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Columnista - 18 octubre, 2019

Fe, amor y esperanza

“… de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza.” 1Tesalonicenses 1,3 Estos tres principios se mencionan en la mayoría de las cartas paulinas, funcionaban como cauce normal a través del cual, la iglesia primitiva crecía para ir edificándose y perfeccionándose para la obra del ministerio […]

“… de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza.”
1Tesalonicenses 1,3

Estos tres principios se mencionan en la mayoría de las cartas paulinas, funcionaban como cauce normal a través del cual, la iglesia primitiva crecía para ir edificándose y perfeccionándose para la obra del ministerio y la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Bien vale la pena, para nuestro caminar y madurez espiritual considerar con seriedad este asunto que, a la larga, afectará todas las áreas de nuestra vida, independiente de la labor o actividad en la que nos desenvolvamos.

En primer lugar, se menciona la obra de la fe. Advierto que no se hace referencia a la fe salvadora, sino a la fe que se traduce en obras de misericordia y condiciona nuestro diario vivir. La eterna discusión entre el pensamiento paulino y el de Santiago respecto a la fe y las obras tiene como conclusión: Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Así, la fe es un don del Espíritu que se recibe por gracia, pero se manifiesta a través de las obras.

La fe no es un concepto puramente intelectual que acompaña a una vida indiferente y pasiva, sino que, siempre está en movimiento, es dinámica, galopante, crece en la medida en que conozco más al Señor y me comprometo con mis semejantes. De esta manera, la iglesia se convierte en una comunidad que restaura y muestra el propósito salvífico de Dios para la humanidad.

Segundo, el trabajo del amor. En nuestra cultura el amor es un sentimiento que expresamos hacia los demás, cuando se lo merecen. Sin embargo, en la Escritura, el amor es un compromiso, una decisión firme y sin reserva, que no depende de la conducta de quien lo recibe, sino del carácter de quien lo otorga. Más allá del amor de los amigos, del amor erótico y de la familia está el amor incondicional. Claro que, el amor demanda un gran esfuerzo, debe sobreponerse al egoísmo y otros obstáculos para triunfar. El mayor ejemplo de amor incondicional lo tenemos en el camino de Cristo hacia la Cruz, estuvo lleno de complicaciones, adversidades y contratiempos, pero nada lo desvió de su propósito de amor.

Tercero, La constancia en la esperanza. La esperanza es la certeza que define nuestros objetivos, nos ayuda a mantenernos en la ruta propuesta. En medio de las dificultades, las luchas y los obstáculos del camino, nos ayuda a mantener la mirada puesta en el galardón. A mantenernos como viendo al invisible. Ciertamente, es lo último que se pierde, porque a pesar de las luchas internas y del mundo exterior, no nos damos por vencidos y nos mantenemos en la brecha para alcanzar nuestras metas y conocer a Dios tal como hemos sido conocidos por Él.

El anhelo ferviente de mi corazón es que, este mes, podamos elegir personas íntegras y que, a través de la fe, el amor y la esperanza, las tres dádivas que permanecen, podamos entrar en el reposo para vivir una vida digna y veamos una sociedad transformada por el poder del Evangelio.

Abundantes bendiciones en Cristo…

Columnista
18 octubre, 2019

Fe, amor y esperanza

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“… de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza.” 1Tesalonicenses 1,3 Estos tres principios se mencionan en la mayoría de las cartas paulinas, funcionaban como cauce normal a través del cual, la iglesia primitiva crecía para ir edificándose y perfeccionándose para la obra del ministerio […]


“… de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza.”
1Tesalonicenses 1,3

Estos tres principios se mencionan en la mayoría de las cartas paulinas, funcionaban como cauce normal a través del cual, la iglesia primitiva crecía para ir edificándose y perfeccionándose para la obra del ministerio y la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Bien vale la pena, para nuestro caminar y madurez espiritual considerar con seriedad este asunto que, a la larga, afectará todas las áreas de nuestra vida, independiente de la labor o actividad en la que nos desenvolvamos.

En primer lugar, se menciona la obra de la fe. Advierto que no se hace referencia a la fe salvadora, sino a la fe que se traduce en obras de misericordia y condiciona nuestro diario vivir. La eterna discusión entre el pensamiento paulino y el de Santiago respecto a la fe y las obras tiene como conclusión: Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Así, la fe es un don del Espíritu que se recibe por gracia, pero se manifiesta a través de las obras.

La fe no es un concepto puramente intelectual que acompaña a una vida indiferente y pasiva, sino que, siempre está en movimiento, es dinámica, galopante, crece en la medida en que conozco más al Señor y me comprometo con mis semejantes. De esta manera, la iglesia se convierte en una comunidad que restaura y muestra el propósito salvífico de Dios para la humanidad.

Segundo, el trabajo del amor. En nuestra cultura el amor es un sentimiento que expresamos hacia los demás, cuando se lo merecen. Sin embargo, en la Escritura, el amor es un compromiso, una decisión firme y sin reserva, que no depende de la conducta de quien lo recibe, sino del carácter de quien lo otorga. Más allá del amor de los amigos, del amor erótico y de la familia está el amor incondicional. Claro que, el amor demanda un gran esfuerzo, debe sobreponerse al egoísmo y otros obstáculos para triunfar. El mayor ejemplo de amor incondicional lo tenemos en el camino de Cristo hacia la Cruz, estuvo lleno de complicaciones, adversidades y contratiempos, pero nada lo desvió de su propósito de amor.

Tercero, La constancia en la esperanza. La esperanza es la certeza que define nuestros objetivos, nos ayuda a mantenernos en la ruta propuesta. En medio de las dificultades, las luchas y los obstáculos del camino, nos ayuda a mantener la mirada puesta en el galardón. A mantenernos como viendo al invisible. Ciertamente, es lo último que se pierde, porque a pesar de las luchas internas y del mundo exterior, no nos damos por vencidos y nos mantenemos en la brecha para alcanzar nuestras metas y conocer a Dios tal como hemos sido conocidos por Él.

El anhelo ferviente de mi corazón es que, este mes, podamos elegir personas íntegras y que, a través de la fe, el amor y la esperanza, las tres dádivas que permanecen, podamos entrar en el reposo para vivir una vida digna y veamos una sociedad transformada por el poder del Evangelio.

Abundantes bendiciones en Cristo…