El Evangelio que se lee en la Misa de hoy (Lucas 16, 19-31) nos cuenta una historia: la historia de un rico desalmado y de un sufrido pobre.
Por Marlon Javier Domínguez
El Evangelio que se lee en la Misa de hoy (Lucas 16, 19-31) nos cuenta una historia: la historia de un rico desalmado y de un sufrido pobre.
Es preciso, antes de seguir con ella, que nos esforcemos por no estigmatizar ni a pobres ni a ricos, puesto que no todos los desalmados son ricos ni todos los sufridos y abnegados son pobres.
Lo que verdaderamente importa no es la cantidad de bienes que se posean, sino la forma como nos relacionamos con ellos y la forma como esta relación determina la relación con nuestros semejantes. Volvamos a la historia del Evangelio.
Un rico que se creía seguro en sus bienes, que disfrutaba ampliamente de las comodidades que le proporcionaban sus riquezas, que vivía desentendido de las necesidades de sus semejantes, aunque estuvieran muy cerca, que había perdido de vista la trascendencia de la vida y había olvidado que el inexorable tic tac del reloj nos acerca cada vez más a nuestra verdadera realidad.
Era rico en bienes, es cierto, pero lo que deploramos en él no son sus millones, sino su altivez y su orgullo, su falta de solidaridad y su desprecio por los semejantes.
También encontramos en la historia a un pobre, una persona que vivía en precariedad económica, pero a quien la escasez no le impedía mirar al cielo.
El pobre Lázaro tenía profunda conciencia de su ser temporal y comprendía la importancia de cultivar las virtudes, esperando aún en medio de la adversidad, la justicia de un Dios que nunca abandona.
El rico del relato banqueteaba espléndidamente, mientras que el pobre se arrastraba en el suelo, en medio de la miseria, y pretendía comer las migajas que caían de la mesa.
En nuestra sociedad vemos frecuentemente escenas de indiferencia como esa, pero no siempre están ligadas a la condición económica de las personas.
Hay muchos, en efecto, que poseen gran cantidad de bienes materiales y se ven movidos hacia sus semejantes por un sentimiento de verdadera compasión, les consideran sus hermanos, les sirven y les valoran; es cierto que también otros pocos menosprecian a los demás y les consideran inferiores por no estar a su altura económica, pero no es esa una regla general.
Por otra parte, existen muchas personas pobres, materialmente hablando, cuyo orgullo y prepotencia es, con mucho, más grande que sus bienes; personas resentidas que albergan odio y desprecio en su corazón, gente que cree que todo lo merece, que la vida les ha cometido injusticias y que el mundo entero está en deuda con ellos. Afortunadamente existen también pobres verdaderamente humildes, gente pujante y trabajadora que sirve a los demás y que va en busca un mejor futuro.
¿En cuál de estos grupos nos encontramos nosotros? Esta es una pregunta que debe responderse más con obras que con palabras. ¿Cuál es el desenlace de la historia? Esta pregunta puede responderse leyendo el relato bíblico o participando hoy de la Eucaristía. Feliz domingo.
El Evangelio que se lee en la Misa de hoy (Lucas 16, 19-31) nos cuenta una historia: la historia de un rico desalmado y de un sufrido pobre.
Por Marlon Javier Domínguez
El Evangelio que se lee en la Misa de hoy (Lucas 16, 19-31) nos cuenta una historia: la historia de un rico desalmado y de un sufrido pobre.
Es preciso, antes de seguir con ella, que nos esforcemos por no estigmatizar ni a pobres ni a ricos, puesto que no todos los desalmados son ricos ni todos los sufridos y abnegados son pobres.
Lo que verdaderamente importa no es la cantidad de bienes que se posean, sino la forma como nos relacionamos con ellos y la forma como esta relación determina la relación con nuestros semejantes. Volvamos a la historia del Evangelio.
Un rico que se creía seguro en sus bienes, que disfrutaba ampliamente de las comodidades que le proporcionaban sus riquezas, que vivía desentendido de las necesidades de sus semejantes, aunque estuvieran muy cerca, que había perdido de vista la trascendencia de la vida y había olvidado que el inexorable tic tac del reloj nos acerca cada vez más a nuestra verdadera realidad.
Era rico en bienes, es cierto, pero lo que deploramos en él no son sus millones, sino su altivez y su orgullo, su falta de solidaridad y su desprecio por los semejantes.
También encontramos en la historia a un pobre, una persona que vivía en precariedad económica, pero a quien la escasez no le impedía mirar al cielo.
El pobre Lázaro tenía profunda conciencia de su ser temporal y comprendía la importancia de cultivar las virtudes, esperando aún en medio de la adversidad, la justicia de un Dios que nunca abandona.
El rico del relato banqueteaba espléndidamente, mientras que el pobre se arrastraba en el suelo, en medio de la miseria, y pretendía comer las migajas que caían de la mesa.
En nuestra sociedad vemos frecuentemente escenas de indiferencia como esa, pero no siempre están ligadas a la condición económica de las personas.
Hay muchos, en efecto, que poseen gran cantidad de bienes materiales y se ven movidos hacia sus semejantes por un sentimiento de verdadera compasión, les consideran sus hermanos, les sirven y les valoran; es cierto que también otros pocos menosprecian a los demás y les consideran inferiores por no estar a su altura económica, pero no es esa una regla general.
Por otra parte, existen muchas personas pobres, materialmente hablando, cuyo orgullo y prepotencia es, con mucho, más grande que sus bienes; personas resentidas que albergan odio y desprecio en su corazón, gente que cree que todo lo merece, que la vida les ha cometido injusticias y que el mundo entero está en deuda con ellos. Afortunadamente existen también pobres verdaderamente humildes, gente pujante y trabajadora que sirve a los demás y que va en busca un mejor futuro.
¿En cuál de estos grupos nos encontramos nosotros? Esta es una pregunta que debe responderse más con obras que con palabras. ¿Cuál es el desenlace de la historia? Esta pregunta puede responderse leyendo el relato bíblico o participando hoy de la Eucaristía. Feliz domingo.