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La justicia no se arrodilla… ¿pero debe decirlo?

“La justicia no se arrodilla ante el poder”. Con esa frase, la jueza que llevó el caso del expresidente Álvaro Uribe dio inicio al anuncio del sentido del fallo.

Hugo Mendoza, columnista de EL PILÓN.

Hugo Mendoza, columnista de EL PILÓN.

Por: Hugo

@el_pilon

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“La justicia no se arrodilla ante el poder”. Con esa frase, la jueza que llevó el caso del expresidente Álvaro Uribe dio inicio al anuncio del sentido del fallo. La expresión recorrió medios y redes con fuerza simbólica, generando aplausos entre quienes vieron en ella un acto de independencia y valentía. Pero también abrió la puerta a una reflexión más profunda: ¿debe la justicia proclamarse como tal? ¿Necesita anunciarse con épica para hacerse respetar?

En el derecho, no basta con tener razón; también hay que parecerlo. Y si bien es comprensible que un juzgador quiera dejar constancia del carácter autónomo de su decisión, lo cierto es que la autoridad de la justicia no se construye con frases resonantes, sino con argumentación jurídica, solidez probatoria y respeto al procedimiento.

El principio de imparcialidad, pilar de toda decisión jurisdiccional, exige no solo que el juez sea neutral, sino que también lo parezca. La teatralización de la justicia, aun con las mejores intenciones, puede debilitar su legitimidad institucional. No se trata de censurar el estilo, sino de advertir que la función judicial no es hacer pedagogía simbólica, sino resolver conforme al derecho.

Ya lo decía Habermas: la legitimidad se construye en el procedimiento, no en la estética. Una frase cargada de simbolismo puede animar a la opinión pública, pero también puede interpretarse como una toma de partido o, peor aún, como un intento de ganar legitimidad por vías emocionales. Y eso es riesgoso.

La justicia, si es tal, no necesita presentarse como heroica ni adornarse con solemnidad vacía. Su fuerza reside en su inmanencia, en la capacidad de actuar sin que se lo reclame. Es como la diosa Temis: vendada no porque no vea, sino porque no se deja cegar.

En el caso del expresidente Uribe, lo que se espera no es una sentencia con retórica moral, sino una decisión rigurosa, motivada y fundada en hechos y normas. Las frases lapidarias, aunque atractivas para el registro histórico, deben quedar fuera del acto jurisdiccional. La justicia se respeta cuando se autorrespeta; no por lo que dice de sí misma, sino por cómo actúa, argumenta y decide.

El problema no es que un juez sea firme, claro o incluso enérgico. El problema surge cuando el juez parece hablar más al país que al foro penal. Porque entonces, quien debe ser imperturbable puede convertirse en actor. Y cuando eso ocurre, todos —el derecho, la ciudadanía y la democracia— pierden un poco de lo que nunca deberían perder: confianza.

Por: Hugo Mendoza Guerra.

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