del patio Valenciano.
Una mutua admiración entre Nola y Calixto los llevó a planear un viaje a Barranquilla en busca de las grabaciones que les permitieran darse a conocer más allá de la comarca provinciana. Solo tenían que salvar un pequeño obstáculo: plata para los pasajes. Pues después de la fiesta queda el bolsillo liviano.
Como mandado de Dios apareció el señor Rafael Ariza Noguera, quien se los llevó para su finca y después de dos días de parranda larga les facilitó el dinero para el anhelado viaje.
En Barranquilla lograron grabar algunos acetatos no comerciales, casi que artesanalmente en el negocio Grabaciones Amortegui; entre ellos recuerda Nola, Lirio Rojo, La viuda alegre y El plan de sala.
Después de vivir esta primera experiencia fonográfica siguieron hasta San Jacinto, Bolívar, donde Buenaventura Maestre, acordeonero y hermano de Nola había sentado reales desde varios años atrás.
Allí en la tierra de la hamaca, después de varios días de parranda con los músicos Sanjacinteros como Andrés Landero, Ramón Vargas, Joselito García y Toño Fernández, entre muchos, Nola Maestre decidió regresar a su tierra.
Calixto, ya fogueado entre los adelantados en el arte musical, se quedó unos meses merodeando por El Carmen de Bolívar y alegrando los corazones de las carmeras, quienes inspiraron varios de sus cantos como La bordona y Se va el vallenato. Sigue su camino y al cruzar el portón Sincelejano fue deslumbrado por mujeres de sonrisa seductora, fandangos, corralejas y gente sana, laboriosa y fiestera, a quienes encantaba su acordeón, por eso no vaciló en quedarse allí para siempre, llegando entonces a enriquecer la historia festiva que tiene la Plaza de Majagual.
A comienzos del año 58, buscando nuevos talentos musicales, llegaron a Sincelejo los hermanos Roberto y Héctor De la Barrera, quienes en su sello disquero Ecos ya le habían grabado algunos temas a César Castro con el acordeón del plateño Santiago Vega y del sabanero Julio de la Ossa.
Los hermanos Roberto y Héctor contactaron a Calixto Ochoa y se lo llevaron para Cartagena y con la grabación de las canciones Lirio Rojo y La sobrina de mi compadre, se inicia la historia fonográfica de uno de los músicos más versátiles y prolíficos del caribe colombiano.
Lirio Rojo retumbó en las victrolas, picós y emisoras de la costa y Toño Fuentes, dueño de la disquera que llevaba su mismo nombre, le ordenó a su gente “búsqueme al negrito ese del Lirio Rojo y me lo traen aquí”
Calixto Ochoa acudió al llamado y al escuchar la oferta de Fuentes para que grabara con él, le explicó que ya tenía un contrato firmado con los Hermanos De la Barrera y al mostrárselo, Toño lo rompió y lo volvió añicos en sus narices diciéndole en tono amenazante: ¡esto no vale un carajo! Ese par de sinvergüenzas son empleados míos y ese disco tuyo se grabó en mis estudios a espaldas mías, yo te voy a pagar el doble y sacando un nuevo contrato le ordenó firmar y Calixto medio confundido y falto de experiencia con su firma aceptó el contrato de exclusividad por catorce años.
Todo ese tiempo Calixto se mantuvo amarrado a Fuentes hasta que Alfredo Gutiérrez, quien también tomó de aquel trago, logró llevárselo para Codiscos. Todos los músicos notables de nuestro folclor, en su momento también llevaron del bulto con esos leoninos contratos de exclusividad.
Por Julio Cesar Oñate Martínez.
Lirio Rojo retumbó en las victrolas y emisoras de la costa y Toño Fuentes ordenó “búsqueme al negrito ese del Lirio Rojo y me lo traen aquí”
En los inicios del año 1957, Orlando Nola Maestre, un cantautor nacido en Los venados y crecido musicalmente en Caracolicito, ambos pueblos son corregimientos de Valledupar, andaba con una guitarra acompañando a los Hermanos Jiménez, de Pueblo Bello, quienes tenían un conjunto de cuerdas que serenateaba y alegraba en los pueblos y veredas de la región.
Valencia de Jesús estaba de fiesta y allí coincidieron estos en una parranda con un joven acordeonero que asombraba con su nota alegre y dulzona y por las originales melodías que tenían sus cantos, ocurrentes y llenos de gracia y sentimiento; se llamaba Calixto Ochoa, hermano menor de Juan y Rafael, reconocidos músicos del patio Valenciano.
Una mutua admiración entre Nola y Calixto los llevó a planear un viaje a Barranquilla en busca de las grabaciones que les permitieran darse a conocer más allá de la comarca provinciana. Solo tenían que salvar un pequeño obstáculo: plata para los pasajes. Pues después de la fiesta queda el bolsillo liviano.
Como mandado de Dios apareció el señor Rafael Ariza Noguera, quien se los llevó para su finca y después de dos días de parranda larga les facilitó el dinero para el anhelado viaje.
En Barranquilla lograron grabar algunos acetatos no comerciales, casi que artesanalmente en el negocio Grabaciones Amortegui; entre ellos recuerda Nola, Lirio Rojo, La viuda alegre y El plan de sala.
Después de vivir esta primera experiencia fonográfica siguieron hasta San Jacinto, Bolívar, donde Buenaventura Maestre, acordeonero y hermano de Nola había sentado reales desde varios años atrás.
Allí en la tierra de la hamaca, después de varios días de parranda con los músicos Sanjacinteros como Andrés Landero, Ramón Vargas, Joselito García y Toño Fernández, entre muchos, Nola Maestre decidió regresar a su tierra.
Calixto, ya fogueado entre los adelantados en el arte musical, se quedó unos meses merodeando por El Carmen de Bolívar y alegrando los corazones de las carmeras, quienes inspiraron varios de sus cantos como La bordona y Se va el vallenato. Sigue su camino y al cruzar el portón Sincelejano fue deslumbrado por mujeres de sonrisa seductora, fandangos, corralejas y gente sana, laboriosa y fiestera, a quienes encantaba su acordeón, por eso no vaciló en quedarse allí para siempre, llegando entonces a enriquecer la historia festiva que tiene la Plaza de Majagual.
A comienzos del año 58, buscando nuevos talentos musicales, llegaron a Sincelejo los hermanos Roberto y Héctor De la Barrera, quienes en su sello disquero Ecos ya le habían grabado algunos temas a César Castro con el acordeón del plateño Santiago Vega y del sabanero Julio de la Ossa.
Los hermanos Roberto y Héctor contactaron a Calixto Ochoa y se lo llevaron para Cartagena y con la grabación de las canciones Lirio Rojo y La sobrina de mi compadre, se inicia la historia fonográfica de uno de los músicos más versátiles y prolíficos del caribe colombiano.
Lirio Rojo retumbó en las victrolas, picós y emisoras de la costa y Toño Fuentes, dueño de la disquera que llevaba su mismo nombre, le ordenó a su gente “búsqueme al negrito ese del Lirio Rojo y me lo traen aquí”
Calixto Ochoa acudió al llamado y al escuchar la oferta de Fuentes para que grabara con él, le explicó que ya tenía un contrato firmado con los Hermanos De la Barrera y al mostrárselo, Toño lo rompió y lo volvió añicos en sus narices diciéndole en tono amenazante: ¡esto no vale un carajo! Ese par de sinvergüenzas son empleados míos y ese disco tuyo se grabó en mis estudios a espaldas mías, yo te voy a pagar el doble y sacando un nuevo contrato le ordenó firmar y Calixto medio confundido y falto de experiencia con su firma aceptó el contrato de exclusividad por catorce años.
Todo ese tiempo Calixto se mantuvo amarrado a Fuentes hasta que Alfredo Gutiérrez, quien también tomó de aquel trago, logró llevárselo para Codiscos. Todos los músicos notables de nuestro folclor, en su momento también llevaron del bulto con esos leoninos contratos de exclusividad.
Por Julio Cesar Oñate Martínez.