Por Luis Augusto González Pimienta
Creo que fue al despuntar de este siglo XXI cuando se expandió la modalidad de solicitar como regalo de bodas una suma de dinero, mediante la llamada lluvia de sobres. En realidad no lo tengo claro. Lo cierto es que habiendo surgido como una práctica exclusiva de los matrimonios se extendió a las celebraciones quinceañeras, a las primeras comuniones, bautizos, grados y cumpleaños.
El protocolo y la etiqueta no son mi especialidad, de manera que mi sorpresa fue mayúscula la primera vez que recibí una invitación a un casamiento en donde se incluía la expresión “lluvia de sobres”. Ignorando su significado imaginé que era la sorpresa de la fiesta en la que los anfitriones lanzarían desde una altura una gran cantidad de sobres llenos de confituras. También pensé en la posibilidad de que los tales sobres fueran puestos en las mesas debidamente humedecidos, por aquello de la lluvia. Ni lo uno ni lo otro. Era la forma de pedir el regalo en dinero contante y sonante.
Me incluyo entre los muchos que pasamos de la comprensión del tema al pasmo y de allí a la molestia. Resulta irritante que pongan una camisa de fuerza para regalar, cuando es un acto eminentemente voluntario e imaginativo. Ahora es constrictivo en grado sumo, si hasta incluyen el sobre para depositar la suma que se va a obsequiar.
Me explicaba una experta en etiqueta que la lluvia de sobres es bien vista cuando la pareja de contrayentes va a fijar su residencia en el exterior, pues les resulta muy engorroso y costoso transportar vajillas, platería, cuadros, electrodomésticos y demás artefactos que les regalan. Añadió que extenderla a otros casos no es de buen recibo, por la coerción que lleva implícita y la comparación que irremediablemente se hace entre los dadores de dinero.
La lluvia de sobres puede afectar una relación de amistad cuando la suma depositada no colma las aspiraciones del festejador. De igual manera el regalador siempre queda con la duda de saber si lo dado satisfizo al anfitrión. Por donde se le mire es inconveniente.
Decía al principio que la modalidad se generalizó a comienzos de este siglo. Sin embargo, tiene antecedentes lejanos. En nuestro medio fue un estilo que puso en práctica el maestro Escalona con ocasión del matrimonio de su amigo de todas las horas, “Colacho” Mendoza. Ocurrió exactamente el 15 de agosto de 1962 en el municipio de San Diego. Si bien la fecha fue acordada con anterioridad no cursaron invitaciones formales y los amigos de los contrayentes fueron llegando en cuanto se enteraron del suceso. Se presentaron con ganas de parrandear pero sin regalo.
Escalona, con la agilidad mental que lo caracterizaba, se le ocurrió mandar a comprar unos sobres de carta a la tienda más cercana. Cuando los tuvo en su poder hizo parar la música que interpretaba Juan Muñoz, los repartió entre los concurrentes y les pidió que escribieran la cantidad de dinero o el obsequio de bodas que darían a la pareja de recién casados. Cada cual lo hizo según las condiciones económicas del momento.
De esta suerte fue Escalona un precursor de la lluvia de sobres. No tuvo reproches porque lo hizo ayudado por la ingesta previa de licor de los asistentes, es decir, con anestesia.











