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La insoportable levedad de Saade

En el laberinto burocrático que rodea al presidente Gustavo Petro abundan los personajes estridentes, pero pocos alcanzan el nivel de problemático e irreverente que ostenta Alfredo Saade.

Hugo Mendoza, columnista de EL PILÓN.

Hugo Mendoza, columnista de EL PILÓN.

Por: Hugo

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En el laberinto burocrático que rodea al presidente Gustavo Petro abundan los personajes estridentes, pero pocos alcanzan el nivel de problemático e irreverente que ostenta Alfredo Saade. Un funcionario que, inexplicablemente instalado en el cargo de jefe de despacho de la Presidencia, convirtió la cercanía con el poder en un escaparate de desplantes y en una especie de caricatura viviente del desorden que caracteriza a este gobierno. Su trayectoria, marcada por la indisciplina y la provocación, lo ha transformado en un referente equivocado: un espejo roto donde se reflejan las fracturas de un Ejecutivo que nunca logró consolidarse como equipo.

La Procuraduría, al abrirle un proceso disciplinario y proyectar su suspensión provisional, dejó al descubierto no solo los excesos del inefable Saade sino también la vulnerabilidad del entorno presidencial. Porque más allá de la letra fría del Código General Disciplinario, lo que se observa es la reiterada dificultad del mandatario para rodearse de figuras mínimamente confiables. El propio Saade, en vez de encarnar lealtad institucional, se dedicó a exacerbar tensiones, multiplicar polémicas y convertirse en un símbolo de irresponsabilidad administrativa.

El episodio revela una constante: Petro no ha tenido suerte ni tino en conformar un equipo sólido. Cada nombramiento parece condenado a la controversia, como si los pasillos de Palacio se hubieran convertido en un teatro de improvisaciones donde los actores, lejos de aportar estabilidad, se disputan protagonismos fugaces. El exministro Leyva ya lo había probado en carne propia con el mismo tema de los pasaportes. Ahora Saade repite la función, confirmando que la política exterior y los nombramientos de alto nivel son terreno fértil para el escándalo.

Resulta irónico que, mientras el borrador de la medida disciplinaria contra Saade se filtraba, el funcionario recibiera el nombramiento como embajador en Brasil. Una salida elegante, dicen algunos; una burla institucional, opinan otros. Al final, lo único que queda claro es la fragilidad de un gobierno que, incapaz de disciplinar a los suyos, se enreda en una cadena de errores que minan su tragicómica historia.

Lo más preocupante no era la suspensión en sí, sino el retrato que deja del Presidente: un hombre que no logra domar ni a su propia cuadrilla. Cada intento de construir un círculo de confianza termina diluyéndose en polémicas que desgastan al Ejecutivo y refuerzan la sensación de terrible soledad del mandatario. Petro, atrapado entre su afán de marcar una diferencia histórica y las torpezas de su entorno, se enfrenta al riesgo de pasar a la posteridad no como el líder que despolarizó al país, sino como quien sucumbió a las veleidades de su propio equipo.

Alfredo Saade es, en este contexto, algo más que un caso disciplinario: es la metáfora de un proyecto político que se desgasta en su propia turbulencia. Un funcionario que habla con desdén, actúa con imprudencia y arrastra consigo la sombra de un gobierno que parece condenado a la controversia. Y es que, a estas alturas, la pregunta no es si Petro puede corregir el rumbo, sino si tendrá tiempo y disciplina para hacerlo.

Por: Hugo Mendoza Guerra.

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