Todo sucedió la mañana del pasado primero de mayo en el Hospital Eduardo Arredondo Daza, sede del barrio La Nevada, donde en un kiosco estaba una gran cantidad de adultos mayores esperando su turno.
Cuando llegó la hora de la atención se invitó a una oración para estar en contacto directo con Dios y seguidamente a un canto que entre sus apartes decía: “Nunca, nunca me ha dejado. Nunca, nunca me ha desamparado. Ni en la noche oscura ni en día de prueba, Jesucristo nunca me desamparará”.
Después del aplauso se escuchó una voz fuerte y modulada de un hombre lleno de años y que indicó llamarse Pedro Suárez. “Vengo a pedirles el favor de aplicarme la vacuna para librarme del terrible coronavirus, ese enemigo oculto que azota al mundo”. Los presentes se rieron de la elocuencia de sus palabras.
Lee aquí también: Denuncian aglomeraciones en jornada de vacunación contra el covid-19
Todo sucedió la mañana del pasado primero de mayo en el Hospital Eduardo Arredondo Daza, sede del barrio La Nevada, donde en un kiosco estaba una gran cantidad de adultos mayores esperando su turno.
El personal de enfermería que atendía iba tomando poco a poco con total amabilidad los datos y entregando un número para poder acceder a la vacuna. A cada instante se llamaba la atención para guardar el distanciamiento, tener puesto el tapaboca y lavarse las manos.
Todos entraban en orden y en riguroso turno. Estando en esas llamaron a Pedro Suárez, el mismo que tomó la palabra al comienzo.
Al llegar cerca a la joven elegante que hacía los llamados en voz alta, pidió ayudarla, pero ella le agradeció su bondad. Entonces el veterano de mil guerras de la vida le expresó con voz suave y pausada: “Eres la flor más hermosa en medio de esta pandemia”. Ella escuchó y sonrió. Sin darle más vueltas al piropo le manifestó: “Siga que lo esperan para vacunarlo”.
Dentro del kiosco la mayoría de los adultos mayores hablaban en voz alta debido al distanciamiento y contaban las vicisitudes que han venido pasando hace más de un año.
Una señora madre de siete hijos hizo sentir su voz y anotó: “Vea cómo ha cambiado la vida. Ahora contamos más muertos que plata”. Y continuó diciendo: “Todas las noticias son negativas, lo único bueno que puede pasar es que el covid se vaya para el fondo del mar y Junior sea campeón. Lo digo por mis hijos”. Los presentes sonrieron.
Mientras, dentro del hospital se contaban estas historias para olvidar las tristezas calcadas en lágrimas del destino, afuera había un número significativo de adultos mayores que esperaban ingresar para con la vacuna ganarse algunos años más de vida.
Al llegar la hora de la vacunación de quien escribe y cinco personas más, cinco hombres y una mujer, se ingresó a una cómoda sala donde estaba la vacunadora Ledis Núñez Durán, quien entregó de manera pormenorizada todo lo referente al procedimiento y la fecha, en este caso el 22 de mayo, que se debía regresar para la segunda dosis.
Después de eso y mientras se hacía el procedimiento llegaron comentarios y preguntas. Un hombre moreno y de profesión agricultor que se quejó porque ninguno de sus seis nietos lo había acompañado, hizo la primera sobre por qué se vacunaba en el brazo izquierdo y no en el derecho. Además, sobre el país de origen de la vacuna “Frízer”, la que le correspondía.
Se le respondió que la aplicación de la vacuna era vía intramuscular, preferencialmente en la cara anterior del brazo izquierdo y que la empresa farmacéutica era de Alemania y Estados Unidos. Satisfecho con la respuesta le comunicó a la vacunadora: “Actúe mi dama”.
Cuando le correspondió al más veterano expresó que no veía el día de venirse a vacunar porque su mamá tenía 97 años, y él esperaba llegar a esa edad. “La vida es muy bonita y mi espejo es mi vieja querida”. Soltó una sonrisa que develó su alegría interior.
La única señora que llegó acompañada de una de sus hijas casi no habló sino que se la pasó pidiéndole a Dios que todo se superara pronto. “Dios con nosotros”, repetía.
Los demás permanecieron callados. Después vinieron los 15 eternos minutos para ver cuál era la reacción de la vacuna en cada organismo. Todo transcurrió normalmente y solamente el más veterano preguntaba por el tiempo transcurrido para levantarse e irse para la casa porque iba siendo hora de almorzar y darse una vuelta por el patio de la casa.
También indagó sobre si podía tomarse todas las mañanas el trago de aguardiente que acostumbra. Y sin esperar la respuesta respondió: “Mejor me quedo quieto para que la vacuna haga su efecto sin tener que distraerse con el alcohol”.
Con caminar pausado y su carnet de vacunación en la mano, los adultos mayores salieron confiando en Dios que todo saldrá bien y poder regresar para quedar inmunizados.
Eso sí, con la esperanza más grande que el río Guatapurí crecido cuando se desborda hasta en el alma de Valledupar o como el poeta que suele expresar con los ojos cerrados y el corazón abierto: “Dios mío multiplícame los días para que sienta la vida palpitar a mi alrededor y ser fiel a tu palabra como el pastor a su rebaño”.
En aquel instante se volvió a recordar el canto de ayuda espiritual: “Jesucristo nunca me desamparará”…
Por Juan Rincón Vanegas– @juanrinconv
Todo sucedió la mañana del pasado primero de mayo en el Hospital Eduardo Arredondo Daza, sede del barrio La Nevada, donde en un kiosco estaba una gran cantidad de adultos mayores esperando su turno.
Cuando llegó la hora de la atención se invitó a una oración para estar en contacto directo con Dios y seguidamente a un canto que entre sus apartes decía: “Nunca, nunca me ha dejado. Nunca, nunca me ha desamparado. Ni en la noche oscura ni en día de prueba, Jesucristo nunca me desamparará”.
Después del aplauso se escuchó una voz fuerte y modulada de un hombre lleno de años y que indicó llamarse Pedro Suárez. “Vengo a pedirles el favor de aplicarme la vacuna para librarme del terrible coronavirus, ese enemigo oculto que azota al mundo”. Los presentes se rieron de la elocuencia de sus palabras.
Lee aquí también: Denuncian aglomeraciones en jornada de vacunación contra el covid-19
Todo sucedió la mañana del pasado primero de mayo en el Hospital Eduardo Arredondo Daza, sede del barrio La Nevada, donde en un kiosco estaba una gran cantidad de adultos mayores esperando su turno.
El personal de enfermería que atendía iba tomando poco a poco con total amabilidad los datos y entregando un número para poder acceder a la vacuna. A cada instante se llamaba la atención para guardar el distanciamiento, tener puesto el tapaboca y lavarse las manos.
Todos entraban en orden y en riguroso turno. Estando en esas llamaron a Pedro Suárez, el mismo que tomó la palabra al comienzo.
Al llegar cerca a la joven elegante que hacía los llamados en voz alta, pidió ayudarla, pero ella le agradeció su bondad. Entonces el veterano de mil guerras de la vida le expresó con voz suave y pausada: “Eres la flor más hermosa en medio de esta pandemia”. Ella escuchó y sonrió. Sin darle más vueltas al piropo le manifestó: “Siga que lo esperan para vacunarlo”.
Dentro del kiosco la mayoría de los adultos mayores hablaban en voz alta debido al distanciamiento y contaban las vicisitudes que han venido pasando hace más de un año.
Una señora madre de siete hijos hizo sentir su voz y anotó: “Vea cómo ha cambiado la vida. Ahora contamos más muertos que plata”. Y continuó diciendo: “Todas las noticias son negativas, lo único bueno que puede pasar es que el covid se vaya para el fondo del mar y Junior sea campeón. Lo digo por mis hijos”. Los presentes sonrieron.
Mientras, dentro del hospital se contaban estas historias para olvidar las tristezas calcadas en lágrimas del destino, afuera había un número significativo de adultos mayores que esperaban ingresar para con la vacuna ganarse algunos años más de vida.
Al llegar la hora de la vacunación de quien escribe y cinco personas más, cinco hombres y una mujer, se ingresó a una cómoda sala donde estaba la vacunadora Ledis Núñez Durán, quien entregó de manera pormenorizada todo lo referente al procedimiento y la fecha, en este caso el 22 de mayo, que se debía regresar para la segunda dosis.
Después de eso y mientras se hacía el procedimiento llegaron comentarios y preguntas. Un hombre moreno y de profesión agricultor que se quejó porque ninguno de sus seis nietos lo había acompañado, hizo la primera sobre por qué se vacunaba en el brazo izquierdo y no en el derecho. Además, sobre el país de origen de la vacuna “Frízer”, la que le correspondía.
Se le respondió que la aplicación de la vacuna era vía intramuscular, preferencialmente en la cara anterior del brazo izquierdo y que la empresa farmacéutica era de Alemania y Estados Unidos. Satisfecho con la respuesta le comunicó a la vacunadora: “Actúe mi dama”.
Cuando le correspondió al más veterano expresó que no veía el día de venirse a vacunar porque su mamá tenía 97 años, y él esperaba llegar a esa edad. “La vida es muy bonita y mi espejo es mi vieja querida”. Soltó una sonrisa que develó su alegría interior.
La única señora que llegó acompañada de una de sus hijas casi no habló sino que se la pasó pidiéndole a Dios que todo se superara pronto. “Dios con nosotros”, repetía.
Los demás permanecieron callados. Después vinieron los 15 eternos minutos para ver cuál era la reacción de la vacuna en cada organismo. Todo transcurrió normalmente y solamente el más veterano preguntaba por el tiempo transcurrido para levantarse e irse para la casa porque iba siendo hora de almorzar y darse una vuelta por el patio de la casa.
También indagó sobre si podía tomarse todas las mañanas el trago de aguardiente que acostumbra. Y sin esperar la respuesta respondió: “Mejor me quedo quieto para que la vacuna haga su efecto sin tener que distraerse con el alcohol”.
Con caminar pausado y su carnet de vacunación en la mano, los adultos mayores salieron confiando en Dios que todo saldrá bien y poder regresar para quedar inmunizados.
Eso sí, con la esperanza más grande que el río Guatapurí crecido cuando se desborda hasta en el alma de Valledupar o como el poeta que suele expresar con los ojos cerrados y el corazón abierto: “Dios mío multiplícame los días para que sienta la vida palpitar a mi alrededor y ser fiel a tu palabra como el pastor a su rebaño”.
En aquel instante se volvió a recordar el canto de ayuda espiritual: “Jesucristo nunca me desamparará”…
Por Juan Rincón Vanegas– @juanrinconv