Siempre he sostenido, aunque suene descabellado, que el tiempo no existe, solo es una invención del hombre. A mi padre le escuchaba decir en varias oportunidades lo mismo, y, a veces, pienso que tal vez por escucharlo a él decir eso, tal afirmación caló en mi mente que logró convencerme de la misma.
De todas formas, desde que he tenido uso de razón he experimentado algunas situaciones que ponen en duda la existencia del tiempo y hoy sigo sosteniendo lo mismo. Comparto, sin duda alguna, que el tiempo no es más que una medida del cambio de posición de los elementos y objetos en el espacio (que quizás tampoco existe) y, como sabe cualquier científico, místico, normal u orate, en el principio no había objetos en el espacio.
Se nos ha enseñado que un año es la medida del movimiento de traslación de la Tierra alrededor del astro rey, el sol. Así mismo, que un día representa el movimiento de la rotación de nuestro planeta sobre su eje. Y, dado que por sí mismos, ni la Tierra ni el sol existían en el principio, los que escribieron la Biblia nos han dicho por siempre que el mundo se creó en siete días y, nosotros hemos aceptado y asimilado el término “día” en el sentido habitual como se nos ha enseñado aludiendo a la explicación científica.
No quiero con lo que escribo, apreciados lectores, sembrar duda acerca de nuestros cimientos de fe o creencia sobre la existencia de un Todopoderoso o alguien con el poder creador de permitirnos existir, pero sí quiero llamar la atención sobre lo que, quizás como a otros, carcome mi pensamiento desde hace “tiempo” —¿qué ironía, cierto?— sobre la existencia del mismo, porque creo que a pesar de esta ausencia inicial de materia, espacio y tiempo, como he dicho, algo debió pasar para que diera origen a todo. Es decir, que algo debió de pasar antes de que hubiera algo.
Debo dejar claro, eso sí mis queridos lectores, que voy a tratar de persuadirlos para que se planteen algo que podría parecerle bien a un místico o a un loco (como yo, así dicen), pero que desagradaría a una persona de ciencia. A un científico no le gusta en lo más mínimo este tipo de debates, que tampoco es lo que pretende, que se debata mi pensamiento, pues tampoco es mi pretensión enredarlos en un debate académico, ni tratar de convencerlos mediante alguno que otro rebuscado argumento filosófico de que cualquiera de las ideas que puedan surgir al respecto de lo que expreso (aunque sean prohibidas) son ciertas.
Lo que sí voy a pedirles es que abran sus mentes, que se imaginen cómo sería ver el mundo y su evolución e historia desde un punto de vista lo más alejado posible del que nos han inculcado. Por eso, los reto a que cambien el concepto de días, sí, de esos días de que nos habla la Biblia y comiencen a imaginarse y a preguntarse: ¿qué pasó en esta historia antes de que existiera el tiempo (los días)? O, ¿cómo deben interpretarse entonces esos “días” de los que se nos hablan?
Tal vez, debamos ponernos en la piel de Dios — por no decir “pellejo”— e imaginarnos que estamos mirando fijamente nuestro reflejo en un espejo deseando que esa imagen reflejada cobre vida y actúe de forma independiente. Creo, que nuestra mente es capaz de mantener indiferente “el tiempo” y no prestarle atención si existe o no. Por eso, hasta disfrutamos soñar y mandamos al carajo al tiempo en esos momentos plácidos en donde podemos viajar sin restricción alguna y realizar lo que nuestras mentes deseen, porque, al menos para mí, éstas no se someten a las reglas de algún tiempo. O, ¿será que la vida es solo un sueño?
De igual forma, quiero llamar la atención sobre la capacidad de nuestra mente de jugar con el tiempo (si existiera), de trasladarnos al pasado, a través de la memoria, trayendo nuestros recuerdos al presente y, voy más allá, hasta nos envía hacia el futuro, pues con la imaginación podemos suponer lo que ha de suceder o podría efectivamente suceder. Tenemos la capacidad de mover nuestro punto de conciencia por nuestra vida interior, como lo estoy haciendo en este momento moviendo el cursor en mi pantalla del computador, mientras escribo esto. “El tiempo no existe”.
POR: JAIRO MEJÍA.












