Si tuviésemos la certeza de lo que hay después que la vida termina, no nos aterraríamos cuando nos visita la muerte, y no es para menos pues por ahora es sinónimo de tragedia, de dolor, de desolación, de destrucción de la paz y de la armonía que nos da la vida; histórica y culturalmente nos […]
Si tuviésemos la certeza de lo que hay después que la vida termina, no nos aterraríamos cuando nos visita la muerte, y no es para menos pues por ahora es sinónimo de tragedia, de dolor, de desolación, de destrucción de la paz y de la armonía que nos da la vida; histórica y culturalmente nos acostumbramos a celebrar la vida y a llorar a nuestros muertos, al menos en nuestra cultura es lo normal.
Por ahora y mientras lo descubrimos, seguirá siendo una tragedia y más cuando llega acompañada de violencia, de sadismo, de vileza, de premeditación y alevosía que no tiene otro objetivo que causar dolor en la víctima y a sus deudos, la ironía es que el homicida también llora y sufre con la muerte, entonces ¿Qué hace que hayamos llegado al punto donde como dijo el líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, “perdimos la capacidad de asombrarnos porque nos acostumbramos a contar los muertos por montones y por eso ya no importa el muerto del día”; y efectivamente así es pues se convierte solo en eso, en la primera página del diario amarillista que gana audiencia exponiendo cadáveres.
Hace dos semanas mientras transitaba de sur a norte por la avenida Simón Bolívar, media docena de ambulancias se disputaban la vía con sus sirenas encendidas para atender lo que se suponía era un accidente, asumí que así lo era porque ya es costumbre ver una especie de guerra del herido entre las empresas que prestan este servicio de atención de emergencias, al llegar al sitio solo era alguien que se había caído de una motocicleta con algunos golpes y raspaduras.
Mientras la trágica y lamentable muerte de Raulin Arias Ariza, miembro de la Defensa Civil Colombiana, consternó a la ciudadanía por tratarse de un socorrista que irónicamente son los primeros en llegar cuando hay una emergencia o un desastre; en los videos que circularon en redes se podía evidenciar que Raulin estuvo con vida unos minutos después del atentado, pero ver a la muchedumbre grabando con sus celulares mientras agonizaba nos debería asquear como sociedad ¿Por qué no aprovecharon ese momento para aplicar primeros auxilios? Si es que alguien sabía del tema.
Entonces, seis ambulancias se disputan un herido que se cae de una motocicleta, pero no acude ninguna cuando hay una verdadera emergencia, fácilmente podemos deducir que lo que se pelean no es la posibilidad de salvar vidas sino la oportunidad de facturar al sistema la cuenta de atención del paciente que se raspó la rodilla al caerse de la bicicleta aún con el riesgo de causar ellos una tragedia por su imprudencia ¿Tienen derecho a la libre empresa? Absolutamente sí, pero ¿Para cuándo un verdadero sistema de emergencias que tenga todos los elementos para preservar la vida de un herido mortal? Es por estos actos que nos alejamos de lo que debería ser obvio en una ciudad y en un país que se dice creyente pero la vida le importa un comino.
Mientras tanto el cuerpo de bomberos voluntarios debe hacer huelgas para que les cancelen sus salarios, sin equipos apropiados para atender una emergencia de medianas proporciones y ni hablar del principal hospital regional el cual estuvo sepultado por años en el abandono y la desidia a punto de cerrar sus puertas bajo la mirada complaciente de una sociedad enferma que mira para otro lado mientras nos consume la violencia y el terror.
Urge la implementación de una línea de emergencia con un centro de despacho automatizado que conecte a todos los organismos de socorro y de policía para que acudan en cuestión de minutos a una emergencia, ambulancias equipadas con todos los elementos para reanimación y estabilización de un paciente, una máquina de bomberos completa, una patrulla de la policía por cada cuadrante con reacción inmediata para que la función del estado de preservar la vida sea real y así evitar tener que ver una escena dantesca de tomar a un moribundo como si fuese un bulto de papas y meterlo a una patrulla sin prever que esa acción en vez de ayudar le termina acelerando su deceso.
Si tuviésemos la certeza de lo que hay después que la vida termina, no nos aterraríamos cuando nos visita la muerte, y no es para menos pues por ahora es sinónimo de tragedia, de dolor, de desolación, de destrucción de la paz y de la armonía que nos da la vida; histórica y culturalmente nos […]
Si tuviésemos la certeza de lo que hay después que la vida termina, no nos aterraríamos cuando nos visita la muerte, y no es para menos pues por ahora es sinónimo de tragedia, de dolor, de desolación, de destrucción de la paz y de la armonía que nos da la vida; histórica y culturalmente nos acostumbramos a celebrar la vida y a llorar a nuestros muertos, al menos en nuestra cultura es lo normal.
Por ahora y mientras lo descubrimos, seguirá siendo una tragedia y más cuando llega acompañada de violencia, de sadismo, de vileza, de premeditación y alevosía que no tiene otro objetivo que causar dolor en la víctima y a sus deudos, la ironía es que el homicida también llora y sufre con la muerte, entonces ¿Qué hace que hayamos llegado al punto donde como dijo el líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, “perdimos la capacidad de asombrarnos porque nos acostumbramos a contar los muertos por montones y por eso ya no importa el muerto del día”; y efectivamente así es pues se convierte solo en eso, en la primera página del diario amarillista que gana audiencia exponiendo cadáveres.
Hace dos semanas mientras transitaba de sur a norte por la avenida Simón Bolívar, media docena de ambulancias se disputaban la vía con sus sirenas encendidas para atender lo que se suponía era un accidente, asumí que así lo era porque ya es costumbre ver una especie de guerra del herido entre las empresas que prestan este servicio de atención de emergencias, al llegar al sitio solo era alguien que se había caído de una motocicleta con algunos golpes y raspaduras.
Mientras la trágica y lamentable muerte de Raulin Arias Ariza, miembro de la Defensa Civil Colombiana, consternó a la ciudadanía por tratarse de un socorrista que irónicamente son los primeros en llegar cuando hay una emergencia o un desastre; en los videos que circularon en redes se podía evidenciar que Raulin estuvo con vida unos minutos después del atentado, pero ver a la muchedumbre grabando con sus celulares mientras agonizaba nos debería asquear como sociedad ¿Por qué no aprovecharon ese momento para aplicar primeros auxilios? Si es que alguien sabía del tema.
Entonces, seis ambulancias se disputan un herido que se cae de una motocicleta, pero no acude ninguna cuando hay una verdadera emergencia, fácilmente podemos deducir que lo que se pelean no es la posibilidad de salvar vidas sino la oportunidad de facturar al sistema la cuenta de atención del paciente que se raspó la rodilla al caerse de la bicicleta aún con el riesgo de causar ellos una tragedia por su imprudencia ¿Tienen derecho a la libre empresa? Absolutamente sí, pero ¿Para cuándo un verdadero sistema de emergencias que tenga todos los elementos para preservar la vida de un herido mortal? Es por estos actos que nos alejamos de lo que debería ser obvio en una ciudad y en un país que se dice creyente pero la vida le importa un comino.
Mientras tanto el cuerpo de bomberos voluntarios debe hacer huelgas para que les cancelen sus salarios, sin equipos apropiados para atender una emergencia de medianas proporciones y ni hablar del principal hospital regional el cual estuvo sepultado por años en el abandono y la desidia a punto de cerrar sus puertas bajo la mirada complaciente de una sociedad enferma que mira para otro lado mientras nos consume la violencia y el terror.
Urge la implementación de una línea de emergencia con un centro de despacho automatizado que conecte a todos los organismos de socorro y de policía para que acudan en cuestión de minutos a una emergencia, ambulancias equipadas con todos los elementos para reanimación y estabilización de un paciente, una máquina de bomberos completa, una patrulla de la policía por cada cuadrante con reacción inmediata para que la función del estado de preservar la vida sea real y así evitar tener que ver una escena dantesca de tomar a un moribundo como si fuese un bulto de papas y meterlo a una patrulla sin prever que esa acción en vez de ayudar le termina acelerando su deceso.