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Historias - 27 enero, 2025

La historia del cesarense que deportaron encadenado de Estados Unidos en el 2024

EL PILÓN cuenta la historia de un cesarense que viajó en julio de 2024 a Estados Unidos y vivió uno de sus peores pesadillas: encadenado de pies, manos y cintura y sometido a torturas.

La historia del cesarense que deportaron de Estados Unidos: “Nos trajeron encadenados”
La historia del cesarense que deportaron de Estados Unidos: “Nos trajeron encadenados”
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El protagonista de esta historia accedió a contarnos su caso si cambiábamos su nombre. De ahora en adelante se llamará Robert Martínez*.

En julio de 2024, Robert Martínez tomó un bus desde la Terminal de Valledupar que lo llevaría hasta Bogotá. De allí tomó un vuelo directo a Cancún, en México, donde, según las promesas, lo recibiría un coyote que lo acompañaría a cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos para cumplir el sueño americano. 

Sin embargo, la realidad es más cruel de lo que aseguran los promotores del viaje. Al llegar a Cancún, funcionarios de Migración le impidieron viajar a Ciudad de México durante varias horas. Tuvo que reprogramar su vuelo y comprar clase ejecutiva.

De Ciudad de México viajó a Tijuana. Allí empezaron las extorsiones. “Te ponen problemas los de migración, pero para que les pagues, sino no te dejan mover”, cuenta Martínez.

Recomendado: Trump anunció sanciones contra Colombia y quitó visas a miembros del Gobierno Petro

Siguiendo los consejos del coyote, del aeropuerto de Tijuana se trasladó a un hotel, donde por primera vez escuchó y vio de cerca a la muerte. “Llegando a la puerta del hotel asesinan al señor que iba entrando al lado mío. Yo sentí los disparos en la espalda. Empecé a gritar una clave que nos dieron y me abrieron la puerta”, relata Martínez.

Por los disparos, a las pocas horas llegó Migración. “De una llegaron con la amenaza de que nos iban a deportar, pero en realidad es para que les demos plata. Me quitaron 300 dólares”. El hotel es reconocido en Tijuana porque aloja a migrantes indocumentados.

“Estás a la suerte”

Superada la extorsión y el episodio del asesinato, pudo llamar al coyote que se había comprometido a llevarlo al otro lado de la frontera. Para eso, debían emprender un viaje por trochas desérticas. “Desde ese momento estás más cerca de la muerte”, explica Robert Martínez. “Estás echado a la suerte”.

El primer coyote lo subió en un bus que lo trasladó hasta otro pueblo que no logró reconocer. El camino era en trocha. Al desembarcar, fueron entregados a una banda criminal que trafica y cobra un porcentaje por llevar inmigrantes hasta los Estados Unidos

“Todos tenían pasamontañas, armas y nos gritaban que no los miráramos. Recuerdo que cuando nos bajamos vimos hacia unos cuartos donde tenían niños encerrados, personas que llevaban varios días allí”.

Tras un pequeño censo, los montaron en un bus en mal estado rumbo a la frontera. Había más de 60 personas, aunque el bus tenía capacidad para no más de 25 o 30. Algunos fueron obligados a botar sus pertenencias. 

“Íbamos uno sobre otro, demasiado apretado. Había gente de Bucaramanga, Cali, de todas partes de Colombia. Recuerdo que iban dos guajiros”. 

Llegando a los Estados Unidos, los carros de migración de México empezaron a perseguir el bus en el que iba Robert Martínez y más de 60 inmigrantes. El conductor, encapuchado y armado, aceleraba intentando huir de las autoridades, mientras que los otros coyotes lanzaban tachuelas para romper las llantas de los carros que los seguían. “Eso era una trocha con abismos. Si se abría una puerta o alguien se salía ya estaba muerto”, agrega. 

El otro calvario: vivir como prisionero

Cuando cruzaron la frontera y pisaron territorio estadounidense, los funcionarios de Migración de México rehusaron la persecución. El siguiente paso era entregarse a las autoridades norteamericanas y correr con la suerte de que los dejaran en el país. 

Sin embargo, en realidad, empezaba un infierno en el que serían tratados como delincuentes condenados. “Nos entregamos a las autoridades y nos llevaron a un centro de detención. Nos metieron en un cuartico de 3 metros con más de 50 personas.  Nos sacaron toda la información. Al rato llegó un oficial diciendo que habían encontrado a varias personas deshidratadas en el desierto. Eran los otros compañeros. Uno de ellos murió”. 

Terminadas las entrevistas, empezó la tortura. Robert Martínez relata que fueron esposados de la cintura, pies y manos para ser trasladados en un bus hasta San Diego, California. Allí llegaron a las famosas ‘hieleras’, espacios acondicionados a muy bajas temperaturas donde prácticamente  torturan a los migrantes.

“Son carpas inmensas donde las temperaturas son de 8 grados. Hay unas celdas y unas colchonetas muy pequeñas. En un solo cuarto puede haber 50 personas. Lo único que nos dan es una bolsa térmica para arroparse. La idea es no dejarte dormir para que sufras las consecuencias de intentar cruzar la frontera”, explica Robert Martínez. 

En ese proceso de tortura, como lo calificó, los despertaban cada dos horas con la excusa de hacer aseo. A los días de estar encerrados perdían la noción del tiempo porque no veían el sol. Después de una semana dentro de las hieleras, y tras un solo baño, los pararon a las 12 de la noche para trasladarlos hasta Texas. Nuevamente viajaron encadenados de cintura, pies y manos. “Un señor que iba a mi lado se vomitó y la oficial le decía: lo vas a recoger tú mismo, agachate. El trato es inhumano”.

Al llegar, las cosas de valor fueron empacadas en pequeñas bolsas. El resto de propiedades fueron quemadas. Nuevamente, más de 50 personas fueron encerradas en una pequeña celda. Ahí estuvieron durante 4 días, cuando les avisaron que irían a otro centro de detención. El tercero en menos de 15 días.

“Encadenados de cintura, pies y cabeza”

El nuevo destino estaba ubicado en Puerto Isabel. “Nos quitaron la ropa. Nos entregaron dos pantaloncillos y una vestidura azul de presos de bajo peligro. A los que tenían reseña legal le ponían ropa naranja. Ahí demoré 10 o 12 días”. 

Era prácticamente una cárcel, sin embargo, celebraban que al menos había camas y horarios para ver el sol. “Había un camarote. Todo era con reglas, como una cárcel. A las 6 de la mañana a desayunar, a las 9 salir al patio, a las 11 el almuerzo, luego hacer aseo y a las 4 la cena. Había playstation y tablets para comunicarnos con los familiares”. 

Algunos podrían acceder a productos, sin embargo debían comunicarse con los familiares para que les enviaran dinero. “Nos dijeron que si cumplíamos 15 días, nos sacaban y nos quedábamos en los Estados Unidos.  Pero faltando 1 día nos levantaron y nos esposaron cintura, pies y mano. Nos llevaron a una ciudad grande, pero no sé qué ciudad era. Nos llevaron hasta un aeropuerto, donde nos esperaba el avión que nos traería a Colombia”, afirma Martínez.

Todos los migrantes subieron al avión esposados de cintura, pies y manos, acompañados de agentes de Migración. “Uno de nosotros se rehusó a ponerse las esposas y lo golpearon y estrellaron para que entendiéramos lo que nos podía pasar”, relata. 

El viaje tenía como destino Colombia. Era agosto de 2024 y Robert Martínez, aún “golpeado en su dignidad”, celebraba por regresar vivo a su país de origen, pues varios que iniciaron camino junto a él murieron en el intento del ‘sueño americano’.

Cuando estaban a punto de aterrizar, cuenta, los de migración ordenaron bajar las ventanas, les quitaron las esposas de la cintura, los pies y las manos y las escondieron. “Hicieron creer que veníamos bien”. 

Robert Martínez explica que la actual administración del presidente Donald Trump no es la única que ha sometido a tratos indignos a los inmigrantes indocumentados.  “En esos días de tortura bajé como 10 kilos porque la comida allá es cero sal. Te someten a una dieta solo para que sobrevivas. No vuelvo a hacer eso ni porque sea la última opción. Es mejor luchar acá en Colombia. Los coyotes te pintan maravillas, pero nada es así”, reflexiona.

Por Deivis Caro

Historias
27 enero, 2025

La historia del cesarense que deportaron encadenado de Estados Unidos en el 2024

EL PILÓN cuenta la historia de un cesarense que viajó en julio de 2024 a Estados Unidos y vivió uno de sus peores pesadillas: encadenado de pies, manos y cintura y sometido a torturas.


La historia del cesarense que deportaron de Estados Unidos: “Nos trajeron encadenados”
La historia del cesarense que deportaron de Estados Unidos: “Nos trajeron encadenados”
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El protagonista de esta historia accedió a contarnos su caso si cambiábamos su nombre. De ahora en adelante se llamará Robert Martínez*.

En julio de 2024, Robert Martínez tomó un bus desde la Terminal de Valledupar que lo llevaría hasta Bogotá. De allí tomó un vuelo directo a Cancún, en México, donde, según las promesas, lo recibiría un coyote que lo acompañaría a cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos para cumplir el sueño americano. 

Sin embargo, la realidad es más cruel de lo que aseguran los promotores del viaje. Al llegar a Cancún, funcionarios de Migración le impidieron viajar a Ciudad de México durante varias horas. Tuvo que reprogramar su vuelo y comprar clase ejecutiva.

De Ciudad de México viajó a Tijuana. Allí empezaron las extorsiones. “Te ponen problemas los de migración, pero para que les pagues, sino no te dejan mover”, cuenta Martínez.

Recomendado: Trump anunció sanciones contra Colombia y quitó visas a miembros del Gobierno Petro

Siguiendo los consejos del coyote, del aeropuerto de Tijuana se trasladó a un hotel, donde por primera vez escuchó y vio de cerca a la muerte. “Llegando a la puerta del hotel asesinan al señor que iba entrando al lado mío. Yo sentí los disparos en la espalda. Empecé a gritar una clave que nos dieron y me abrieron la puerta”, relata Martínez.

Por los disparos, a las pocas horas llegó Migración. “De una llegaron con la amenaza de que nos iban a deportar, pero en realidad es para que les demos plata. Me quitaron 300 dólares”. El hotel es reconocido en Tijuana porque aloja a migrantes indocumentados.

“Estás a la suerte”

Superada la extorsión y el episodio del asesinato, pudo llamar al coyote que se había comprometido a llevarlo al otro lado de la frontera. Para eso, debían emprender un viaje por trochas desérticas. “Desde ese momento estás más cerca de la muerte”, explica Robert Martínez. “Estás echado a la suerte”.

El primer coyote lo subió en un bus que lo trasladó hasta otro pueblo que no logró reconocer. El camino era en trocha. Al desembarcar, fueron entregados a una banda criminal que trafica y cobra un porcentaje por llevar inmigrantes hasta los Estados Unidos

“Todos tenían pasamontañas, armas y nos gritaban que no los miráramos. Recuerdo que cuando nos bajamos vimos hacia unos cuartos donde tenían niños encerrados, personas que llevaban varios días allí”.

Tras un pequeño censo, los montaron en un bus en mal estado rumbo a la frontera. Había más de 60 personas, aunque el bus tenía capacidad para no más de 25 o 30. Algunos fueron obligados a botar sus pertenencias. 

“Íbamos uno sobre otro, demasiado apretado. Había gente de Bucaramanga, Cali, de todas partes de Colombia. Recuerdo que iban dos guajiros”. 

Llegando a los Estados Unidos, los carros de migración de México empezaron a perseguir el bus en el que iba Robert Martínez y más de 60 inmigrantes. El conductor, encapuchado y armado, aceleraba intentando huir de las autoridades, mientras que los otros coyotes lanzaban tachuelas para romper las llantas de los carros que los seguían. “Eso era una trocha con abismos. Si se abría una puerta o alguien se salía ya estaba muerto”, agrega. 

El otro calvario: vivir como prisionero

Cuando cruzaron la frontera y pisaron territorio estadounidense, los funcionarios de Migración de México rehusaron la persecución. El siguiente paso era entregarse a las autoridades norteamericanas y correr con la suerte de que los dejaran en el país. 

Sin embargo, en realidad, empezaba un infierno en el que serían tratados como delincuentes condenados. “Nos entregamos a las autoridades y nos llevaron a un centro de detención. Nos metieron en un cuartico de 3 metros con más de 50 personas.  Nos sacaron toda la información. Al rato llegó un oficial diciendo que habían encontrado a varias personas deshidratadas en el desierto. Eran los otros compañeros. Uno de ellos murió”. 

Terminadas las entrevistas, empezó la tortura. Robert Martínez relata que fueron esposados de la cintura, pies y manos para ser trasladados en un bus hasta San Diego, California. Allí llegaron a las famosas ‘hieleras’, espacios acondicionados a muy bajas temperaturas donde prácticamente  torturan a los migrantes.

“Son carpas inmensas donde las temperaturas son de 8 grados. Hay unas celdas y unas colchonetas muy pequeñas. En un solo cuarto puede haber 50 personas. Lo único que nos dan es una bolsa térmica para arroparse. La idea es no dejarte dormir para que sufras las consecuencias de intentar cruzar la frontera”, explica Robert Martínez. 

En ese proceso de tortura, como lo calificó, los despertaban cada dos horas con la excusa de hacer aseo. A los días de estar encerrados perdían la noción del tiempo porque no veían el sol. Después de una semana dentro de las hieleras, y tras un solo baño, los pararon a las 12 de la noche para trasladarlos hasta Texas. Nuevamente viajaron encadenados de cintura, pies y manos. “Un señor que iba a mi lado se vomitó y la oficial le decía: lo vas a recoger tú mismo, agachate. El trato es inhumano”.

Al llegar, las cosas de valor fueron empacadas en pequeñas bolsas. El resto de propiedades fueron quemadas. Nuevamente, más de 50 personas fueron encerradas en una pequeña celda. Ahí estuvieron durante 4 días, cuando les avisaron que irían a otro centro de detención. El tercero en menos de 15 días.

“Encadenados de cintura, pies y cabeza”

El nuevo destino estaba ubicado en Puerto Isabel. “Nos quitaron la ropa. Nos entregaron dos pantaloncillos y una vestidura azul de presos de bajo peligro. A los que tenían reseña legal le ponían ropa naranja. Ahí demoré 10 o 12 días”. 

Era prácticamente una cárcel, sin embargo, celebraban que al menos había camas y horarios para ver el sol. “Había un camarote. Todo era con reglas, como una cárcel. A las 6 de la mañana a desayunar, a las 9 salir al patio, a las 11 el almuerzo, luego hacer aseo y a las 4 la cena. Había playstation y tablets para comunicarnos con los familiares”. 

Algunos podrían acceder a productos, sin embargo debían comunicarse con los familiares para que les enviaran dinero. “Nos dijeron que si cumplíamos 15 días, nos sacaban y nos quedábamos en los Estados Unidos.  Pero faltando 1 día nos levantaron y nos esposaron cintura, pies y mano. Nos llevaron a una ciudad grande, pero no sé qué ciudad era. Nos llevaron hasta un aeropuerto, donde nos esperaba el avión que nos traería a Colombia”, afirma Martínez.

Todos los migrantes subieron al avión esposados de cintura, pies y manos, acompañados de agentes de Migración. “Uno de nosotros se rehusó a ponerse las esposas y lo golpearon y estrellaron para que entendiéramos lo que nos podía pasar”, relata. 

El viaje tenía como destino Colombia. Era agosto de 2024 y Robert Martínez, aún “golpeado en su dignidad”, celebraba por regresar vivo a su país de origen, pues varios que iniciaron camino junto a él murieron en el intento del ‘sueño americano’.

Cuando estaban a punto de aterrizar, cuenta, los de migración ordenaron bajar las ventanas, les quitaron las esposas de la cintura, los pies y las manos y las escondieron. “Hicieron creer que veníamos bien”. 

Robert Martínez explica que la actual administración del presidente Donald Trump no es la única que ha sometido a tratos indignos a los inmigrantes indocumentados.  “En esos días de tortura bajé como 10 kilos porque la comida allá es cero sal. Te someten a una dieta solo para que sobrevivas. No vuelvo a hacer eso ni porque sea la última opción. Es mejor luchar acá en Colombia. Los coyotes te pintan maravillas, pero nada es así”, reflexiona.

Por Deivis Caro