Debemos afrontar con compromiso para brindar solución, sin indiferencia, con civismo y con un alto grado de madurez el problema cada día más álgido y destructor que propicia la indigencia en el país. Esta afirmación surge como consecuencia a la innegable existencia de un abultado número de niños, jóvenes y adultos que hoy por hoy […]
Debemos afrontar con compromiso para brindar solución, sin indiferencia, con civismo y con un alto grado de madurez el problema cada día más álgido y destructor que propicia la indigencia en el país.
Esta afirmación surge como consecuencia a la innegable existencia de un abultado número de niños, jóvenes y adultos que hoy por hoy se encuentran atrapados por el infernal mundo de las drogas engrosando así, el muro rígido de la miseria y la pobreza. Por ello, es el momento de cimentar, de construir en una sola voz estrategias conducentes a demandar del Estado su concurso decisivo, tras la finalidad de poner fin a este arraigado y ancestral fenómeno.
En este sentido y para ventilar soluciones urgentes a este garrafal flagelo, es fundamental asimilar la indigencia desde un hito histórico de dimensiones colosales y orbitales que lacera y carcome la conciencia y la razón de los seres humanos.
La indigencia extrema según nuestro criterio y el de expertos en psicología y psiquiatría es producto del uso exacerbado de las diferentes drogas existentes en el contexto universal. Es preciso anotar que el drogadicto es el protagonista de la población de indigentes en cualquier jurisdicción territorial. Los drogadictos en su gran mayoría, provienen de un hogar disfuncional; donde los valores éticos y morales son pisoteados prácticamente no surgen en ese hogar; donde la disciplina, autoestima y el sentido de pertenencia se ha ausentado, para dar paso a actos violentos e intolerantes que se convierten en caldo de cultivo para la descomposición social.
En estos hogares es muy fácil encontrar a una madre alcohólica, a un padre vicioso, a un hermano homosexual y otras patologías que degradan y de que forma la armonía y el orden de cualquier núcleo familiar; así de sencillo, retrasando cualquier progreso. Bajo esta contextualización, es triste y preocupante describir el desespero y angustia de determinados padres que han corrido la suerte de acariciar el doloroso fracaso de sus hijos a través de frustrados intentos. Intentos que han sido direccionados para lograr la posibilidad que los habitantes de la calle se curen con tratamientos y orientación profesional, en centros de rehabilitación; sin embargo, la gran verdad arroja como resultados, que estos lugares de rehabilitación que algunos financiados por el gobierno nacional a través del sisben, no han dado la talla. En otras palabras, no han servido para nada.
Es necesario recoger los ecos de la ciudadanía y transformarlos en proyectos de gran valía e impacto que permitan buscar rutas para avanzar en cómo mejorar el pedregoso y vergonzante modo de vida de los habitantes de la calle. Habitantes, que son desechados y estigmatizados por la sociedad a raíz de la serie de actuaciones que realizan: defecar en los andenes, dormir en los parques, incomodar a los turistas etc, etc.
Por todas estas manifestaciones, el Estado está en la obligación de diseñar un plan estratégico que represente solución a esta mayúscula problemática de orden social. Y ojalá la forma de lograrlo, sea por voluntad propia, sin que sea menester incorporar mecanismos coercitivos como los que se aplican en Filipinas. Allí, se le brinda al habitante de la calle todas las prerrogativas que conduzcan a su sanación física, emocional y mental; pero si el ciudadano reincide, pasa al pabellón de fusilamiento; no es que deseemos eso ¡claro que no!, esta ha sido una medida en gran parte funcional, pero seriamente criticada por defensores de derechos humanos. Este flagelo debe asumirse con un verdadero compromiso de cambio; regenerar la sociedad afectada.
Debemos afrontar con compromiso para brindar solución, sin indiferencia, con civismo y con un alto grado de madurez el problema cada día más álgido y destructor que propicia la indigencia en el país. Esta afirmación surge como consecuencia a la innegable existencia de un abultado número de niños, jóvenes y adultos que hoy por hoy […]
Debemos afrontar con compromiso para brindar solución, sin indiferencia, con civismo y con un alto grado de madurez el problema cada día más álgido y destructor que propicia la indigencia en el país.
Esta afirmación surge como consecuencia a la innegable existencia de un abultado número de niños, jóvenes y adultos que hoy por hoy se encuentran atrapados por el infernal mundo de las drogas engrosando así, el muro rígido de la miseria y la pobreza. Por ello, es el momento de cimentar, de construir en una sola voz estrategias conducentes a demandar del Estado su concurso decisivo, tras la finalidad de poner fin a este arraigado y ancestral fenómeno.
En este sentido y para ventilar soluciones urgentes a este garrafal flagelo, es fundamental asimilar la indigencia desde un hito histórico de dimensiones colosales y orbitales que lacera y carcome la conciencia y la razón de los seres humanos.
La indigencia extrema según nuestro criterio y el de expertos en psicología y psiquiatría es producto del uso exacerbado de las diferentes drogas existentes en el contexto universal. Es preciso anotar que el drogadicto es el protagonista de la población de indigentes en cualquier jurisdicción territorial. Los drogadictos en su gran mayoría, provienen de un hogar disfuncional; donde los valores éticos y morales son pisoteados prácticamente no surgen en ese hogar; donde la disciplina, autoestima y el sentido de pertenencia se ha ausentado, para dar paso a actos violentos e intolerantes que se convierten en caldo de cultivo para la descomposición social.
En estos hogares es muy fácil encontrar a una madre alcohólica, a un padre vicioso, a un hermano homosexual y otras patologías que degradan y de que forma la armonía y el orden de cualquier núcleo familiar; así de sencillo, retrasando cualquier progreso. Bajo esta contextualización, es triste y preocupante describir el desespero y angustia de determinados padres que han corrido la suerte de acariciar el doloroso fracaso de sus hijos a través de frustrados intentos. Intentos que han sido direccionados para lograr la posibilidad que los habitantes de la calle se curen con tratamientos y orientación profesional, en centros de rehabilitación; sin embargo, la gran verdad arroja como resultados, que estos lugares de rehabilitación que algunos financiados por el gobierno nacional a través del sisben, no han dado la talla. En otras palabras, no han servido para nada.
Es necesario recoger los ecos de la ciudadanía y transformarlos en proyectos de gran valía e impacto que permitan buscar rutas para avanzar en cómo mejorar el pedregoso y vergonzante modo de vida de los habitantes de la calle. Habitantes, que son desechados y estigmatizados por la sociedad a raíz de la serie de actuaciones que realizan: defecar en los andenes, dormir en los parques, incomodar a los turistas etc, etc.
Por todas estas manifestaciones, el Estado está en la obligación de diseñar un plan estratégico que represente solución a esta mayúscula problemática de orden social. Y ojalá la forma de lograrlo, sea por voluntad propia, sin que sea menester incorporar mecanismos coercitivos como los que se aplican en Filipinas. Allí, se le brinda al habitante de la calle todas las prerrogativas que conduzcan a su sanación física, emocional y mental; pero si el ciudadano reincide, pasa al pabellón de fusilamiento; no es que deseemos eso ¡claro que no!, esta ha sido una medida en gran parte funcional, pero seriamente criticada por defensores de derechos humanos. Este flagelo debe asumirse con un verdadero compromiso de cambio; regenerar la sociedad afectada.