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Esa platica se perdió…

Poncho y Eduardo fueron escogidos por su compadre Gervasio para ungir en santo sacramento al menor de los Valdeblánquez.

Esa platica se perdió…

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En un encuentro casual con Camilo Namén, Benjamín Calderón, Blas García, Augusto Daza Morón, Abdón Peralta, Jaime Sarmiento Daza y Micael Cotes Mejía, coincidimos en casa de Gervasio Valdeblánquez en Barranquilla, donde fuimos invitados al bautizo de su hijo menor, quien ofreció una fiesta en su honor en la hacienda “La Rosita”, amenizada con orquestas traídas de República Dominicana y Puerto Rico, tales como Wilfrido Vargas y el Gran Combo, quienes alternaron con agrupaciones vallenatas de alto nivel como los Hermanos Zuleta, Jorge Oñate y Beto Zabaleta.

Coincidencialmente, Eduardo Dávila Armenta compartió mesa conmigo y, en ese ambiente de fiesta y jolgorio, reíamos a carcajadas con el pulmón del vallenato, Poncho Zuleta, con quien amenamente departíamos mientras le sacaban chistes y anécdotas de hechos relevantes del pasado, acontecidos en sus vidas y que, con el pasar del tiempo, se fueron calmando para suavizar el fraternal vínculo de la amistad.

Poncho y Eduardo fueron escogidos por su compadre Gervasio para ungir en santo sacramento al menor de los Valdeblánquez. Cuenta Eduardo Dávila que, en alguna oportunidad, le pidió el favor a Poncho Zuleta de que lo presentara con el Negro Amariz. Su intención era adquirir varios vientres de la raza Brahman para iniciar un importante pie de cría, asegurándose de que provinieran de una ganadería pura, de alta genética y registrada ante Asocebú.

Poncho, pícaro y astuto, decidió hablar con su amigo Rafael Amariz, propietario de la hacienda Rancho Ariguaní. Amariz, animado por el negocio, organizó el encuentro en su finca ubicada en jurisdicción del municipio de Bosconia.

El Negro Amariz les mostró a los distinguidos visitantes una vitrina de 1.000 novillas y Dávila se sintió satisfecho escogiendo 100 vientres y 10 toros reproductores. La astucia de Poncho fue más allá y, pícaramente, le dijo a Dávila que le solicitara al Negro 100 novillas adicionales, que él cancelaría una vez pagaran las regalías del larga duración ‘Mañanitas de invierno’.

Dávila Armenta accedió a lo solicitado por su amigo y sacó de un portafolio de maniguetas de cuero con el sello estampado de Fedegán varios rollos de billetes y pagó en efectivo las primeras 100 novillas. Por las segundas, extrajo una chequera “Lengua de Vaca” del Banco Ganadero y giró un cheque posfechado a 30 días para garantizar el pago de las 100 novillas que escogió Zuleta, para llevarlas con destino a “Mi Salvación”.

A los 300 días, y en vista de los múltiples requerimientos, llamadas y mensajes enviados a Poncho —quien nunca aparecía con el dinero para recoger el cheque, pues siempre se excusaba y salía con evasivas vanas, alegando que se encontraba de gira en el exterior o en situaciones similares—, dada la negativa de Poncho de pagar las novillas, el Negro, ya prevenido e informado, un poco incómodo e inconforme, llamó a Eduardo y le pidió que intercediera con Zuleta para ver qué día podía hacer efectivo el cheque.

El Kuinki Molina, que escuchaba la llamada que Amariz le hiciera a Eduardo, le dijo:

—Negro, ya encontraste la mejor fórmula para adelgazar.

—¿Por qué, Kuinki?

—Negro, esa platica ya se te perdió.

—Es como si la hubieras tirado al mar.

—La mejor receta para adelgazar es servirle de fiador a Poncho, y la otra… es que Zuleta te deba.

Por: Pedro Norberto Castro Araújo.

El cuento de Pedro.

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