Estaba haciendo el relato cuando pasó un vecino y le gritó: “Icho, estás con la prensa, cuenta la historia de Diomedes, no dejes nada suelto”
Desde su humilde vivienda ubicada en la calle 15ª N° 10-101 del barrio Hormigueral en Villanueva, La Guajira, Wilson José Peñaloza Barreto, más conocido en esa tierra de apodos como ‘Icho’, contó la triste historia que le sucedió con Diomedes Díaz, ‘El Cacique de La Junta’.
Al llegar y preguntar por ‘Icho’, dijeron que estaba durmiendo. No pasó mucho tiempo cuando apareció descalzo poniéndose una camiseta color verde, y expresando: “Aquí tienen al famoso verdugo de Diomedes Díaz, así me llaman, pero eso fue un accidente, donde siendo muy niño con una pedrada le afecté el ojo derecho”. No más había pronunciado esas palabras, hizo una solicitud. “Oiga, hábleme duro porque soy un poco sordo, por eso también hablo gritado”.
De ese fortuito incidente donde fue protagonista han pasado 55 años. “En aquel momento, Diomedes tenía 10 años y este humilde servidor, 17. Estudiábamos en el mismo colegio, y estando de vacaciones en un mes de junio nos fuimos a pajarear. Al regreso, estábamos muertos de hambre y sed. De repente, pasamos por la finca ‘Confuso’, de la señora Blanca Martínez, vimos un palo de mango bien cargado y le caímos con mi cauchera”.
Estaba haciendo el relato cuando pasó un vecino y le gritó: “Icho, estás con la prensa, cuenta la historia de Diomedes, no dejes nada suelto”. El viejo, que se desempeña en variados oficios, entre ellos, lavar carros, respondió. “Tranquilo. Esa historia que me conmueve, nunca se me olvida”.
Enseguida, continuó: “Comencé a darle a un racimo grande para que cayera, pero no me dí cuenta que Diomedes se subió por la parte de atrás del frondoso palo. Al tirar la piedra con la cauchera, escuché un grito, y al bajarse ví que tenía ensangrentado el ojo derecho. El susto fue muy grande”.
Se queda callado. Arropa con sus manos la cara y varias lágrimas corrieron por su rostro. “Eso fue sin culpa, Dios lo sabe, porque nos íbamos para el monte a cazar iguanas, conejos, palomas y a comer mangos, papayas o guanábanas. Únicamente, nos ahuyentaban eran los perros que nos perseguían”.
Al retomar la historia, dice que a Diomedes lo llevó su papá Rafael María Díaz, a Valledupar para curarlo, y la señora Elvira, su mamá, se la pasaba llorando. “Eso fue terrible, pero siempre he repetido que fue sin culpa, y así se entendió”.
Al invitarlo al lugar donde sucedió el hecho con Diomedes Díaz, se negó rotundamente, con una frase que le salió del fondo de su corazón. “Para qué mirar hacia atrás, si eso no tiene remedio. Es mejor mirar al frente y darle las gracias a Dios por todo”. No había lugar a insistir, sino aplaudirlo por su pensamiento claro y preciso.
‘Icho’, quien en medio de la charla expresó que no tenía hijos, que era queda’o, con una que otra aventura fugaz de esas donde el corazón no se estaciona en ninguna parte, contó en detalle la vida del niño Diomedes en Villanueva, la tierra cuna de acordeones.
“Diomedes desde niño fue trabajador. Él vivía con sus padres en una casa de tabla que sostenían unos puntales de madera para que no se cayera. Esa casa quedaba en el Barrio Nuevo, camino para la vereda La Saraita. Diomedes era flaco, se la pasaba vendiendo carbón que llevaba en un burro. A él, cuando llegaba a vender le decían: mételo por el portón, y así lo hacía”.
Enseguida bajó la cabeza e hizo una interesante reflexión. “Al que le van a dar, le guardan y si está frío se lo calientan. Quién iba a pensar que ese pelao flaco, moreno y pobre, sería con el tiempo el más grande cantante de vallenatos. El que más vendió discos, y a eso se le suma una fanaticada extraordinaria que nunca lo abandonó”.
Cuenta ‘Icho’ que tiempo después del suceso a Diomedes Díaz, sus padres se lo llevaron para su tierra, La Junta, y nunca más supo de él, hasta que incursionó en la música y se hizo famoso. “A Diomedes no lo volví a ver, pero lo admiraba por su talento y sus deseos de salir adelante. Una vez, que estuvo acá presentándose en el Festival Cuna de Acordeones, fui a la plaza para saludarlo, pero como no llegaba y era tarde, me fui a acostar”.
En algún momento, el verseador y Rey de la Piqueria en el Festival de la Leyenda Vallenata, Teobaldo Enrique Peñaloza, estuvo en una parranda donde cantaba Diomedes Díaz, y le habló de su tío ‘Icho’ Peñaloza. Diomedes le comentó: “Esas fueron cosas de pelaos. A ‘Icho’ nunca le guardé rencor, ni nada. Cosas que pasan en la vida”.
‘El viejo Icho’, como le gusta que le digan, cuando supo a través de su sobrino sobre las palabras de ‘El Cacique de La Junta’, indicó. “Esa es la verdad, fue un hecho que nadie quería provocar y menos entre compañeros”.
Entre los trabajos que realiza día a día ‘Icho’ Peñaloza, nunca le faltan los tragos de ‘Churro’, un licor artesanal con los cuales saborea el destino de la vida, ese destino que lo tiene colgando en la pobreza. Eso sí, nunca dejan de preguntarle por el caso donde le correspondió ser protagonista de un episodio que marcó la vida del artista guajiro. El propio Diomedes Díaz, quien con el paso del tiempo se volvió un ídolo de multitudes.
Envuelto en los recuerdos de aquel ayer en Villanueva, se le preguntó sobre la canción que más le gusta de Diomedes Díaz. Antes de contestar, anotó “Vea, tomo buen ‘Churro’ con las canciones de Diomedes, me gustan todas”.
Cuando se le insistió en que mencionara una. Se quedó pensativo y cuando menos se esperaba, dijo el nombre e hizo una amplia explicación. “Hay una canción que se llama ‘26 de Mayo’, donde Diomedes expresó todo sobre su vida, y nos pone a pensar en lo que merecemos. De verdad, era un cantor campesino y representó con altura su herencia, porque cantó versos del alma”.
“Ayyy el 26, del mes de mayo, nació un niñito en el año 57, y allá en La Junta, fue bautizado, y hoy se conoce con el nombre de Diomedes”.
Wilson José Peñaloza Barreto, el popular ‘Icho’, no sabía que tumbando mangos en unas vacaciones del colegio pasaría a la posteridad. No lo hizo con el afán de cantar victoria, todo lo contrario, causó un defecto en el ojo derecho de su querido amigo Diomedes Díaz Maestre. Esas son las paradojas de la vida.
POR JUAN RINCÓN VANEGAS/ESPECIAL PARA EL PILÓN
Estaba haciendo el relato cuando pasó un vecino y le gritó: “Icho, estás con la prensa, cuenta la historia de Diomedes, no dejes nada suelto”
Desde su humilde vivienda ubicada en la calle 15ª N° 10-101 del barrio Hormigueral en Villanueva, La Guajira, Wilson José Peñaloza Barreto, más conocido en esa tierra de apodos como ‘Icho’, contó la triste historia que le sucedió con Diomedes Díaz, ‘El Cacique de La Junta’.
Al llegar y preguntar por ‘Icho’, dijeron que estaba durmiendo. No pasó mucho tiempo cuando apareció descalzo poniéndose una camiseta color verde, y expresando: “Aquí tienen al famoso verdugo de Diomedes Díaz, así me llaman, pero eso fue un accidente, donde siendo muy niño con una pedrada le afecté el ojo derecho”. No más había pronunciado esas palabras, hizo una solicitud. “Oiga, hábleme duro porque soy un poco sordo, por eso también hablo gritado”.
De ese fortuito incidente donde fue protagonista han pasado 55 años. “En aquel momento, Diomedes tenía 10 años y este humilde servidor, 17. Estudiábamos en el mismo colegio, y estando de vacaciones en un mes de junio nos fuimos a pajarear. Al regreso, estábamos muertos de hambre y sed. De repente, pasamos por la finca ‘Confuso’, de la señora Blanca Martínez, vimos un palo de mango bien cargado y le caímos con mi cauchera”.
Estaba haciendo el relato cuando pasó un vecino y le gritó: “Icho, estás con la prensa, cuenta la historia de Diomedes, no dejes nada suelto”. El viejo, que se desempeña en variados oficios, entre ellos, lavar carros, respondió. “Tranquilo. Esa historia que me conmueve, nunca se me olvida”.
Enseguida, continuó: “Comencé a darle a un racimo grande para que cayera, pero no me dí cuenta que Diomedes se subió por la parte de atrás del frondoso palo. Al tirar la piedra con la cauchera, escuché un grito, y al bajarse ví que tenía ensangrentado el ojo derecho. El susto fue muy grande”.
Se queda callado. Arropa con sus manos la cara y varias lágrimas corrieron por su rostro. “Eso fue sin culpa, Dios lo sabe, porque nos íbamos para el monte a cazar iguanas, conejos, palomas y a comer mangos, papayas o guanábanas. Únicamente, nos ahuyentaban eran los perros que nos perseguían”.
Al retomar la historia, dice que a Diomedes lo llevó su papá Rafael María Díaz, a Valledupar para curarlo, y la señora Elvira, su mamá, se la pasaba llorando. “Eso fue terrible, pero siempre he repetido que fue sin culpa, y así se entendió”.
Al invitarlo al lugar donde sucedió el hecho con Diomedes Díaz, se negó rotundamente, con una frase que le salió del fondo de su corazón. “Para qué mirar hacia atrás, si eso no tiene remedio. Es mejor mirar al frente y darle las gracias a Dios por todo”. No había lugar a insistir, sino aplaudirlo por su pensamiento claro y preciso.
‘Icho’, quien en medio de la charla expresó que no tenía hijos, que era queda’o, con una que otra aventura fugaz de esas donde el corazón no se estaciona en ninguna parte, contó en detalle la vida del niño Diomedes en Villanueva, la tierra cuna de acordeones.
“Diomedes desde niño fue trabajador. Él vivía con sus padres en una casa de tabla que sostenían unos puntales de madera para que no se cayera. Esa casa quedaba en el Barrio Nuevo, camino para la vereda La Saraita. Diomedes era flaco, se la pasaba vendiendo carbón que llevaba en un burro. A él, cuando llegaba a vender le decían: mételo por el portón, y así lo hacía”.
Enseguida bajó la cabeza e hizo una interesante reflexión. “Al que le van a dar, le guardan y si está frío se lo calientan. Quién iba a pensar que ese pelao flaco, moreno y pobre, sería con el tiempo el más grande cantante de vallenatos. El que más vendió discos, y a eso se le suma una fanaticada extraordinaria que nunca lo abandonó”.
Cuenta ‘Icho’ que tiempo después del suceso a Diomedes Díaz, sus padres se lo llevaron para su tierra, La Junta, y nunca más supo de él, hasta que incursionó en la música y se hizo famoso. “A Diomedes no lo volví a ver, pero lo admiraba por su talento y sus deseos de salir adelante. Una vez, que estuvo acá presentándose en el Festival Cuna de Acordeones, fui a la plaza para saludarlo, pero como no llegaba y era tarde, me fui a acostar”.
En algún momento, el verseador y Rey de la Piqueria en el Festival de la Leyenda Vallenata, Teobaldo Enrique Peñaloza, estuvo en una parranda donde cantaba Diomedes Díaz, y le habló de su tío ‘Icho’ Peñaloza. Diomedes le comentó: “Esas fueron cosas de pelaos. A ‘Icho’ nunca le guardé rencor, ni nada. Cosas que pasan en la vida”.
‘El viejo Icho’, como le gusta que le digan, cuando supo a través de su sobrino sobre las palabras de ‘El Cacique de La Junta’, indicó. “Esa es la verdad, fue un hecho que nadie quería provocar y menos entre compañeros”.
Entre los trabajos que realiza día a día ‘Icho’ Peñaloza, nunca le faltan los tragos de ‘Churro’, un licor artesanal con los cuales saborea el destino de la vida, ese destino que lo tiene colgando en la pobreza. Eso sí, nunca dejan de preguntarle por el caso donde le correspondió ser protagonista de un episodio que marcó la vida del artista guajiro. El propio Diomedes Díaz, quien con el paso del tiempo se volvió un ídolo de multitudes.
Envuelto en los recuerdos de aquel ayer en Villanueva, se le preguntó sobre la canción que más le gusta de Diomedes Díaz. Antes de contestar, anotó “Vea, tomo buen ‘Churro’ con las canciones de Diomedes, me gustan todas”.
Cuando se le insistió en que mencionara una. Se quedó pensativo y cuando menos se esperaba, dijo el nombre e hizo una amplia explicación. “Hay una canción que se llama ‘26 de Mayo’, donde Diomedes expresó todo sobre su vida, y nos pone a pensar en lo que merecemos. De verdad, era un cantor campesino y representó con altura su herencia, porque cantó versos del alma”.
“Ayyy el 26, del mes de mayo, nació un niñito en el año 57, y allá en La Junta, fue bautizado, y hoy se conoce con el nombre de Diomedes”.
Wilson José Peñaloza Barreto, el popular ‘Icho’, no sabía que tumbando mangos en unas vacaciones del colegio pasaría a la posteridad. No lo hizo con el afán de cantar victoria, todo lo contrario, causó un defecto en el ojo derecho de su querido amigo Diomedes Díaz Maestre. Esas son las paradojas de la vida.
POR JUAN RINCÓN VANEGAS/ESPECIAL PARA EL PILÓN