Nuestro comportamiento dirige nuestro destino. La amenaza a la que se ve sometida la sociedad depende del actuar de cada uno de nosotros; aquí no hay curvas, todo es directamente proporcional. Es difícil desligar los daños que se ocasionan al ambiente con el solo hecho de vivir, la necesidad de involucrarse con el desarrollo del […]
Nuestro comportamiento dirige nuestro destino. La amenaza a la que se ve sometida la sociedad depende del actuar de cada uno de nosotros; aquí no hay curvas, todo es directamente proporcional. Es difícil desligar los daños que se ocasionan al ambiente con el solo hecho de vivir, la necesidad de involucrarse con el desarrollo del mundo nos obliga a consumir, usar cosas innecesarias y renovar otras que aún son funcionales prestando el mismo servicio que de las próximas se va a obtener.
¿Cuántos celulares has cambiado sin necesidad?, ¿cuánta ropa compraste y no usaste?, ¿cuántas veces has cambiado los muebles en buen estado?, ¿cuántas veces has preferido caminar o montar en bici para evitar usar el carro? ¡Vale la pena revisarlo!, ¡vale la pena replantear el actuar!, ese, que como dije en la primera línea, “dirige nuestro destino”. Esta serie de interrogantes son los que la actividad mercantilista evita hacer, asociando un mejor vivir con algún nuevo articulo en el mercado. La publicidad conlleva a ser consumidores de productos innecesarios.
Lo anterior produce una descompensación del ambiente, el 20 % de la humanidad consume lo que el otro 80 % pudiera hacer, generando así otra descompensación, la social.
El resultado de la explotación desenfrenada y desigual de los recursos naturales nos tiene en aprietos, el planeta pareciera no aguantar más contaminación, está fatigado de tanta indolencia. “Afortunadamente” existen: la Carta a la Tierra, la Cumbre de Río, la Convención de Londres sobre la Descarga de Desechos de 1972, la Convención para la Protección del Medio Ambiente Marino del Atlántico del Nordeste, el Convenio de Aarhus, el Convenio de Barcelona para la protección del Mar Mediterráneo o Convenio Internacional para prevenir la contaminación por los Buques y en el 2015 el acuerdo de París 2030. Todos creados en pro de mantener la viabilidad de nuestro existir a partir de un desarrollo sostenible.
La pandemia nos mostró que es viable la recuperación del ambiente; cuando el mundo se “detuvo” los glaciares volvieron a aparecer, las densas nubes de smog desaparecieron, los mares volvieron a colorearse de azul, pero, ¿hay que detener los procesos de producción? Sería una tragedia económica y social hacerlo, hay que buscar el equilibrio entre lo económico, lo social y lo ambiental y eso se logra cuando hay cumplimiento de las normas, cuando hay un seguimiento escrito a los procesos de producción y cuando hay incentivos desde el Gobierno nacional a quienes mejoren sus procesos para disminuir las emisiones de GEI y la generación de residuos, cuando sea sostenible ser sostenibles.
¿Será qué hay salida a este problema que pone en riesgo el futuro de nuestras generaciones? ¿La solución es dejar de consumir? No se trata de dejar de consumir, se trata de revisar qué y cómo consumes, lograr desde la educación formar ciudadanos con alto sentido social, capaces de dominar el mercado y no ser dominados por él.
El expresidente uruguayo Pepe Mujica decía: “Somos hijos del mercado, hijos de la competencia, lo que ha creado sociedades de mercado y somos gobernados por la globalización”. Las sociedades de mercado no se cuestionan, asocian su bienestar con la compra de un producto, inclusive su estado de ánimo depende de la adquisición de cosas materiales que muchas veces son innecesarias.
Te invito: Revisa tu closet, cocina o cochera. Cuando vayas al closet saca toda la ropa que ya no usas y dónala, evitarás que cientos de litros de agua se desperdicien. Haz lo mismo con tu cocina y elementos de tu cochera, restaura lo que puedes usar, puedes venderlos y recuperar algo de dinero o dónalos, es una forma de ayudar al ambiente. Estoy convencido que la suma de pequeñas acciones pueden hacer sostenible nuestro existir.
Nuestro comportamiento dirige nuestro destino. La amenaza a la que se ve sometida la sociedad depende del actuar de cada uno de nosotros; aquí no hay curvas, todo es directamente proporcional. Es difícil desligar los daños que se ocasionan al ambiente con el solo hecho de vivir, la necesidad de involucrarse con el desarrollo del […]
Nuestro comportamiento dirige nuestro destino. La amenaza a la que se ve sometida la sociedad depende del actuar de cada uno de nosotros; aquí no hay curvas, todo es directamente proporcional. Es difícil desligar los daños que se ocasionan al ambiente con el solo hecho de vivir, la necesidad de involucrarse con el desarrollo del mundo nos obliga a consumir, usar cosas innecesarias y renovar otras que aún son funcionales prestando el mismo servicio que de las próximas se va a obtener.
¿Cuántos celulares has cambiado sin necesidad?, ¿cuánta ropa compraste y no usaste?, ¿cuántas veces has cambiado los muebles en buen estado?, ¿cuántas veces has preferido caminar o montar en bici para evitar usar el carro? ¡Vale la pena revisarlo!, ¡vale la pena replantear el actuar!, ese, que como dije en la primera línea, “dirige nuestro destino”. Esta serie de interrogantes son los que la actividad mercantilista evita hacer, asociando un mejor vivir con algún nuevo articulo en el mercado. La publicidad conlleva a ser consumidores de productos innecesarios.
Lo anterior produce una descompensación del ambiente, el 20 % de la humanidad consume lo que el otro 80 % pudiera hacer, generando así otra descompensación, la social.
El resultado de la explotación desenfrenada y desigual de los recursos naturales nos tiene en aprietos, el planeta pareciera no aguantar más contaminación, está fatigado de tanta indolencia. “Afortunadamente” existen: la Carta a la Tierra, la Cumbre de Río, la Convención de Londres sobre la Descarga de Desechos de 1972, la Convención para la Protección del Medio Ambiente Marino del Atlántico del Nordeste, el Convenio de Aarhus, el Convenio de Barcelona para la protección del Mar Mediterráneo o Convenio Internacional para prevenir la contaminación por los Buques y en el 2015 el acuerdo de París 2030. Todos creados en pro de mantener la viabilidad de nuestro existir a partir de un desarrollo sostenible.
La pandemia nos mostró que es viable la recuperación del ambiente; cuando el mundo se “detuvo” los glaciares volvieron a aparecer, las densas nubes de smog desaparecieron, los mares volvieron a colorearse de azul, pero, ¿hay que detener los procesos de producción? Sería una tragedia económica y social hacerlo, hay que buscar el equilibrio entre lo económico, lo social y lo ambiental y eso se logra cuando hay cumplimiento de las normas, cuando hay un seguimiento escrito a los procesos de producción y cuando hay incentivos desde el Gobierno nacional a quienes mejoren sus procesos para disminuir las emisiones de GEI y la generación de residuos, cuando sea sostenible ser sostenibles.
¿Será qué hay salida a este problema que pone en riesgo el futuro de nuestras generaciones? ¿La solución es dejar de consumir? No se trata de dejar de consumir, se trata de revisar qué y cómo consumes, lograr desde la educación formar ciudadanos con alto sentido social, capaces de dominar el mercado y no ser dominados por él.
El expresidente uruguayo Pepe Mujica decía: “Somos hijos del mercado, hijos de la competencia, lo que ha creado sociedades de mercado y somos gobernados por la globalización”. Las sociedades de mercado no se cuestionan, asocian su bienestar con la compra de un producto, inclusive su estado de ánimo depende de la adquisición de cosas materiales que muchas veces son innecesarias.
Te invito: Revisa tu closet, cocina o cochera. Cuando vayas al closet saca toda la ropa que ya no usas y dónala, evitarás que cientos de litros de agua se desperdicien. Haz lo mismo con tu cocina y elementos de tu cochera, restaura lo que puedes usar, puedes venderlos y recuperar algo de dinero o dónalos, es una forma de ayudar al ambiente. Estoy convencido que la suma de pequeñas acciones pueden hacer sostenible nuestro existir.