Iba en una bicicleta que le había prestado un primo, todo de negro excepto por una línea fosforescente en sus tenis. En una mano llevaba una bolsa y adentro una culebra muerta que había encontrado hace un rato en la carretera y quería llevar a su casa para fotografiar. Quedamos en vernos luego en mi casa.
Por Jarol Ferreira Acosta
Iba en una bicicleta que le había prestado un primo, todo de negro excepto por una línea fosforescente en sus tenis. En una mano llevaba una bolsa y adentro una culebra muerta que había encontrado hace un rato en la carretera y quería llevar a su casa para fotografiar. Quedamos en vernos luego en mi casa. Aunque su familia es de aquí, nunca ha vivido en el pueblo; ahora viaja mucho por ser músico de una banda de electro pop, medio famosita. Esta vez había venido al entierro de su abuela materna, la señora Elvira Rosa Zuleta. Me contó que recibió la noticia en el aeropuerto JFK, justo en el momento en el que pudo conectarse a internet, la leyó en un correo electrónico: "Kike, llama a tu mamá que tu abuelita murió." Pidió dos scotchs triples, se subió la capucha de la chaqueta y lloró todo el vuelo de regreso al Dorado. De ahí tomó un taxi hasta su apartamento, donde encontró flotando una rata podrida en un balde de agua sucia que había dejado olvidado en la cocina, antes de salir de gira. Limpiar eso le tomó un buen tiempo; además, tuvo que descargar, instalar y probar equipos nuevos que había comprado, empacar y asegurar el apartamento, antes de regresar al Dorado a intentar conseguir un vuelo hasta el Alfonso López. Obviamente habló varias veces con su mamá, y lloraron.
Otra vez en El Dorado, una fila larguísima para abordar el vuelo que podía llevarlo puntualmente al funeral porque al velorio ya no alcanzó. Le preguntó a una guarda equipaje cuanto era el tiempo mínimo para comprar un tiquete, pesar su maleta y subirse a la aeronave. Ella le dijo que cinco minutos, máximo. La fila para comprar tiquetes era como de dos horas, sin embargo corrió hasta la cabina y preguntó a la que atendía- como para tantearla antes de soltarle el zarpazo- si podía comprar un pasaje al Alfonso López en menos de cinco minutos; le contó que su abuelita falleció y que si no alcanzaba ese vuelo no podía acompañar a su mamá al funeral y era hijo único.
No señor- le dijo la maldita.
Afortunadamente apareció una vieja, una actriz samaria hasta más bonita que Taliana Vargas según me dijo Kike, que estaba de primera en la fila y que al oír su historia se conmovió y le cedió su turno. Hey, gracias- le dijo Kike a la actriz, con el acento nasal tipo Carlos Vives que él usa en ocasiones como esa- y la vieja le sonrió. Entonces nuevamente corrió: compró el tiquete, pesó la maleta, entregó el pasabordo y se subió al avión que lo trajo a tiempo al entierro.
Iba en una bicicleta que le había prestado un primo, todo de negro excepto por una línea fosforescente en sus tenis. En una mano llevaba una bolsa y adentro una culebra muerta que había encontrado hace un rato en la carretera y quería llevar a su casa para fotografiar. Quedamos en vernos luego en mi casa.
Por Jarol Ferreira Acosta
Iba en una bicicleta que le había prestado un primo, todo de negro excepto por una línea fosforescente en sus tenis. En una mano llevaba una bolsa y adentro una culebra muerta que había encontrado hace un rato en la carretera y quería llevar a su casa para fotografiar. Quedamos en vernos luego en mi casa. Aunque su familia es de aquí, nunca ha vivido en el pueblo; ahora viaja mucho por ser músico de una banda de electro pop, medio famosita. Esta vez había venido al entierro de su abuela materna, la señora Elvira Rosa Zuleta. Me contó que recibió la noticia en el aeropuerto JFK, justo en el momento en el que pudo conectarse a internet, la leyó en un correo electrónico: "Kike, llama a tu mamá que tu abuelita murió." Pidió dos scotchs triples, se subió la capucha de la chaqueta y lloró todo el vuelo de regreso al Dorado. De ahí tomó un taxi hasta su apartamento, donde encontró flotando una rata podrida en un balde de agua sucia que había dejado olvidado en la cocina, antes de salir de gira. Limpiar eso le tomó un buen tiempo; además, tuvo que descargar, instalar y probar equipos nuevos que había comprado, empacar y asegurar el apartamento, antes de regresar al Dorado a intentar conseguir un vuelo hasta el Alfonso López. Obviamente habló varias veces con su mamá, y lloraron.
Otra vez en El Dorado, una fila larguísima para abordar el vuelo que podía llevarlo puntualmente al funeral porque al velorio ya no alcanzó. Le preguntó a una guarda equipaje cuanto era el tiempo mínimo para comprar un tiquete, pesar su maleta y subirse a la aeronave. Ella le dijo que cinco minutos, máximo. La fila para comprar tiquetes era como de dos horas, sin embargo corrió hasta la cabina y preguntó a la que atendía- como para tantearla antes de soltarle el zarpazo- si podía comprar un pasaje al Alfonso López en menos de cinco minutos; le contó que su abuelita falleció y que si no alcanzaba ese vuelo no podía acompañar a su mamá al funeral y era hijo único.
No señor- le dijo la maldita.
Afortunadamente apareció una vieja, una actriz samaria hasta más bonita que Taliana Vargas según me dijo Kike, que estaba de primera en la fila y que al oír su historia se conmovió y le cedió su turno. Hey, gracias- le dijo Kike a la actriz, con el acento nasal tipo Carlos Vives que él usa en ocasiones como esa- y la vieja le sonrió. Entonces nuevamente corrió: compró el tiquete, pesó la maleta, entregó el pasabordo y se subió al avión que lo trajo a tiempo al entierro.