Hoy se cumplen 30 años del asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, un periodista que quiso marcar la diferencia en las páginas del diario capitalino, diciendo la verdad.
Una joven estudiante que llegaba por primera vez a Bogotá, procedente de Chimichagua, Cesar, quiso probar la independencia periodística del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza.
Irlena Villarreal Medina, quien había ganado el concurso Espectadores 2000 con la crónica folclórica ‘Que no muera la tambora’ fue invitada a recibir su premio.
Esa mañana del 3 de febrero de 1986 ella bailó en la redacción de El Espectador ese aire musical que sonaba en una grabadora. Estaba acompañada de su familiar John Rafael Rocha Medina, quien estudiaba derecho en la capital país.
En la amena charla contó la historia de su crónica y de sus estudios en el Colegio Nacional Cerveleón Padilla Lascarro. De igual manera sus deseos de ser una profesional.
Ya entrando en confianza le pidió un favor al director Guillermo Cano, y consistía en conseguirle una cita con el Presidente de la República Belisario Betancourt Cuartas, para exponerle las necesidades de su pueblo.
De inmediato el director de El Espectador señaló que no podía hacerlo porque lo llevaba a perder su independencia periodística. “En otras palabras, no lo puedo criticar porque le debo un favor”, añadió.
Sin embargo, abrió un espacio para que la joven ganadora del concurso no se fuera con la desilusión de no hablar con el primer mandatario de la Nación. Enseguida llamó a su cuñada María Antonieta Busquets de Cano, quien hizo la gestión y pudo Irlena Villarreal asistir el día siguiente al Palacio Presidencial.
Ese día, 4 de febrero, el presidente Betancourt estaba de cumpleaños, e Irlena le puso una serenata con tambora, el folclor que identifica a su tierra.
Después de la mutua felicitación, el presidente destacó su crónica y le manifestó: “Cuénteme de su vida como escritora y a que se debe el honor de la visita”.
Ella, entre nerviosa y feliz de estar en ese estrado, le contó someramente de su vida como estudiante y escritora, y al entrar en detalle de las necesidades de su querido terruño, lo puso en contexto. “Señor presidente en el pueblo tenemos una planta eléctrica, y cuando se acaba el combustible, se demoran en llevarlo de Valledupar y más son los días sin luz que con ella”. El presidente tomó nota.
Después le solicitó una biblioteca y el nombramiento en propiedad del rector de su institución educativa que estaba encargado desde hace varios meses. Y le añadió: “Presidente, el rector es más conservador que usted”.
Enseguida, el presidente llamó a la Ministra de Educación, Liliam Suárez Melo, para que tomara cartas en el asunto y lo más pronto posible acogiera las peticiones de la joven Chimichagüera.
La despedida del primer mandatario de la Nación fue hablando de Chimichagua a la que había visitado en su campaña presidencial y destacó la canción ‘La Piragua’ de José Barros, al que denominó como compositor insigne, y a su copartidario Cerveleón Padilla, precisamente cuyo nombre lleva el colegio.
El Espectador le dio gran despliegue a ese encuentro y tituló: ‘La feliz correría de Irlena Villarreal desde Chimichagua hasta Bogotá: Una crónica la llevó al Palacio Presidencial’.
Después de esa visita, y al poco tiempo a Chimichagua no le fallaba el combustible a la planta eléctrica, llegó una cantidad de cajas con libros para la biblioteca y al rector Leopoldo Rafael Morante, lo nombraron en propiedad.
Para escribir la crónica se contactó a Irlena Villarreal Medina, quien manifestó que ese viaje la marcó de por vida y que nunca se cansará de agradecerle a El Espectador por la invitación y la publicación de la crónica que obtuvo el primer puesto.
“También al director Guillermo Cano, quien bajo cuerda logró su propósito de poder visitar al presidente; y al caricaturista Osuna, el cual me regaló un dibujo”, expresó Irlena, quien ahora labora en la empresa de acueducto.
Desde entonces en su casa de Chimichagua, cuelga un cuadro con la famosa crónica, esa donde por primera vez sonó la tambora en un periódico y la que hizo posible llegaran prontas soluciones a esa tierra bañada por la ciénaga de Zapatosa.
Treinta años después este es el homenaje sincero y noble para el inolvidable Guillermo Cano, el periodista cuyos principios éticos sobrepasaron todas las barreras y sus enseñanzas han servido de guía a las nuevas generaciones.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Hoy se cumplen 30 años del asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, un periodista que quiso marcar la diferencia en las páginas del diario capitalino, diciendo la verdad.
Una joven estudiante que llegaba por primera vez a Bogotá, procedente de Chimichagua, Cesar, quiso probar la independencia periodística del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza.
Irlena Villarreal Medina, quien había ganado el concurso Espectadores 2000 con la crónica folclórica ‘Que no muera la tambora’ fue invitada a recibir su premio.
Esa mañana del 3 de febrero de 1986 ella bailó en la redacción de El Espectador ese aire musical que sonaba en una grabadora. Estaba acompañada de su familiar John Rafael Rocha Medina, quien estudiaba derecho en la capital país.
En la amena charla contó la historia de su crónica y de sus estudios en el Colegio Nacional Cerveleón Padilla Lascarro. De igual manera sus deseos de ser una profesional.
Ya entrando en confianza le pidió un favor al director Guillermo Cano, y consistía en conseguirle una cita con el Presidente de la República Belisario Betancourt Cuartas, para exponerle las necesidades de su pueblo.
De inmediato el director de El Espectador señaló que no podía hacerlo porque lo llevaba a perder su independencia periodística. “En otras palabras, no lo puedo criticar porque le debo un favor”, añadió.
Sin embargo, abrió un espacio para que la joven ganadora del concurso no se fuera con la desilusión de no hablar con el primer mandatario de la Nación. Enseguida llamó a su cuñada María Antonieta Busquets de Cano, quien hizo la gestión y pudo Irlena Villarreal asistir el día siguiente al Palacio Presidencial.
Ese día, 4 de febrero, el presidente Betancourt estaba de cumpleaños, e Irlena le puso una serenata con tambora, el folclor que identifica a su tierra.
Después de la mutua felicitación, el presidente destacó su crónica y le manifestó: “Cuénteme de su vida como escritora y a que se debe el honor de la visita”.
Ella, entre nerviosa y feliz de estar en ese estrado, le contó someramente de su vida como estudiante y escritora, y al entrar en detalle de las necesidades de su querido terruño, lo puso en contexto. “Señor presidente en el pueblo tenemos una planta eléctrica, y cuando se acaba el combustible, se demoran en llevarlo de Valledupar y más son los días sin luz que con ella”. El presidente tomó nota.
Después le solicitó una biblioteca y el nombramiento en propiedad del rector de su institución educativa que estaba encargado desde hace varios meses. Y le añadió: “Presidente, el rector es más conservador que usted”.
Enseguida, el presidente llamó a la Ministra de Educación, Liliam Suárez Melo, para que tomara cartas en el asunto y lo más pronto posible acogiera las peticiones de la joven Chimichagüera.
La despedida del primer mandatario de la Nación fue hablando de Chimichagua a la que había visitado en su campaña presidencial y destacó la canción ‘La Piragua’ de José Barros, al que denominó como compositor insigne, y a su copartidario Cerveleón Padilla, precisamente cuyo nombre lleva el colegio.
El Espectador le dio gran despliegue a ese encuentro y tituló: ‘La feliz correría de Irlena Villarreal desde Chimichagua hasta Bogotá: Una crónica la llevó al Palacio Presidencial’.
Después de esa visita, y al poco tiempo a Chimichagua no le fallaba el combustible a la planta eléctrica, llegó una cantidad de cajas con libros para la biblioteca y al rector Leopoldo Rafael Morante, lo nombraron en propiedad.
Para escribir la crónica se contactó a Irlena Villarreal Medina, quien manifestó que ese viaje la marcó de por vida y que nunca se cansará de agradecerle a El Espectador por la invitación y la publicación de la crónica que obtuvo el primer puesto.
“También al director Guillermo Cano, quien bajo cuerda logró su propósito de poder visitar al presidente; y al caricaturista Osuna, el cual me regaló un dibujo”, expresó Irlena, quien ahora labora en la empresa de acueducto.
Desde entonces en su casa de Chimichagua, cuelga un cuadro con la famosa crónica, esa donde por primera vez sonó la tambora en un periódico y la que hizo posible llegaran prontas soluciones a esa tierra bañada por la ciénaga de Zapatosa.
Treinta años después este es el homenaje sincero y noble para el inolvidable Guillermo Cano, el periodista cuyos principios éticos sobrepasaron todas las barreras y sus enseñanzas han servido de guía a las nuevas generaciones.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv