Valledupar, año 2040
En aquellos días —que ahora parecen siglos— el carbón brotaba de la tierra con la misma abundancia con que brotan las lágrimas en los entierros. Era negro, denso, ardiente como el alma de los pueblos que lo extraían, y su sombra se extendía por todo el Cesar y La Guajira como una promesa y una condena. Las locomotoras retumbaban de día y de noche, las retroexcavadoras cantaban con voces de acero, y los pueblos —La Loma, La Jagua, Albania, Becerril— bullían de vida, como si la tierra misma hubiese estallado en una febril celebración de progreso.
Había trabajo, y del bueno. Jornadas pagadas con cifras que la mayoría no había visto ni en sueños, carros nuevos en las calles polvorientas, mercados rebosantes, licoreras abiertas hasta el amanecer. Las carboneras no solo trajeron empleo: trajeron luz eléctrica, trajeron agua potable, escuelas, centros de salud, becas para los hijos de los obreros que jamás pensaron que sus apellidos llegarían a una universidad.
Pero como en los pueblos bananeros de Macondo, donde los trenes partieron una tarde para no volver jamás, también aquí llegó el silencio. Fue lento al principio, como una enfermedad callada. Un día, una huelga. Al siguiente, una línea férrea bloqueada. Luego, la sombra de un fallo judicial. Protestas desproporcionadas, exigencias imposibles, demandas que nadie podría cumplir. Y cuando la cuerda se rompió, cuando ya no hubo quien tendiera el puente del diálogo, las carboneras se fueron.
No hubo despedidas ni cartas. Solo quedaron los huecos en la tierra, las canchas deportivas sin niños, las casas sin luz, las plazas con estatuas de bronce cubiertas por la herrumbre del olvido. Donde antes hubo minería, hoy hay reservas naturales con nombres líricos y árboles plantados por manos que ya no viven aquí. Las zonas más verdes del norte del país fueron alguna vez las más negras. Pero de la verde esperanza de hoy nadie come.
Las comunidades, que un día gritaban por sus derechos, hoy callan en la resignación. No hay a quién cerrar el portón. No hay contra quién marchar. Solo hay una reina invisible e inaccesible: la nostalgia. Porque todo fue tan grande, tan ruidoso, tan generoso, que su ausencia se convirtió en una forma de tristeza incurable.
Recuerdo una escena absurda, casi literaria. En el comedor industrial de una de las minas, servían langosta los jueves. Un supervisor que iba adelante mío en la fila, visiblemente molesto exclamó: “¡Nojoda, otra vez mariscos!”. En un país donde miles se acuestan con hambre, el fastidio de un obrero por el exceso de abundancia parecía una blasfemia. Pero era real. Porque el ser humano, como dijo algún sabio, es un saco roto: nunca está lleno, nunca está conforme. La gratitud es un huésped raro en las tierras donde alguna vez floreció la riqueza.
Y, sin embargo, no juzgo. Porque todos fuimos parte de esta historia. El Estado, con su ceguera selectiva. Las empresas, con su fe ciega en la eternidad. Los líderes sociales, con su nobleza mal calibrada. Y nosotros, los habitantes, que preferimos protestar antes que proteger, exigir antes que entender.
Hoy, en 2040, muchos de esos líderes han emigrado, muchos de esos críticos se han retirado a Bogotá, y los pueblos del carbón quedaron con la mirada fija en un pasado que no vuelve. Los comerciantes extrañan a los obreros, las fondas extrañan el bullicio de los turnos, y las casas extrañan las risas de los hijos que ya no nacen aquí.
Las carboneras fueron, como las bananeras en su tiempo, un milagro imperfecto. Pero milagro al fin. Y su partida no fue una liberación, como nos dijeron algunos. Fue una amputación. El vacío que dejaron no se llena con discursos ni con monumentos ecológicos. Se llena solo con la memoria, con la certeza dolorosa de que fuimos ricos, poderosos, felices incluso, y no lo supimos ver.
Ahora nos queda solo la nostalgia. Esa reina silenciosa que gobierna sobre pueblos vacíos, sobre estaciones sin trenes, sobre minas transformadas en parques que nadie visita. Una nostalgia de carbón, de ruido, de vida. La nostalgia de las carboneras.
Por: Hernán Restrepo.












