Observaba un video cualquiera, de esos que abundan en las redes sociales. El hombre lucha con torpeza por doblar una sábana ajustable mientras su pareja lo observa entre risas. O el otro, que se tarda una hora en hacer con lentitud lo que su esposa resuelve en cinco minutos. A primera vista, la escena parece inofensiva: una comedia ligera para reírnos un rato. He visto muchos, y aunque debo admitir que me he burlado más de una vez, sospecho que, con dos hombres en casa, podría estar clavándome yo misma el cuchillo en la garganta.
Nos han programado para creer que las mujeres deben encargarse de más tareas en el hogar. Y aunque sé que se trata de un error generacional, y que en estos tiempos de liberación femenina hemos comprendido que los roles deben ser compartidos porque ambos somos seres funcionales, hay un síntoma que empieza a preocuparme: las redes sociales han comenzado a promover la ridiculización y la inhabilitación de los hombres, reforzando modelos que afectan tanto a ellos como a nosotras. Con estas representaciones, se generan conscientemente roles de género anticuados, y de paso, se sigue colocando una carga innecesaria sobre los hombros femeninos.
Se puede andar por ahí sin saber hacerlo todo, pero no podemos pretender que no sabemos hacer nada. La sociedad ha encasillado a hombres y mujeres en roles con responsabilidades “adecuadas” según su género. El problema surge cuando asumimos que ciertas actividades no nos corresponden porque “mi mamá nunca hacía eso” o porque “yo jamás vi a mi papá en eso”. La bromita de infantilizar a los hombres en las labores del hogar refuerza la idea de que esas tareas son un territorio exclusivo de las mujeres. Lo paradójico de este cuento es que convierte la desigualdad en un punto de partida y de llegada: si el hombre es torpe por definición, cualquier esfuerzo por compartir responsabilidades domésticas está condenado al fracaso antes de siquiera intentarlo.
¡Los hombres no nacen con una incapacidad genética para realizar tareas domésticas! La idea de que son “trastes” en el hogar es una construcción cultural, no una verdad que se deba adorar. El problema radica en que, históricamente, a ellos no se les ha exigido el mismo nivel de competencia en el ámbito doméstico, pues, porque “el macho no nació pa eso”. Vean, no es que sean menos hábiles, sino que han sido menos entrenados y ya viene siendo hora de que ellos decidan también, por voluntad propia, asumir el rol. Mi padre, por ejemplo, es un gran cocinero; supongo que porque siempre tuvo un espacio abierto en la cocina para desplegar toda su creatividad. Aplaudo a los que se han animado. No quiero imaginar a mi hijo creciendo en un entorno donde la avalancha de videos le haga creer que es inútil en la cocina, donde yo se lo impida, y que, por eso, ni siquiera se anime a intentarlo.
Nos convendría más fomentar discursos y actividades en casa en las que mujeres y hombres desafíen estas percepciones negativas. Los hombres son perfectamente capaces de cocinar, limpiar, criar y construir hogares igual que las mujeres, pero para que esto se refleje en la realidad, también debe reflejarse en el espacio digital. Podemos rechazar la risa fácil, que causa más desigualdades, y, en su lugar, optar por un humor que cuestione y respete. Porque, al final, convivir no se trata de demostrar si los hombres son necesarios o estorban; no podemos pasar por alto que la igualdad y el respeto son indispensables para todos.
Por: Melissa Lambraño Jaimes.












