HISTORIAS

Gabriel García Márquez encontró otros Macondos ocultos en el Valle de Upar (II)

Conoció nuestro Nobel de la fascinación de los vallenatos cuando llegaron las primeras películas en blanco y negro a Valledupar.

Gabriel García Márquez encontró otros Macondos ocultos en el Valle de Upar (II)

Gabriel García Márquez encontró otros Macondos ocultos en el Valle de Upar (II)

Por: Ruth

@el_pilon

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Otra de las realidades mágicas que Gabo encontró en el Valle de Upar, fueron los siguientes relatos, que le contó la maestra Ruth Ariza Cotes: ‘’Cuando llegaron los primeros radios a Valledupar, los vallenatos no entendían cómo un hombre se podía meter, dentro de un aparato tan chiquito y poder hablar dentro de él; por ello, muchos desbarataron su radio para ver si adentro estaban los hombrecitos”.


Escuchó extasiado que, en esas épocas, en que a los bombillos, los vallenatos les llamaban calabacitos alumbradores, cuando iban al cine y en las películas había una pelea de boxeo, los espectadores gritaban: “Dale, ¡dale! ¡Arremátalo!”, como si los personajes los estuvieran oyendo y tomaban partido. Durante las películas a veces venía un tren, y entonces salían despavoridos de sus asientos, para que no los atropellara; y si dos novios aparecían besándose, les gritaban: “¡chúpalo! ¡Chúpalo!”.


Una noticia que lo sorprendió por la ternura, fue que cuando llegaron los primeros carros a la ciudad, de Marca Ford, una ancianita que compraba dos centavos de petróleo, salió corriendo al oír la algarabía, y alcanzó a ver el primero en llegar al pueblo. En su imaginación exclamó: “¡Es un animal!, y sus pies son redondos (las ruedas), tiene dos ojos que botan candela (los focos). Pobre animal, debe venir muy cansado y con hambre ¡y habla gritando como ronco!”.

Los primeros carros de marca Ford, que llegaron a la ciudad en 1922. (Foto de Daniel Romero)


Acto seguido le tiró unas cáscaras de plátano verde y de yuca, para que calmara el hambre, pero cual no fue su desconcierto cuando el animal siguió caminando y aplastó indiferente todo el bastimento.
Acongojada, se devolvió a la tienda, contó lo que había visto, y se llevó su botellita de petróleo muy triste, pagando con dos moneditas de a centavo cada una.


Conoció nuestro Nobel de la fascinación de los vallenatos cuando llegaron las primeras películas en blanco y negro a Valledupar. Eran proyectadas sobre una sábana blanca, la gente sorprendida no entendía cómo podían estar escondidos los artistas detrás de una sábana, y acto seguido se fueron en grupo queriendo descubrir los personajes de la película quedando desconcertados por la magia del proyector.

El callejón de la Purrututú

Gabo encontró en Valledupar un callejón distribuido a la manera de Macondo, con casas de bahareque y corrales de chivos en los patios, llamado el callejón de la Purrututú, donde a la manera de Cien Años de Soledad, se había reencarnado una Úrsula en la mujer llamada la Purrututú, cuyo nombre de pila era Encarnación Viña López, quien falleció a la edad de 113 años, y que al igual que el personaje, personaje que se constituyó en prototipo de la mujer trabajadora, incansable, laboriosa, metódica, persistente, emprendedora, madrugadora, organizada, honrada, aseada, disciplinada y multifacética.

Aquí vemos la casa en donde vivió la Purrututú; en su patio llamaba a las palomas con el grito: ¡Purru tu tu! Foto: Daniel Romero.

Hacía almojábanas, queques, merengues, chiricanas y exquisitos dulces en su horno de barro; al mismo tiempo fabricaba y vendía jabón de potasa, querosene, velas de cebo y calillas de tabaco; tejía mochilas y vendía chirrinchi quinado en su pequeño estanquillo, pero además cosía y remendaba ropa en su máquina de coser Singer; con estas actividades, al igual que Úrsula, logró sostener su hogar.
La Purrututú era apodada así porque con ese grito llamaba a las palomas para ofrecerles el maíz, fue la típica representante de la matrona vallenata.

Aquí vemos a la Purrututú preparando sus dulces y panes en su horno de barro. Foto: Daniel Romero.

Aquí en Valledupar, Gabo encontró hasta una pariente: a Ruth Ariza Cotes, quien le explicó el árbol genealógico de su ascendencia materna, donde descubrió que su madre Luisa Santiaga, era prima hermana de la madre de Ruth Ariza, doña Josefa Cotes Ovalle, cuyo padre, el coronel de la Guerra de los Mil Días, Lázaro Cotes Cotes, era su tío abuelo, hermano de su abuela Tranquilina Cotes Iguarán; quien en su casa de Aracataca le narró a Gabo cuando era niño , la muerte de su sobrino Agustín Cotes, ocurrida en unas vacaciones desafortunadas, cuando venía de Santa Marta del bachillerato en el Liceo Celedón, y ella le brindó unos bollos de maíz pilado que le desataron la muerte, en medio de una crisis de disentería. En el cuarto donde murió Agustincito, habitaba no solo su fantasma, sino una serie de ancestros que se convertían en su castigo cada vez que cometía una pilatuna y la abuela lo encerraba allí. Gabo en muchas ocasiones reconoció que su abuela había nutrido su universo literario, con las historias de parientes y experiencias que ella le narró.

Dado el feliz hallazgo, Gabo obsequió a su prima, con uno de sus libros y se lo dedicó con esta leyenda: “Para Ruth, de su pariente comprobado”.

La historiadora Ruth Ariza Cotes explicándole el árbol genealógico de su ascendencia materna, a Gabriel García Márquez el 12 de junio de 1983, fecha en la cual fue invitado como jurado calificador del Festival de la Leyenda Vallenata que se hizo en su honor. Foto: Daniel Romero

Como parte de sus hallazgos acerca de los ancestros, Ruth le contó anécdotas de cuando su madre Luisa Santiaga, estando de amores con el telegrafista Gabriel Eligio García, fue mandada por sus padres a la población de Manaure (Cesar), para que temperara y alejarla de su novio, relación de la que no eran gustosos; en este poblado se posó en la casa de su tío materno Lázaro Cotes Cotes y allí convivió con sus primas hermanas: Josefa (madre de Ruth Ariza), Rosa y Berta Cotes; como en Manaure también había telegrafía, yendo las muchachas a una fiesta, la sacaron a bailar y ella declinó dando como razón que tenía que pedir permiso al telegrafista de Aracataca, su novio. Quien contestó: “Que baile”. Desde Manaure, su novio le enviaba diariamente mensajes de amor por el telégrafo, a pesar de que los quisieron separar.


Allí en Manaure en la época del presidente Gustavo Rojas Pinilla, se presentó la policía de los ‘Chulavitas’, quienes perseguían a los liberales y a los que no fueran católicos; entraron a la casa de don José Daza Ariza y lo amenazaron de muerte, éste les dijo que lo dejaran leer la Biblia antes de morir; Don José les leyó un versículo en donde Dios ordenaba que un verdadero cristiano si quería salvarse y gozar de la vida eterna, no debía quitarle la vida al prójimo. Con esta lectura los policías ‘Chulavitas’ le dijeron que no siguiera leyendo, que ya no lo iban a matar.


Tiempo después los ‘Chulavitas’ llegaron a la población de La Paz (Cesar), cercana a Manaure y quemaron el 95 % de las casas de los liberales del pueblo, todo quedó en ruinas, la gente hacinada en las pocas casas que quedaron en pie, lucían deprimidos, no encontraban salida a este gran perjuicio; solo había silencio y lágrimas.


En estos días que ya corrían del año de 1953, llegó Gabriel García Márquez al poblado, con el objetivo de vender sus enciclopedias y cuando todavía no era famoso; al encontrar este espectáculo dantesco, resucitó al pueblo haciéndoles una especie de sicoterapia colectiva, los reunió, e invitó a que notaran que lo importante era que estaban vivos, que lo material se podía recuperar y que el primer paso para lograrlo, era dejar la tristeza y convertirla en optimismo y acciones; que los acordeones no tenían por qué callarse; los pacíficos al oír estas palabras, hicieron sonar un acordeón y reapareció así la parranda y en sus rostros floreció de nuevo la alegría; ¡Gabo resucitó a un pueblo!
Por todas historias vividas y contadas, fue que Gabo expresó: “Que Cien Años de Soledad era un Vallenato de 450 páginas”.

Por: Ruth Ariza Cotes

Fotos y colaboración: Daniel Romero

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