El nieto de Guillermo Cubillos, el hombre que inspiró al compositor José Barros para componer la insigne canción ‘La piragua’, cuenta las aventuras vividas por su abuelo en las poblaciones ribereñas del río Magdalena, que lo llevaron de ser un soldado de la Guerra de los Mil Días a comerciante asentado en las playas de amor en Chimichagua.
Por Jorge Cubillos Barraza
A través de los medios informativos y de muchos escritores se ha tergiversado la realidad fáctica, no solo de la leyenda sino de los rasgos antropológicos de Guillermo Cubillos. Eso me movió a hacer un relato histórico ajustado a la realidad, atendiendo mi condición de nieto y que compartí muchos años de mi adolescencia a su lado. (Este es un fragmento del extenso escrito sobre mi abuelo, La piragua y pasajes de Chimichagua).
Guillermo Cubillos nació y fue bautizado en Usaquén, el día 8 de febrero de 1863, era un hombre de piel blanca, de mediana estatura, cabellos lacios; nació en una familia oriunda del sur del Tolima Grande, posteriormente su familia se trasladó a Zipaquirá, por un período muy corto, luego vivió un tiempo en el municipio de La Calera y finalmente se radicó en el municipio de Chía, donde transcurrió parte de su infancia y adolescencia.
A la edad de 22 años, en 1885, fue reclutado por el Ejército y allí se hace suboficial, participó en la guerra de los Mil Días, combatió en Panamá y de allí lo trasladaron a Puerto Colombia y luego a Santa Cruz de Mompox, a Riohacha, Valledupar, Chiriguaná, Ocaña, y cuando se disponían a regresar a Bogotá, en la batalla de Palo Negro, Santander, fue herido con escopetas de perdigones por la espalda, los que conservó incrustados en su piel hasta el día de su muerte, jamás permitió su extracción porque era un recuerdo de la guerra.
Mi abuelo, herido, cayó al lecho de un río que lo arrastró lejos de la escena del combate y fue recogido por una joven campesina, llamada Pastora Ramos, de El Espinal, Tolima, quien lo curó; se enamoraron y se casaron. Con esta señora se radicó en el puerto La Dorada, allí nacen sus dos hijas Ana Julia e Isabel Elena, y monta una tienda de víveres y abarrotes.
Como tenía dificultad con la movilidad de sus mercaderías, las que transportaba en pequeños botes, le asaltó su espíritu aventurero de hombre militar y andariego y lo motivó a construir una gran embarcación que pudiera navegar en el río Magdalena. En busca de materializar su sueño se desplazó a Girardot, población que gozaba de un fuerte comercio fluvial y por ende allí estaban establecidos constructores de canoas, originarios del litoral Caribe, encontró a un experto, el señor Epaminonda Rodríguez, a quien le hizo conocer su proyecto de embarcación y este después de dudarlo, porque jamás había realizado una obra de gran magnitud, aceptó el reto.
En octubre de 1913, en pleno invierno, terminaron el bote más grande de que se tenga noticias en esa época, ideado por Guillermo Cubillos que invirtió en esa nave más de la mitad de su fortuna; La Girardoteña, así la llamó. La sede de origen sería Girardot y la ruta cubriría todos los puertos del río Magdalena; contrató al experto en navegación fluvial, al señor Epaminonda Rodríguez, para que fuera el capitán y le enseñara a pilotear su bote. Su objeto era transportar mercaderías que traían de Bogotá y productos del agro que solo se producían en el altiplano y llevarlas a la región Caribe y de vuelta traer las artesanías de la Costa y el queso costeño.
A finales de 1913 en pleno invierno y el río Magdalena desbordado, sale el primer viaje de La Girardoteña, con destino final El Banco, allí atraca y descarga lo que no pudo vender en los puertos donde arrimó y comienza a relacionarse con los comerciantes de esa ciudad. Se hospeda en el Hotel Magdalena y, a través del gerente Gastón Lozano, quien lo relacionó con los comerciantes más connotados de esa ciudad entre otros: Carmelo Torres Tovar (Catoto), Miguel y Francisco Luna, Carmelo Pisciotti (emigrante Italiano), Modesto Lara, Miguel Chajín Herreros comerciantes de gran prestigio.
Estos comerciantes lo ayudaron a establecer en ese municipio una bodega abierta al público para la compraventa de víveres y abarrotes y productos de la región, sobre todo el pescado de río que salaban y arrollaban como pescaos “mamo” y almacenaba para movilizarlos y comercializarlos en Bogotá. También conoció a Nicolás Barros, hermano de José Benito Barros, a través de este se relacionaron y se convirtió en su asistente ya que el joven José Benito, lo acompañaba en sus correrías de La Girardoteña, que atracaba en todos los puertos del Magdalena Medio y eso le encantaba al futuro maestro de la canción y se convirtió en la mano derecha del cachaco Cubillos, como le decían en los pueblos ribereños.
La popularidad del comerciante Cubillos, se fue extendiendo a tal punto que, un día invitado por su amigo chimichagüero, Luis Roberto León, (El tigre de Torrecilla), decidió viajar con este, para conocer la ciénaga de Zapatosa y a Chimichagua y estudiar el mercado local. Al cachaco, le agradó el paisaje y la idiosincrasia de los nativos y también sus mujeres, allí conoce y se enamora de la chimichagüera Juana de Matas Álvarez Casterva, madre soltera que tenía dos hijos: Antonio León Álvarez y Cristina Padilla Álvarez.
Juana de Mata era una hermosa indígena de piel cobriza, de larga cabellera, mirada seductora, muy alegre, originaria de unos asentamientos indígenas que aún existía en los caseríos de Candelaria, Saloa y Sempegua, y defendía a su cachaco a capa y espada y logró que muriera a su lado y le sobrevivió unos meses y el matrimonio perduró por más de 52 años y no obstante las infidelidades del cachaco Cubillos, como ella misma le decía. En cierta ocasión le pregunté: “¿Abuela por qué sobrevivió su matrimonio tanto tiempo con el cachaco Cubillos?” Y me contestó: “Porque siempre apliqué la máxima que reza: ¡No importa en qué patio cacaree o cante el gallo, sino donde se recoge por la noche! Él siempre se recogía en mi gallinero, lloviera, tronara o relampagueara”.
El asentamiento Chimila de la génesis de Juana de Mata, lamentablemente, fue extinguido por los Monjes Capuchinos y la comunidad de monjas de la Madre Laura, supuestamente llegaron a catequizarlos e imponerles la fe cristiana. Además, no les respetaron su cosmovisión e idiosincrasia, el daño que hicieron estos servidores del Dios de la cultura Judeocristiana. Cuando era un niño percibí que mi abuela hablaba un idioma diferente al español y que solo utilizaba cuando se enojaba con nuestras pilatunas y por eso, ex profeso hacíamos cualquier daño para tener la oportunidad de que nos insultara con términos que no entendíamos y ya de adulto inferí que era su dialecto Chimila. Con ella, el cachaco Cubillos, en 1915, contrajo su segundo matrimonio; después de enviudar de Pastora Ramos. De su segundo matrimonio nacieron: Juana, Juan de Jesús, el más prolífico el que le dio más nietos en 24 hijos, concebidos por cinco mujeres, Guillermo, que no tuvo descendencia y Cosme Cubillos Álvarez. Y gracia a mi papá Juan de Jesús y a Lácides Cubillos González, este último producto de una relación extra matrimonial, con la señora Zoila Rosa González, el apellido se extendió en Chimichagua.
Igualmente estableció otro hogar paralelo con la señora Vicenta Álvarez Mejía, sobrina de Juana de Mata Álvarez, hija de un hermano de la primera, con la cual tuvo tres hijas: Abelina, Margarita, Paulina y una de crianza Melba Ospino.
En Chimichagua construyó una casa con encerramiento de tablas de madera de ceiba y cedro con techo de zinc, allí vivió y fue su morada durante medio siglo y nadie lo convenció de construir otra de ladrillos y cemento pudiendo hacerlo, porque siempre alegaba que era la casa más fresca del pueblo, con cielo raso de tablas de ceiba y un extenso patio donde había muchos árboles frutales y matas ornamentales.
Cuando Guillermo Cubillos se domicilió en Chimichagua, llegó con la nave La Girardoteña, estableció un itinerario de viaje Chimichagua- El Banco, los lunes, miércoles y viernes, transportando las cargas del depósito de compraventa que también montó en Chimichagua.
Estos viajes con horarios y fechas precisas de salida y regreso generaron una clientela de pasajeros abundantes que muchas veces había que dejar carga para meterle más pasajeros que se acomodaban adentro de la nave como pudieran.
Esta anormal situación le creó la necesidad de readecuar su nave para transporte de pasajeros y carga doble propósito y ordenó sacar de circulación a La Girardoteña y la sacaron a tierra firme, en el puerto Real, debajo de un frondoso árbol de Suán, a fin de reconstruirla y adecuarla para transporte de 40 pasajeros y seis toneladas de peso. El boceto de la nueva canoa lo hizo él mismo y contrató a un constructor de canoas, llamado Lorenzo Simanca Epalza, el cual al ver la nave en tierra exclamó: “Eso parece un trasatlántico de agua dulce, no me le mido, porque yo hasta ahora solo he hecho canoas de una sola pieza y máximo dos pasajeros”, pero mi abuelo, hombre de voluntad firme, le dijo: “¡No seas guanábano! Búsqueme un carpintero, un herrero y un aserrador y ocho ayudantes, porque aquí tengo un mapa y un dibujo de cómo vamos a hacer la obra y yo la dirijo”. La nueva canoa estuvo lista el 30 de agosto de 1919, el cachaco Guillermo Cubillos Rocha ya había liquidado a los bogas que trajo de Girardot y decidió incorporar gente de Chimichagua y que fueran pescadores o hacheros que tuvieran fortaleza y de ánimo bravío porque no gustaba de gente cobarde.
Mandó a llamar a su amigo Luis Roberto León, para que le buscara a los mejores hombres de la región para escogerlos como tripulantes y clasificaron para bogas: Ángel Casterva, Eustacio y Manuel Tolosa Piñeres, Víctor Villalobos, Tomás Flórez, Natividad Bolaños, Rufino Tolosa, Juan Sánchez Robles, Leocadio Borja, los hermanos Santiago Morales y Ambrosio Morales, Rufino Hernández y Pedro Arbórea.
A media noche, tomó el timón de mando e hizo que los bogas direccionaran la nave para El Banco y en las horas de la madrugada navegando por el río Cesar, atracaron en puerto Perico, allí ubicó a Nicolás Barros, para que este le ayudara a contratar un grupo de pintores artísticos para que le decoraran su nave con muchos dibujos alegóricos de la región, las aves y de la fauna acuática de la ciénaga. La rebautizaron con el nombre La Julia Elena, en honor a sus dos primeras hijas. El 30 de agosto de 1919, La Julia Elena, a las 10:00 de la mañana, atracó en la ciénaga de ‘Pancuiche’, brazo de la Zapatoza que llega a las playas de amor de Chimichagua, bautizada así por los nativos chimila, lo cual fue todo un espectáculo para su pequeña población, adultos y niños, todo el pueblo se agolpó en el puerto Arenal para verla.
Finalmente la ‘La Julia Elena’ sale del puerto Arenal Ciénaga de Pancuiche, a la 1:00 p.m. con destino a El Banco, piloteada personalmente por mi abuelo Guillermo Cubillos. Llegaron al puerto de El Banco a las 4:00 p.m. y quedaron sorprendidos de que en el muelle muchas personas dieron la bienvenida a La Julia Elena, la noticia llegó primero porque los pescadores de la zona, iban gritando a sus pares que una canoa grandota de pasajeros iba a llegar de Chimichagua a El Banco.
El tripulante más conocido y popular era Pedro Arbórea, un zambo, resultante del mestizaje entre una indígena y un negro cimarrón de la región de El Carmen de Bolívar, era de color moreno, bajo de estatura usaba siempre un sombrero vueltiao que no se lo quitaba ni para dormir, pero tenía una agilidad increíble y mucha fuerza y sus brazos con un gran desarrollo muscular, era muy pendenciero, le gustaba las peleas callejeras. Se preguntarán ¿por qué fue mencionado en la canción ‘La piragua’ como “Pedro Albundia”? Esta alusión que hace el compositor Barros Palomino, del temible Pedro Albundia, obedecía que su fama de peleador callejero, se extendió por todos los puertos donde atracaba la canoa Julia Elena que llamó José Benito, ‘La piragua’, lo hizo así para utilizar una palabra acorde con la canción.
El nieto de Guillermo Cubillos, el hombre que inspiró al compositor José Barros para componer la insigne canción ‘La piragua’, cuenta las aventuras vividas por su abuelo en las poblaciones ribereñas del río Magdalena, que lo llevaron de ser un soldado de la Guerra de los Mil Días a comerciante asentado en las playas de amor en Chimichagua.
Por Jorge Cubillos Barraza
A través de los medios informativos y de muchos escritores se ha tergiversado la realidad fáctica, no solo de la leyenda sino de los rasgos antropológicos de Guillermo Cubillos. Eso me movió a hacer un relato histórico ajustado a la realidad, atendiendo mi condición de nieto y que compartí muchos años de mi adolescencia a su lado. (Este es un fragmento del extenso escrito sobre mi abuelo, La piragua y pasajes de Chimichagua).
Guillermo Cubillos nació y fue bautizado en Usaquén, el día 8 de febrero de 1863, era un hombre de piel blanca, de mediana estatura, cabellos lacios; nació en una familia oriunda del sur del Tolima Grande, posteriormente su familia se trasladó a Zipaquirá, por un período muy corto, luego vivió un tiempo en el municipio de La Calera y finalmente se radicó en el municipio de Chía, donde transcurrió parte de su infancia y adolescencia.
A la edad de 22 años, en 1885, fue reclutado por el Ejército y allí se hace suboficial, participó en la guerra de los Mil Días, combatió en Panamá y de allí lo trasladaron a Puerto Colombia y luego a Santa Cruz de Mompox, a Riohacha, Valledupar, Chiriguaná, Ocaña, y cuando se disponían a regresar a Bogotá, en la batalla de Palo Negro, Santander, fue herido con escopetas de perdigones por la espalda, los que conservó incrustados en su piel hasta el día de su muerte, jamás permitió su extracción porque era un recuerdo de la guerra.
Mi abuelo, herido, cayó al lecho de un río que lo arrastró lejos de la escena del combate y fue recogido por una joven campesina, llamada Pastora Ramos, de El Espinal, Tolima, quien lo curó; se enamoraron y se casaron. Con esta señora se radicó en el puerto La Dorada, allí nacen sus dos hijas Ana Julia e Isabel Elena, y monta una tienda de víveres y abarrotes.
Como tenía dificultad con la movilidad de sus mercaderías, las que transportaba en pequeños botes, le asaltó su espíritu aventurero de hombre militar y andariego y lo motivó a construir una gran embarcación que pudiera navegar en el río Magdalena. En busca de materializar su sueño se desplazó a Girardot, población que gozaba de un fuerte comercio fluvial y por ende allí estaban establecidos constructores de canoas, originarios del litoral Caribe, encontró a un experto, el señor Epaminonda Rodríguez, a quien le hizo conocer su proyecto de embarcación y este después de dudarlo, porque jamás había realizado una obra de gran magnitud, aceptó el reto.
En octubre de 1913, en pleno invierno, terminaron el bote más grande de que se tenga noticias en esa época, ideado por Guillermo Cubillos que invirtió en esa nave más de la mitad de su fortuna; La Girardoteña, así la llamó. La sede de origen sería Girardot y la ruta cubriría todos los puertos del río Magdalena; contrató al experto en navegación fluvial, al señor Epaminonda Rodríguez, para que fuera el capitán y le enseñara a pilotear su bote. Su objeto era transportar mercaderías que traían de Bogotá y productos del agro que solo se producían en el altiplano y llevarlas a la región Caribe y de vuelta traer las artesanías de la Costa y el queso costeño.
A finales de 1913 en pleno invierno y el río Magdalena desbordado, sale el primer viaje de La Girardoteña, con destino final El Banco, allí atraca y descarga lo que no pudo vender en los puertos donde arrimó y comienza a relacionarse con los comerciantes de esa ciudad. Se hospeda en el Hotel Magdalena y, a través del gerente Gastón Lozano, quien lo relacionó con los comerciantes más connotados de esa ciudad entre otros: Carmelo Torres Tovar (Catoto), Miguel y Francisco Luna, Carmelo Pisciotti (emigrante Italiano), Modesto Lara, Miguel Chajín Herreros comerciantes de gran prestigio.
Estos comerciantes lo ayudaron a establecer en ese municipio una bodega abierta al público para la compraventa de víveres y abarrotes y productos de la región, sobre todo el pescado de río que salaban y arrollaban como pescaos “mamo” y almacenaba para movilizarlos y comercializarlos en Bogotá. También conoció a Nicolás Barros, hermano de José Benito Barros, a través de este se relacionaron y se convirtió en su asistente ya que el joven José Benito, lo acompañaba en sus correrías de La Girardoteña, que atracaba en todos los puertos del Magdalena Medio y eso le encantaba al futuro maestro de la canción y se convirtió en la mano derecha del cachaco Cubillos, como le decían en los pueblos ribereños.
La popularidad del comerciante Cubillos, se fue extendiendo a tal punto que, un día invitado por su amigo chimichagüero, Luis Roberto León, (El tigre de Torrecilla), decidió viajar con este, para conocer la ciénaga de Zapatosa y a Chimichagua y estudiar el mercado local. Al cachaco, le agradó el paisaje y la idiosincrasia de los nativos y también sus mujeres, allí conoce y se enamora de la chimichagüera Juana de Matas Álvarez Casterva, madre soltera que tenía dos hijos: Antonio León Álvarez y Cristina Padilla Álvarez.
Juana de Mata era una hermosa indígena de piel cobriza, de larga cabellera, mirada seductora, muy alegre, originaria de unos asentamientos indígenas que aún existía en los caseríos de Candelaria, Saloa y Sempegua, y defendía a su cachaco a capa y espada y logró que muriera a su lado y le sobrevivió unos meses y el matrimonio perduró por más de 52 años y no obstante las infidelidades del cachaco Cubillos, como ella misma le decía. En cierta ocasión le pregunté: “¿Abuela por qué sobrevivió su matrimonio tanto tiempo con el cachaco Cubillos?” Y me contestó: “Porque siempre apliqué la máxima que reza: ¡No importa en qué patio cacaree o cante el gallo, sino donde se recoge por la noche! Él siempre se recogía en mi gallinero, lloviera, tronara o relampagueara”.
El asentamiento Chimila de la génesis de Juana de Mata, lamentablemente, fue extinguido por los Monjes Capuchinos y la comunidad de monjas de la Madre Laura, supuestamente llegaron a catequizarlos e imponerles la fe cristiana. Además, no les respetaron su cosmovisión e idiosincrasia, el daño que hicieron estos servidores del Dios de la cultura Judeocristiana. Cuando era un niño percibí que mi abuela hablaba un idioma diferente al español y que solo utilizaba cuando se enojaba con nuestras pilatunas y por eso, ex profeso hacíamos cualquier daño para tener la oportunidad de que nos insultara con términos que no entendíamos y ya de adulto inferí que era su dialecto Chimila. Con ella, el cachaco Cubillos, en 1915, contrajo su segundo matrimonio; después de enviudar de Pastora Ramos. De su segundo matrimonio nacieron: Juana, Juan de Jesús, el más prolífico el que le dio más nietos en 24 hijos, concebidos por cinco mujeres, Guillermo, que no tuvo descendencia y Cosme Cubillos Álvarez. Y gracia a mi papá Juan de Jesús y a Lácides Cubillos González, este último producto de una relación extra matrimonial, con la señora Zoila Rosa González, el apellido se extendió en Chimichagua.
Igualmente estableció otro hogar paralelo con la señora Vicenta Álvarez Mejía, sobrina de Juana de Mata Álvarez, hija de un hermano de la primera, con la cual tuvo tres hijas: Abelina, Margarita, Paulina y una de crianza Melba Ospino.
En Chimichagua construyó una casa con encerramiento de tablas de madera de ceiba y cedro con techo de zinc, allí vivió y fue su morada durante medio siglo y nadie lo convenció de construir otra de ladrillos y cemento pudiendo hacerlo, porque siempre alegaba que era la casa más fresca del pueblo, con cielo raso de tablas de ceiba y un extenso patio donde había muchos árboles frutales y matas ornamentales.
Cuando Guillermo Cubillos se domicilió en Chimichagua, llegó con la nave La Girardoteña, estableció un itinerario de viaje Chimichagua- El Banco, los lunes, miércoles y viernes, transportando las cargas del depósito de compraventa que también montó en Chimichagua.
Estos viajes con horarios y fechas precisas de salida y regreso generaron una clientela de pasajeros abundantes que muchas veces había que dejar carga para meterle más pasajeros que se acomodaban adentro de la nave como pudieran.
Esta anormal situación le creó la necesidad de readecuar su nave para transporte de pasajeros y carga doble propósito y ordenó sacar de circulación a La Girardoteña y la sacaron a tierra firme, en el puerto Real, debajo de un frondoso árbol de Suán, a fin de reconstruirla y adecuarla para transporte de 40 pasajeros y seis toneladas de peso. El boceto de la nueva canoa lo hizo él mismo y contrató a un constructor de canoas, llamado Lorenzo Simanca Epalza, el cual al ver la nave en tierra exclamó: “Eso parece un trasatlántico de agua dulce, no me le mido, porque yo hasta ahora solo he hecho canoas de una sola pieza y máximo dos pasajeros”, pero mi abuelo, hombre de voluntad firme, le dijo: “¡No seas guanábano! Búsqueme un carpintero, un herrero y un aserrador y ocho ayudantes, porque aquí tengo un mapa y un dibujo de cómo vamos a hacer la obra y yo la dirijo”. La nueva canoa estuvo lista el 30 de agosto de 1919, el cachaco Guillermo Cubillos Rocha ya había liquidado a los bogas que trajo de Girardot y decidió incorporar gente de Chimichagua y que fueran pescadores o hacheros que tuvieran fortaleza y de ánimo bravío porque no gustaba de gente cobarde.
Mandó a llamar a su amigo Luis Roberto León, para que le buscara a los mejores hombres de la región para escogerlos como tripulantes y clasificaron para bogas: Ángel Casterva, Eustacio y Manuel Tolosa Piñeres, Víctor Villalobos, Tomás Flórez, Natividad Bolaños, Rufino Tolosa, Juan Sánchez Robles, Leocadio Borja, los hermanos Santiago Morales y Ambrosio Morales, Rufino Hernández y Pedro Arbórea.
A media noche, tomó el timón de mando e hizo que los bogas direccionaran la nave para El Banco y en las horas de la madrugada navegando por el río Cesar, atracaron en puerto Perico, allí ubicó a Nicolás Barros, para que este le ayudara a contratar un grupo de pintores artísticos para que le decoraran su nave con muchos dibujos alegóricos de la región, las aves y de la fauna acuática de la ciénaga. La rebautizaron con el nombre La Julia Elena, en honor a sus dos primeras hijas. El 30 de agosto de 1919, La Julia Elena, a las 10:00 de la mañana, atracó en la ciénaga de ‘Pancuiche’, brazo de la Zapatoza que llega a las playas de amor de Chimichagua, bautizada así por los nativos chimila, lo cual fue todo un espectáculo para su pequeña población, adultos y niños, todo el pueblo se agolpó en el puerto Arenal para verla.
Finalmente la ‘La Julia Elena’ sale del puerto Arenal Ciénaga de Pancuiche, a la 1:00 p.m. con destino a El Banco, piloteada personalmente por mi abuelo Guillermo Cubillos. Llegaron al puerto de El Banco a las 4:00 p.m. y quedaron sorprendidos de que en el muelle muchas personas dieron la bienvenida a La Julia Elena, la noticia llegó primero porque los pescadores de la zona, iban gritando a sus pares que una canoa grandota de pasajeros iba a llegar de Chimichagua a El Banco.
El tripulante más conocido y popular era Pedro Arbórea, un zambo, resultante del mestizaje entre una indígena y un negro cimarrón de la región de El Carmen de Bolívar, era de color moreno, bajo de estatura usaba siempre un sombrero vueltiao que no se lo quitaba ni para dormir, pero tenía una agilidad increíble y mucha fuerza y sus brazos con un gran desarrollo muscular, era muy pendenciero, le gustaba las peleas callejeras. Se preguntarán ¿por qué fue mencionado en la canción ‘La piragua’ como “Pedro Albundia”? Esta alusión que hace el compositor Barros Palomino, del temible Pedro Albundia, obedecía que su fama de peleador callejero, se extendió por todos los puertos donde atracaba la canoa Julia Elena que llamó José Benito, ‘La piragua’, lo hizo así para utilizar una palabra acorde con la canción.