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Columnista - 14 junio, 2021

La música y Dios

Dedicada a los amigos de ‘Sol de Sabanas’.   Mi mente, mi alma, formada, condicionada en la infancia dentro de la  férrea ortodoxia maronita, una fe, que practicaban los abuelos maternos, inmigrantes libaneses, ha sufrido en forma permanente  los embates de la racionalidad, mostrando la vía para abandonar el barco de los que creen  en […]

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Dedicada a los amigos de ‘Sol de Sabanas’.  

Mi mente, mi alma, formada, condicionada en la infancia dentro de la  férrea ortodoxia maronita, una fe, que practicaban los abuelos maternos, inmigrantes libaneses, ha sufrido en forma permanente  los embates de la racionalidad, mostrando la vía para abandonar el barco de los que creen  en verdades reveladas,  habiendo llegado a tocar los techos del agnosticismo, que es la doctrina filosófica que considera inaccesible para el entendimiento humano la noción de lo  absoluto y, especialmente, la naturaleza y existencia de Dios y, en general, de todo lo que no puede ser experimentado o demostrado por la ciencia. El agnóstico no es un ateo, no puede serlo, por su incapacidad de probar lo negativo.

La herramienta de la que más he hecho uso es la del método cartesiano que conlleva el uso de la evidencia, el análisis, la síntesis, la comprobación y las conclusiones, y créanme que pasar la vida por ese cedazo es complicado porque el mayor saldo es la duda y el fastidio o rechazo que un creyente religioso profundo llega a sentir por aquel que no acepta las cosas porque sí. Por ese motivo se me ha señalado en más de una oportunidad el camino al infierno, rociado con agua bendita y de pronto hasta exorcizado, y siento que la cordial relación previa se torna con frecuencia en un “apártate de mí”, o especie de bioseguridad mental.

Por eso en la mayoría de los casos callo, no me expreso, no controvierto, sigo la corriente. Además, me parece desconsiderado tratar de sacar a una persona de sus firmes convicciones religiosas de las cuales uno termina teniendo algo.

Mis conceptos se han decantado en la dirección de que no es muy fuerte el sentimiento creyente, pero sí se agrandó y clarificó el de la existencia de Dios, el de un creador, un gran arquitecto universal.  El sentimiento religioso une a la religión y se cree con eso haber encontrado a Dios, pero es una actitud pasiva de admitir sin cuestionar, es simplemente una aceptación, muy cómoda, además.

El otro camino es la búsqueda activa y consciente de elementos que permitan concluir que “Dios existe”. Y para ello se han utilizado las matemáticas, la filosofía y otras ciencias, además de artes y artilugios, magia incluida.

En esa permanente búsqueda me he dicho que tiene que haber algo que permita llegar al final del camino y para ello dejo de lado como ejemplo la magnificencia de la creación del universo, que a mi modo de ver es una sosa repetición de círculos, vías lácteas y demás, que hacen pensar en falta de imaginación.

He creído que en ese dilatado cosmos debe existir algo que se aparte de esa monótona faena y que nos permita identificar no solo una acción creadora sino inteligencia, movimientos atípicos que desafíen el concepto plano, lineal y estéril, y nos conduzcan a algo diferente, a un nivel más elevado y único y que sobre todo nos individualicen, nos señalen como seres singulares, creaturas insertadas en un medio pero con luz y características propias.

Después de mucho darle vueltas he tropezado con algo que me he propuesto como el argumento que valida mi propuesta y es la existencia de la capacidad mental para producir música, lo que resulta más claro cuando vemos a más de cien músicos ejecutando una composición, cada uno en lo suyo, pero convergiendo armónicamente en acordes al único mensaje.

En ese momento digo: si el ser humano es capaz de producir eso que además no vamos a encontrar repetido en ningún rincón del universo es porque Dios existe. Quisiera poder extenderme, pero el espacio se acaba. De pronto me animo a escribir el capítulo segundo. Dios quiera.

Columnista
14 junio, 2021

La música y Dios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime García Chadid.

Dedicada a los amigos de ‘Sol de Sabanas’.   Mi mente, mi alma, formada, condicionada en la infancia dentro de la  férrea ortodoxia maronita, una fe, que practicaban los abuelos maternos, inmigrantes libaneses, ha sufrido en forma permanente  los embates de la racionalidad, mostrando la vía para abandonar el barco de los que creen  en […]


Dedicada a los amigos de ‘Sol de Sabanas’.  

Mi mente, mi alma, formada, condicionada en la infancia dentro de la  férrea ortodoxia maronita, una fe, que practicaban los abuelos maternos, inmigrantes libaneses, ha sufrido en forma permanente  los embates de la racionalidad, mostrando la vía para abandonar el barco de los que creen  en verdades reveladas,  habiendo llegado a tocar los techos del agnosticismo, que es la doctrina filosófica que considera inaccesible para el entendimiento humano la noción de lo  absoluto y, especialmente, la naturaleza y existencia de Dios y, en general, de todo lo que no puede ser experimentado o demostrado por la ciencia. El agnóstico no es un ateo, no puede serlo, por su incapacidad de probar lo negativo.

La herramienta de la que más he hecho uso es la del método cartesiano que conlleva el uso de la evidencia, el análisis, la síntesis, la comprobación y las conclusiones, y créanme que pasar la vida por ese cedazo es complicado porque el mayor saldo es la duda y el fastidio o rechazo que un creyente religioso profundo llega a sentir por aquel que no acepta las cosas porque sí. Por ese motivo se me ha señalado en más de una oportunidad el camino al infierno, rociado con agua bendita y de pronto hasta exorcizado, y siento que la cordial relación previa se torna con frecuencia en un “apártate de mí”, o especie de bioseguridad mental.

Por eso en la mayoría de los casos callo, no me expreso, no controvierto, sigo la corriente. Además, me parece desconsiderado tratar de sacar a una persona de sus firmes convicciones religiosas de las cuales uno termina teniendo algo.

Mis conceptos se han decantado en la dirección de que no es muy fuerte el sentimiento creyente, pero sí se agrandó y clarificó el de la existencia de Dios, el de un creador, un gran arquitecto universal.  El sentimiento religioso une a la religión y se cree con eso haber encontrado a Dios, pero es una actitud pasiva de admitir sin cuestionar, es simplemente una aceptación, muy cómoda, además.

El otro camino es la búsqueda activa y consciente de elementos que permitan concluir que “Dios existe”. Y para ello se han utilizado las matemáticas, la filosofía y otras ciencias, además de artes y artilugios, magia incluida.

En esa permanente búsqueda me he dicho que tiene que haber algo que permita llegar al final del camino y para ello dejo de lado como ejemplo la magnificencia de la creación del universo, que a mi modo de ver es una sosa repetición de círculos, vías lácteas y demás, que hacen pensar en falta de imaginación.

He creído que en ese dilatado cosmos debe existir algo que se aparte de esa monótona faena y que nos permita identificar no solo una acción creadora sino inteligencia, movimientos atípicos que desafíen el concepto plano, lineal y estéril, y nos conduzcan a algo diferente, a un nivel más elevado y único y que sobre todo nos individualicen, nos señalen como seres singulares, creaturas insertadas en un medio pero con luz y características propias.

Después de mucho darle vueltas he tropezado con algo que me he propuesto como el argumento que valida mi propuesta y es la existencia de la capacidad mental para producir música, lo que resulta más claro cuando vemos a más de cien músicos ejecutando una composición, cada uno en lo suyo, pero convergiendo armónicamente en acordes al único mensaje.

En ese momento digo: si el ser humano es capaz de producir eso que además no vamos a encontrar repetido en ningún rincón del universo es porque Dios existe. Quisiera poder extenderme, pero el espacio se acaba. De pronto me animo a escribir el capítulo segundo. Dios quiera.