En mi calidad de docente pensionado, sigo visitando los colegios en la misión pedagógica de fortalecer el arte de ser más humanos y motivar la creación poética.
“Llegados a cierta edad, todos tenemos un deber con la vida, con los demás, con los que nos rodean, a ellos nos debemos” (Javier Moro). En el diván candoroso de los años, cuando dialogamos en silencio con la memoria, además de la familia, recordamos con sentimiento de gratitud a aquellas personas que por sus acciones fueron ángeles guardianes en los procesos de formación académica y laboral, y para ser lo que somos.
En mi calidad de docente pensionado, sigo visitando los colegios en la misión pedagógica de fortalecer el arte de ser más humanos y motivar la creación poética. En recientes visitas a mi querido colegio Instpecam, donde fui estudiante (1967-1969), y después docente (1978-2017), siempre recuerdo a mis estudiantes, personal administrativo, servicios generales y compañeros docentes; para esta columna, quiero resaltar al maestro Félix Díaz Molina. Recuerdo cómo algunos de sus compañeros coetáneos, al llegar al colegio, lo saludaban cariñosamente: Feliz Día, querido maestro.
Félix Díaz Molina heredó de su padre, el reconocido pedagogo Francisco Molina Sánchez, la vocación de maestro. De su madre, Ana Dolores Díaz Díaz, la humildad, la sencillez y la fe en Dios. Nació el 7 de julio de 1940, su primera infancia la vivió en Villanueva, la tierra de su madre. Luego su madre se viene a Valledupar: en la Escuela parroquial inicia el ciclo de primaria, el bachillerato en la Escuela Industrial, y en Barranquilla, en el Instituto Técnico Industrial del Atlántico, se gradúa de bachiller en la especialidad de dibujo técnico (1964).
En Valledupar, 1965, debuta como docente en el recién creado Colegio Ateneo El Rosario, del pedagogo César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Un año después, empieza un proyecto comercial con unos parientes; pero descubre que su verdadera vocación es la docencia, y en 1968 es nombrado profesor del Instpecam, y en 1976 es designado coordinador académico, jornada de la mañana.
En 1976 fue nombrado profesor, jornada de la tarde, del colegio Prudencia Daza, y ascendido a coordinador académico en 1982. Tuvo la disciplina y la responsabilidad para seguir estudiando; en la Universidad Javeriana termina Licenciatura (1992), y en la Universidad del Bosque, Especialización en docencia (1994).
Estuvo de coordinador del Prudencia Daza hasta el 2002, cuando el Ministerio de Educación reglamentó la caducidad de la doble vinculación del magisterio. En el Instpecam laboró hasta la edad del retiro forzoso (2005). Tuve el honor de ser su alumno en el Ateneo El Rosario, en el Instpecam, y después compañero de trabajo; por eso puedo dar fe de las bondades humanas y de las orientaciones oportunas de mi querido maestro Félix Díaz Molina: se desempeñó con idoneidad, responsabilidad, decencia y ecuánime inteligencia emocional. Nunca se le escuchó gritar, su trato era el de un sabio humanista, respetuoso y respetado por todos.
Su vida octogenaria la disfruta con lucidez y rodeado del cariño de su familia: su esposa Marina Esther Leonis Rincones, tres hijos y ocho nietos. Dos de sus hijos son docentes, Félix y Lorcy; y Harold, ingeniero electrónico.
Por José Atuesta Mindiola
En mi calidad de docente pensionado, sigo visitando los colegios en la misión pedagógica de fortalecer el arte de ser más humanos y motivar la creación poética.
“Llegados a cierta edad, todos tenemos un deber con la vida, con los demás, con los que nos rodean, a ellos nos debemos” (Javier Moro). En el diván candoroso de los años, cuando dialogamos en silencio con la memoria, además de la familia, recordamos con sentimiento de gratitud a aquellas personas que por sus acciones fueron ángeles guardianes en los procesos de formación académica y laboral, y para ser lo que somos.
En mi calidad de docente pensionado, sigo visitando los colegios en la misión pedagógica de fortalecer el arte de ser más humanos y motivar la creación poética. En recientes visitas a mi querido colegio Instpecam, donde fui estudiante (1967-1969), y después docente (1978-2017), siempre recuerdo a mis estudiantes, personal administrativo, servicios generales y compañeros docentes; para esta columna, quiero resaltar al maestro Félix Díaz Molina. Recuerdo cómo algunos de sus compañeros coetáneos, al llegar al colegio, lo saludaban cariñosamente: Feliz Día, querido maestro.
Félix Díaz Molina heredó de su padre, el reconocido pedagogo Francisco Molina Sánchez, la vocación de maestro. De su madre, Ana Dolores Díaz Díaz, la humildad, la sencillez y la fe en Dios. Nació el 7 de julio de 1940, su primera infancia la vivió en Villanueva, la tierra de su madre. Luego su madre se viene a Valledupar: en la Escuela parroquial inicia el ciclo de primaria, el bachillerato en la Escuela Industrial, y en Barranquilla, en el Instituto Técnico Industrial del Atlántico, se gradúa de bachiller en la especialidad de dibujo técnico (1964).
En Valledupar, 1965, debuta como docente en el recién creado Colegio Ateneo El Rosario, del pedagogo César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Un año después, empieza un proyecto comercial con unos parientes; pero descubre que su verdadera vocación es la docencia, y en 1968 es nombrado profesor del Instpecam, y en 1976 es designado coordinador académico, jornada de la mañana.
En 1976 fue nombrado profesor, jornada de la tarde, del colegio Prudencia Daza, y ascendido a coordinador académico en 1982. Tuvo la disciplina y la responsabilidad para seguir estudiando; en la Universidad Javeriana termina Licenciatura (1992), y en la Universidad del Bosque, Especialización en docencia (1994).
Estuvo de coordinador del Prudencia Daza hasta el 2002, cuando el Ministerio de Educación reglamentó la caducidad de la doble vinculación del magisterio. En el Instpecam laboró hasta la edad del retiro forzoso (2005). Tuve el honor de ser su alumno en el Ateneo El Rosario, en el Instpecam, y después compañero de trabajo; por eso puedo dar fe de las bondades humanas y de las orientaciones oportunas de mi querido maestro Félix Díaz Molina: se desempeñó con idoneidad, responsabilidad, decencia y ecuánime inteligencia emocional. Nunca se le escuchó gritar, su trato era el de un sabio humanista, respetuoso y respetado por todos.
Su vida octogenaria la disfruta con lucidez y rodeado del cariño de su familia: su esposa Marina Esther Leonis Rincones, tres hijos y ocho nietos. Dos de sus hijos son docentes, Félix y Lorcy; y Harold, ingeniero electrónico.
Por José Atuesta Mindiola