La historia del último amor del primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata, Gilberto Alejandro Durán Díaz.
Corría el año de 1975 cuando la joven Gloria María Dussán Torres, quien vivía en Planeta Rica, Córdoba, intercambió miradas con el rey vallenato Alejandro Durán Díaz, y cuenta ella que fue amor a primera vista. Hubo química de inmediato y se fueron enamorando, además de que se veían a cada rato porque vivían cerca.
No se podía dar marcha atrás, y a los seis meses de conocerse empezaron a darle rienda suelta al amor, luego del visto bueno de los padres de ella.
Lo primero que Alejo le dijo a Gloria, quien contaba con apenas 17 años, fue: “No me puedo casar contigo porque ya lo estoy, pero voy a vivir contigo lo que me queda de vida”. Y en efecto, así pasó.
El amor comenzó a crecer a pasos agigantados, teniendo como fortalezas la comprensión, la entrega y la esperanza puesta en un futuro mejor.
Catorce años de idilio
Al recordar su historia con el primer rey del Festival Vallenato, a Gloria le revivieron innumerables recuerdos, y su mirada se puso triste como un lamento o como un son vallenato. Sus palabras le salían de adentro con el sentimiento más profundo por ese ser que la tuvo como una reina en trono propio.
Fijó la mirada en el infinito, como buscando por dónde empezar su relato y expresó: “Me llamaba Goya, y a mí me gustaba”. Se queda pensativa, y a los pocos segundos continúa: “Siempre vivimos en nuestra casa de la calle 15 N° 14-44 del barrio San Marcos, en Planeta Rica, la tierra que lo acogió como un hijo”.
Toma mayor confianza, y cuenta: “Alejo, me enamoró con palabras dulces, y lo que más me gustó fue cuando me dijo que si me metía a vivir con él, no iba a mirar a otra mujer. Aunque fueron muy lindas sus palabras, se me hacía casi imposible creerlas por la fama de mujeriego que tenía, pero en los años que vivimos, no me dio motivos”.
En ese momento, se produjo la mezcla de una sonrisa untada con varias lágrimas; y todo porque recordó que Alejo se la pasaba diciendo que “ella lo había amansado”.
Volvió a meditar, y enseguida juntó en su pensamiento aquellos tiempos felices que comenzaron a principios del mes de noviembre de 1975. “Vivimos 14 años, y tuvimos cinco hijos: Néstor, Jorge Luís, Wilson, Donaldo y Dairo, a quien perdí. Él, era hogareño, responsable y amoroso con todos nosotros”.
Gloria repasa la historia vivida con Alejo, y prosigue: “Cuando salía a sus giras yo lo dejaba. No era celosa porque estaba segura de lo que tenía. Alejo no me compuso ninguna canción, pero me hizo sentir el amor, y ese fue el mayor regalo que me dio cada día”.
No aguantó la presión del sentimiento y nuevamente las lágrimas visitaron su rostro. Había que esperar, porque esos momentos hacen que huyan las palabras y una tristeza siempre aterriza en el corazón.
Levantó su cabeza, le puso oficio al pañuelo y pudo continuar. “Su rutina diaria cuando estaba en la casa era levantarse a las siete de la mañana, se bañaba y desayunaba. Después cogía su bicicleta y salía para estirar los huesos, según decía, saludar a sus amigos, y claro, siempre traía algo para la casa”.
Contó el secreto de Alejo, quien tenía un cuarto en la casa solamente para tocar su acordeón y componer: “Ahí repasaba sus canciones y muchas veces me comentaba sobre sus historias”.
Alcalde de Planeta
Al juglar vallenato nunca le gustó la política, pero le propusieron que fuera alcalde del municipio, dada su popularidad, carisma y don de gente.
Gloria cuenta ese hecho: “Una vez le propusieron ser alcalde de Planeta Rica, pero claramente dijo que no le jalaba a eso porque lo suyo era el acordeón, y con el acordeón nunca tenía problemas. Él, siempre recalcaba que su orgullo era haber sido el primer rey vallenato, porque insistía que eso le había servido para darse a conocer de la forma en que lo merecía, y sacarle provecho a la música que quería como a su familia”.
El campesino de El Paso siempre continuó en lo suyo, y nunca olvidó que desde muy joven se dedicó a ser vaquero, jornalero y aserrador. Después aprendió a tocar acordeón y dio sus primeros pasos como compositor con la canción ‘Las cocas’, dedicada a las mujeres que cocinaban para las cuadrillas de vaqueros en la hacienda Las Cabezas, donde trabajaba.
El adiós de Alejo
Gloria, o ‘Goya’, como la llamaba Alejo, se la pasó el recorrido de la entrevista recordando esos tiempos bellos al lado del negro grande, y no pudo sustraerse del momento de su partida al más allá.
“Su última presentación la realizó en Chinú, Córdoba, aunque el médico ya le había prohibido que tocara, pero Alejo no hizo caso. Cuando regresó le comenzaron los malestares y me dijo que sentía fuertes dolores en el pecho. El doctor Oscar Díaz ordenó trasladarlo a la clínica Unión de Montería, donde estuvo durante ocho días, hasta que murió”.
Nunca se separó de su lado, hasta que en un momento él le susurró al oído: “Goya, cuídame a los hijos. Goya te quiero mucho”. Ella le prometió cumplir su voluntad al pie de la letra y amarlo eternamente.
“Su partida me causó el más grande dolor, y miraba a mis pequeños, el mayor de 10 y el menor de tres años, y en mi mente lo reflejaba a él. Ya no lo iba a ver más para poder darle las gracias por brindarme la mejor vida”.
Eran palabras llenas de un inmenso dolor casi 30 años después de aquel 15 de noviembre de 1989, y más cuando en la tierra donde lo querían elegir alcalde, le brindaron una multitudinaria despedida.
“Desde esa fecha he venido luchando, saqué adelante a nuestros hijos, por eso cada vez que voy a su tumba le pido que nos cuide y no nos abandone”, dice Gloria con el corazón en la mano.
La ‘Goya’ de Alejo es una mujer fiel, y le sigue cumpliendo la promesa al hombre que se comprometió a quererla hasta que la muerte los separó. Ella, nunca se ha fijado en otro hombre porque es la reina con trono propio y con unos retoños que son la razón de su vida.
Al final del encuentro, recordó que su amado Alejo le cantaba frecuentemente la canción ‘Mírame fijamente’, de Tobías Enrique Pumarejo, que él había grabado. “Sonreía y me regalaba un beso”.
Mírame fijamente hasta cegarme
mírame con amor o con enojo,
pero no dejes nunca de mirarme
porque quiero morir bajo tus ojos.
Por Juan Rincón Vanegas / EL PILÓN
@juanrinconv
La historia del último amor del primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata, Gilberto Alejandro Durán Díaz.
Corría el año de 1975 cuando la joven Gloria María Dussán Torres, quien vivía en Planeta Rica, Córdoba, intercambió miradas con el rey vallenato Alejandro Durán Díaz, y cuenta ella que fue amor a primera vista. Hubo química de inmediato y se fueron enamorando, además de que se veían a cada rato porque vivían cerca.
No se podía dar marcha atrás, y a los seis meses de conocerse empezaron a darle rienda suelta al amor, luego del visto bueno de los padres de ella.
Lo primero que Alejo le dijo a Gloria, quien contaba con apenas 17 años, fue: “No me puedo casar contigo porque ya lo estoy, pero voy a vivir contigo lo que me queda de vida”. Y en efecto, así pasó.
El amor comenzó a crecer a pasos agigantados, teniendo como fortalezas la comprensión, la entrega y la esperanza puesta en un futuro mejor.
Catorce años de idilio
Al recordar su historia con el primer rey del Festival Vallenato, a Gloria le revivieron innumerables recuerdos, y su mirada se puso triste como un lamento o como un son vallenato. Sus palabras le salían de adentro con el sentimiento más profundo por ese ser que la tuvo como una reina en trono propio.
Fijó la mirada en el infinito, como buscando por dónde empezar su relato y expresó: “Me llamaba Goya, y a mí me gustaba”. Se queda pensativa, y a los pocos segundos continúa: “Siempre vivimos en nuestra casa de la calle 15 N° 14-44 del barrio San Marcos, en Planeta Rica, la tierra que lo acogió como un hijo”.
Toma mayor confianza, y cuenta: “Alejo, me enamoró con palabras dulces, y lo que más me gustó fue cuando me dijo que si me metía a vivir con él, no iba a mirar a otra mujer. Aunque fueron muy lindas sus palabras, se me hacía casi imposible creerlas por la fama de mujeriego que tenía, pero en los años que vivimos, no me dio motivos”.
En ese momento, se produjo la mezcla de una sonrisa untada con varias lágrimas; y todo porque recordó que Alejo se la pasaba diciendo que “ella lo había amansado”.
Volvió a meditar, y enseguida juntó en su pensamiento aquellos tiempos felices que comenzaron a principios del mes de noviembre de 1975. “Vivimos 14 años, y tuvimos cinco hijos: Néstor, Jorge Luís, Wilson, Donaldo y Dairo, a quien perdí. Él, era hogareño, responsable y amoroso con todos nosotros”.
Gloria repasa la historia vivida con Alejo, y prosigue: “Cuando salía a sus giras yo lo dejaba. No era celosa porque estaba segura de lo que tenía. Alejo no me compuso ninguna canción, pero me hizo sentir el amor, y ese fue el mayor regalo que me dio cada día”.
No aguantó la presión del sentimiento y nuevamente las lágrimas visitaron su rostro. Había que esperar, porque esos momentos hacen que huyan las palabras y una tristeza siempre aterriza en el corazón.
Levantó su cabeza, le puso oficio al pañuelo y pudo continuar. “Su rutina diaria cuando estaba en la casa era levantarse a las siete de la mañana, se bañaba y desayunaba. Después cogía su bicicleta y salía para estirar los huesos, según decía, saludar a sus amigos, y claro, siempre traía algo para la casa”.
Contó el secreto de Alejo, quien tenía un cuarto en la casa solamente para tocar su acordeón y componer: “Ahí repasaba sus canciones y muchas veces me comentaba sobre sus historias”.
Alcalde de Planeta
Al juglar vallenato nunca le gustó la política, pero le propusieron que fuera alcalde del municipio, dada su popularidad, carisma y don de gente.
Gloria cuenta ese hecho: “Una vez le propusieron ser alcalde de Planeta Rica, pero claramente dijo que no le jalaba a eso porque lo suyo era el acordeón, y con el acordeón nunca tenía problemas. Él, siempre recalcaba que su orgullo era haber sido el primer rey vallenato, porque insistía que eso le había servido para darse a conocer de la forma en que lo merecía, y sacarle provecho a la música que quería como a su familia”.
El campesino de El Paso siempre continuó en lo suyo, y nunca olvidó que desde muy joven se dedicó a ser vaquero, jornalero y aserrador. Después aprendió a tocar acordeón y dio sus primeros pasos como compositor con la canción ‘Las cocas’, dedicada a las mujeres que cocinaban para las cuadrillas de vaqueros en la hacienda Las Cabezas, donde trabajaba.
El adiós de Alejo
Gloria, o ‘Goya’, como la llamaba Alejo, se la pasó el recorrido de la entrevista recordando esos tiempos bellos al lado del negro grande, y no pudo sustraerse del momento de su partida al más allá.
“Su última presentación la realizó en Chinú, Córdoba, aunque el médico ya le había prohibido que tocara, pero Alejo no hizo caso. Cuando regresó le comenzaron los malestares y me dijo que sentía fuertes dolores en el pecho. El doctor Oscar Díaz ordenó trasladarlo a la clínica Unión de Montería, donde estuvo durante ocho días, hasta que murió”.
Nunca se separó de su lado, hasta que en un momento él le susurró al oído: “Goya, cuídame a los hijos. Goya te quiero mucho”. Ella le prometió cumplir su voluntad al pie de la letra y amarlo eternamente.
“Su partida me causó el más grande dolor, y miraba a mis pequeños, el mayor de 10 y el menor de tres años, y en mi mente lo reflejaba a él. Ya no lo iba a ver más para poder darle las gracias por brindarme la mejor vida”.
Eran palabras llenas de un inmenso dolor casi 30 años después de aquel 15 de noviembre de 1989, y más cuando en la tierra donde lo querían elegir alcalde, le brindaron una multitudinaria despedida.
“Desde esa fecha he venido luchando, saqué adelante a nuestros hijos, por eso cada vez que voy a su tumba le pido que nos cuide y no nos abandone”, dice Gloria con el corazón en la mano.
La ‘Goya’ de Alejo es una mujer fiel, y le sigue cumpliendo la promesa al hombre que se comprometió a quererla hasta que la muerte los separó. Ella, nunca se ha fijado en otro hombre porque es la reina con trono propio y con unos retoños que son la razón de su vida.
Al final del encuentro, recordó que su amado Alejo le cantaba frecuentemente la canción ‘Mírame fijamente’, de Tobías Enrique Pumarejo, que él había grabado. “Sonreía y me regalaba un beso”.
Mírame fijamente hasta cegarme
mírame con amor o con enojo,
pero no dejes nunca de mirarme
porque quiero morir bajo tus ojos.
Por Juan Rincón Vanegas / EL PILÓN
@juanrinconv