La adicción a los objetos cortopunzantes es una de las problemáticas que aqueja a algunos jóvenes que sienten placer ante el dolor que éstos generan. “El amor a la cuchilla” o ‘cutting’ es ‘el grito silencioso’ de aquellos que quieren ser escuchados.
“Me siento triste, sola, decepcionada de mi vida, él no está y lo sigo queriendo, me miente, me engaña, me promete que va a volver. Mi madre me dice que no le crea, pero lo quiero… Papá, ven te necesito, quiero un abrazo tuyo, contarte mis cosas, que me escuches, quiero ir al parque contigo, quiero jugar, reír, sentir que tengo un papá que me ama, que me ayuda en estos momentos de confusión. Por eso… amo la cuchilla, es mi única amiga, ella me entiende y me saca de este problema”.
Con esta confesión, Lucía, una joven de 15 años, trata de explicarle a su psicóloga por qué se hace heridas de cortaduras en la piel y aclara que no lo hace con la intención de suicidarse, solo de sentir un dolor que le genera placer, convirtiéndose en una especie de droga en su vida. Ella es una adolecente atractiva, tiene un rostro angelical y figura armoniosa, pero no se lo cree; usa peinados extravagantes para llamar la atención, busca desesperadamente ser escuchada o valorada por alguien.
Como ella, las voces de muchos adolescentes reclaman silenciosamente más afecto y atención de sus padres. Se trata de una autolesión, un acto voluntario en el que un niño, adolescente o joven se hiere con elementos cortopunzantes, que van desde la punta filosa de los lápices, las cuchillas de un tajalápiz y cuchillos de cocina; incluso atentan contra sí mismos arañándose la piel y mordiéndose hasta sangrar.
Así lo corrobora la orientadora escolar de un colegio de Valledupar, la psicóloga Alcira Vitola Mercado, quien ha seguido de cerca el caso de Lucía, quien reflexiona que:
“si la vida de alguien dependiera (literalmente a veces) de que le escuches 10 minutos, de que te cuente sus dolores y sobre todo que esos dolores tienen algo que ver contigo qué harías: ¿le concedes el tiempo dispuesto a escuchar?, o ¿Críticas y sigues tu camino, porque estas muy ocupado con tu propia vida?”.
Al indagar por qué algunos jóvenes o adolescentes se hacen daños ellos mismos, la profesional de la psicología asegura que:
“para los estudiantes que se autolesionan, este daño que causan a su cuerpo lo hacen para aliviar con el dolor físico el dolor que tienen en el alma y lo hacen por muchos factores que se dan al interior de las familias: separación de los padres, la mala situación económica y el cambio de ciudad y de colegio. Esta problemática se ha convertido últimamente, al parecer, una moda entre esta población; los niños, adolescentes o jóvenes deciden cortarse por recomendación de los amigos o compañeros de colegio de la mano de otras problemáticas como el bullying y el consumo de sustancias alucinógenas”,
manifiesta la psicóloga consultada por EL PILÓN.
Así como Lucía hay muchos jóvenes en Valledupar que presentan este mismo comportamiento en otros centros educativos como:
Estas son las cifras reportadas a la Secretaría de Educación Municipal en lo que va corrido del presente año. Así lo dio a conocer el director de Núcleo de Desarrollo Educativo de la Secretaría de Educación Municipal, Ezequiel Montiel.
De acuerdo al encargado del área de Psiquiatría en la Secretaría de Salud Municipal, Juan Carlos Bermúdez, han detectado casos en colegios como el Instpecam, Alberto Herazo Palmera, Loperena Garupal, Técnico La Esperanza y José Eugenio Martínez, precisando que
“cifras específicas de cutting no existen porque normalmente no llegan a las clínicas; solo son remitidos si son lesiones más graves”.
Por su parte, la profesional a cargo de la Dimensión de Salud Mental de la Secretaría de Salud Departamental, Jacqueline Jalk, dijo que difícilmente se pueden llevar cifras en su sectorial porque los casos son pocos reportados y porque se les da manejo en las instituciones educativas.
“La herida tiene que ser muy profunda para que lo lleven a asistencia médica; allí sí quedarían registrados a través del Sistema Epidemiológico en el Sivigila”,
acotó.
De acuerdo al psiquiatra Alex Sandro Mindiola, muchas de estas situaciones obedecen a trastornos de ansiedad.
“Muchas de las angustias existenciales de los jóvenes las canalizan a través de la lesión como quitarse hebras de cabello o cortarse la piel, puesto que sienten que los liberan de la angustia. Debajo de ese componente puede existir un cuadro depresivo o un cuadro de ansiedad”,
argumentó.
Por su parte, la psicóloga Vitola Mercado asegura que:
“los jóvenes que practican el cutting quieren ser escuchados, contar con una familia que entienda lo que les pasa en esta compulsiva vida, que están expuestos a la presión del medio, que no quieren caer en el fango social, que muchas veces no tienen otra opción”.
Lucía encontró apoyo en su colegio gracias a la psicóloga de la institución. Va una vez a la semana a sus citas psicológicas; en media o una hora quiere descargar todas sus penas y vacíos existenciales, pero el tiempo le resulta insuficiente, pues tiene ‘un hueco’ inmenso por dentro.
Además, recibe apoyo de la prestadora de salud donde está afiliada, pero ella y muchos estudiantes dejan de ir a las citas de la EPS porque se las asignan cada mes. Por lo anterior, la joven de esta historia prefiere la ayuda del colegio, lo que resulta complejo porque allí sólo hay una orientadora para toda la población de la institución educativa (4.200 estudiantes), que además de atender estudiantes también atiende a los padres, cuidadores, docentes y directivos.
Jalk subrayó que “hay que analizar qué problemas se tienen dentro del mismo contexto del hogar. Estamos descuidando tanto a nuestros hijos; estamos delegando las responsabilidades en terceros. Uno en la casa es el primero que se debe dar cuenta y detectar qué está haciendo mi hijo o hija tanto tiempo metida en el computador, celular de gama alta, o tableta, donde está bombardeado de infinidad de información (buena o mala)”.
Su exhortación es a que “estemos más pendientes de nuestros hijos; dediquémosle más tiempo, vivamos más con los muchachos. Dejemos a un lado el mundo virtual y volvamos a lo que fuimos antes: al juego del balón, al parque, al bate pateao, al juego de la lleva, que antes se hacían y eran más sanos que lo que practican hoy en día las nuevas generaciones; pues viven en un mundo irreal, que conlleva a esta descomposición social y a estar alejados los unos de los otros”.
Según datos oficiales, en el municipio de Valledupar existen solo 37 orientadores escolares para una población cercana de 83.000 estudiantes. Allí se evidencia la carencia de estos profesionales que ‘trabajan con las uñas’, y que aunque quieren hacer más, sus fuerzas no le alcanzan.
“Es importante que una vez focalizado el problema se activen las rutas pertinentes para abordar la dificultad con el adolescente y darle el manejo pertinente. En la actualidad las alarmas están activadas; sin embargo, es necesario que la Secretaría de Educación Municipal solicite ante el Ministerio de Educación aumentar el número de orientadores escolares”,
comenta Vitola.
Mientras que Lucía sigue viviendo sus luchas internas y las trata de camuflar con lesiones físicas y trata de combatir su comportamiento con la ayuda brindada por su orientadora escolar, muchos adolescentes aún no se atreven a decirle a algún profesional que los ayude, que les asesore, tal vez por miedo o tal vez por vergüenza. Ella sigue asistiendo a clases regularmente, apegada a un ser supremo que la saque del abismo en que se encuentra.
ANNELISE BARRIGA RAMÍREZ / EL PILÓN
[email protected]
La adicción a los objetos cortopunzantes es una de las problemáticas que aqueja a algunos jóvenes que sienten placer ante el dolor que éstos generan. “El amor a la cuchilla” o ‘cutting’ es ‘el grito silencioso’ de aquellos que quieren ser escuchados.
“Me siento triste, sola, decepcionada de mi vida, él no está y lo sigo queriendo, me miente, me engaña, me promete que va a volver. Mi madre me dice que no le crea, pero lo quiero… Papá, ven te necesito, quiero un abrazo tuyo, contarte mis cosas, que me escuches, quiero ir al parque contigo, quiero jugar, reír, sentir que tengo un papá que me ama, que me ayuda en estos momentos de confusión. Por eso… amo la cuchilla, es mi única amiga, ella me entiende y me saca de este problema”.
Con esta confesión, Lucía, una joven de 15 años, trata de explicarle a su psicóloga por qué se hace heridas de cortaduras en la piel y aclara que no lo hace con la intención de suicidarse, solo de sentir un dolor que le genera placer, convirtiéndose en una especie de droga en su vida. Ella es una adolecente atractiva, tiene un rostro angelical y figura armoniosa, pero no se lo cree; usa peinados extravagantes para llamar la atención, busca desesperadamente ser escuchada o valorada por alguien.
Como ella, las voces de muchos adolescentes reclaman silenciosamente más afecto y atención de sus padres. Se trata de una autolesión, un acto voluntario en el que un niño, adolescente o joven se hiere con elementos cortopunzantes, que van desde la punta filosa de los lápices, las cuchillas de un tajalápiz y cuchillos de cocina; incluso atentan contra sí mismos arañándose la piel y mordiéndose hasta sangrar.
Así lo corrobora la orientadora escolar de un colegio de Valledupar, la psicóloga Alcira Vitola Mercado, quien ha seguido de cerca el caso de Lucía, quien reflexiona que:
“si la vida de alguien dependiera (literalmente a veces) de que le escuches 10 minutos, de que te cuente sus dolores y sobre todo que esos dolores tienen algo que ver contigo qué harías: ¿le concedes el tiempo dispuesto a escuchar?, o ¿Críticas y sigues tu camino, porque estas muy ocupado con tu propia vida?”.
Al indagar por qué algunos jóvenes o adolescentes se hacen daños ellos mismos, la profesional de la psicología asegura que:
“para los estudiantes que se autolesionan, este daño que causan a su cuerpo lo hacen para aliviar con el dolor físico el dolor que tienen en el alma y lo hacen por muchos factores que se dan al interior de las familias: separación de los padres, la mala situación económica y el cambio de ciudad y de colegio. Esta problemática se ha convertido últimamente, al parecer, una moda entre esta población; los niños, adolescentes o jóvenes deciden cortarse por recomendación de los amigos o compañeros de colegio de la mano de otras problemáticas como el bullying y el consumo de sustancias alucinógenas”,
manifiesta la psicóloga consultada por EL PILÓN.
Así como Lucía hay muchos jóvenes en Valledupar que presentan este mismo comportamiento en otros centros educativos como:
Estas son las cifras reportadas a la Secretaría de Educación Municipal en lo que va corrido del presente año. Así lo dio a conocer el director de Núcleo de Desarrollo Educativo de la Secretaría de Educación Municipal, Ezequiel Montiel.
De acuerdo al encargado del área de Psiquiatría en la Secretaría de Salud Municipal, Juan Carlos Bermúdez, han detectado casos en colegios como el Instpecam, Alberto Herazo Palmera, Loperena Garupal, Técnico La Esperanza y José Eugenio Martínez, precisando que
“cifras específicas de cutting no existen porque normalmente no llegan a las clínicas; solo son remitidos si son lesiones más graves”.
Por su parte, la profesional a cargo de la Dimensión de Salud Mental de la Secretaría de Salud Departamental, Jacqueline Jalk, dijo que difícilmente se pueden llevar cifras en su sectorial porque los casos son pocos reportados y porque se les da manejo en las instituciones educativas.
“La herida tiene que ser muy profunda para que lo lleven a asistencia médica; allí sí quedarían registrados a través del Sistema Epidemiológico en el Sivigila”,
acotó.
De acuerdo al psiquiatra Alex Sandro Mindiola, muchas de estas situaciones obedecen a trastornos de ansiedad.
“Muchas de las angustias existenciales de los jóvenes las canalizan a través de la lesión como quitarse hebras de cabello o cortarse la piel, puesto que sienten que los liberan de la angustia. Debajo de ese componente puede existir un cuadro depresivo o un cuadro de ansiedad”,
argumentó.
Por su parte, la psicóloga Vitola Mercado asegura que:
“los jóvenes que practican el cutting quieren ser escuchados, contar con una familia que entienda lo que les pasa en esta compulsiva vida, que están expuestos a la presión del medio, que no quieren caer en el fango social, que muchas veces no tienen otra opción”.
Lucía encontró apoyo en su colegio gracias a la psicóloga de la institución. Va una vez a la semana a sus citas psicológicas; en media o una hora quiere descargar todas sus penas y vacíos existenciales, pero el tiempo le resulta insuficiente, pues tiene ‘un hueco’ inmenso por dentro.
Además, recibe apoyo de la prestadora de salud donde está afiliada, pero ella y muchos estudiantes dejan de ir a las citas de la EPS porque se las asignan cada mes. Por lo anterior, la joven de esta historia prefiere la ayuda del colegio, lo que resulta complejo porque allí sólo hay una orientadora para toda la población de la institución educativa (4.200 estudiantes), que además de atender estudiantes también atiende a los padres, cuidadores, docentes y directivos.
Jalk subrayó que “hay que analizar qué problemas se tienen dentro del mismo contexto del hogar. Estamos descuidando tanto a nuestros hijos; estamos delegando las responsabilidades en terceros. Uno en la casa es el primero que se debe dar cuenta y detectar qué está haciendo mi hijo o hija tanto tiempo metida en el computador, celular de gama alta, o tableta, donde está bombardeado de infinidad de información (buena o mala)”.
Su exhortación es a que “estemos más pendientes de nuestros hijos; dediquémosle más tiempo, vivamos más con los muchachos. Dejemos a un lado el mundo virtual y volvamos a lo que fuimos antes: al juego del balón, al parque, al bate pateao, al juego de la lleva, que antes se hacían y eran más sanos que lo que practican hoy en día las nuevas generaciones; pues viven en un mundo irreal, que conlleva a esta descomposición social y a estar alejados los unos de los otros”.
Según datos oficiales, en el municipio de Valledupar existen solo 37 orientadores escolares para una población cercana de 83.000 estudiantes. Allí se evidencia la carencia de estos profesionales que ‘trabajan con las uñas’, y que aunque quieren hacer más, sus fuerzas no le alcanzan.
“Es importante que una vez focalizado el problema se activen las rutas pertinentes para abordar la dificultad con el adolescente y darle el manejo pertinente. En la actualidad las alarmas están activadas; sin embargo, es necesario que la Secretaría de Educación Municipal solicite ante el Ministerio de Educación aumentar el número de orientadores escolares”,
comenta Vitola.
Mientras que Lucía sigue viviendo sus luchas internas y las trata de camuflar con lesiones físicas y trata de combatir su comportamiento con la ayuda brindada por su orientadora escolar, muchos adolescentes aún no se atreven a decirle a algún profesional que los ayude, que les asesore, tal vez por miedo o tal vez por vergüenza. Ella sigue asistiendo a clases regularmente, apegada a un ser supremo que la saque del abismo en que se encuentra.
ANNELISE BARRIGA RAMÍREZ / EL PILÓN
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