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Columnista - 2 mayo, 2018

Entre el dum dum de las tamboras y las notas de un acordeón

A pesar de haber nacido en Tamalameque, cuna de tamboras, de venir de un hogar donde mi padre es referente, investigador y defensor acérrimo del baile cantao de la tambora, desde muy niño me incline por la música encantadora del gran Diomedes Díaz. Mi juventud transcurrió entre las bellas canciones del Cacique, lo que me […]

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A pesar de haber nacido en Tamalameque, cuna de tamboras, de venir de un hogar donde mi padre es referente, investigador y defensor acérrimo del baile cantao de la tambora, desde muy niño me incline por la música encantadora del gran Diomedes Díaz. Mi juventud transcurrió entre las bellas canciones del Cacique, lo que me llevó a apasionarme por la música de Francisco el Hombre.

Pero ese encanto, pasión y deleite por el vallenato tuvo un punto de inflexión, cuando mi hijo mayor, siendo un bebé, me exige y pide un CD de Tambora, el cual disfruta y se deleita escuchando el dum dum de las tamboras, llega a mí el remordimiento, la auto recriminación por mi despego y desamor por nuestra música y cultura vernácula.

Desde ese momento comienzo a interesarme por nuestra Tambora, empiezo a valorar el trabajo de rescate, preservación y difusión realizado por mi padre, a través de la realización del Festival Nacional de Tamboras, sus libros y conferencia sobre nuestra expresión cultural, al punto de presentar una demanda de inconstitucionalidad en contra del literal c del artículo tercero de la Ley 739 de 2002, llamada Ley Consuelo, la cual logró que la cátedra vallenato no fuera de obligatorio cumplimiento en los colegios públicos y privados del departamento del Cesar, a nivel de la básica primaria.

Pero trascurrido el tiempo una nota acentuada, mágica y hermosa de un acordeón fue cautivando mi atención, despertando nuevamente mi interés y pasión por el vallenato, fue un joven morrocoyero, de padres tamalamequeros, llamado José Cadena Robles, quien con su talento logra devolver mi gusto por la música de la tierra del cacique Upar.

Cada vez que escucho su acordeón me transporto, sueño con una parranda con los grandes juglares, con las canciones de Escalona y Leandro, con la voz inconfundible del Cacique, Oñate o Poncho, los versos de Andrés Beleño o José Félix, con Consuelo, García Márquez y López, tengo vivencias como si conociera las extrañas de este folclor, como si fuera parte de mí y corriera por mi sangre.

Hoy sin recriminaciones y contradicciones emocionales entre el vallenato y la tambora, creo necesario hacer un llamado para que como cesarenses nos sintamos orgullosos de nuestra pluriculturalidad, que apoyemos las diferentes manifestaciones culturales de los diferentes municipios, las consolidemos, permitamos su preservación y difusión sin tener que imponer ningún género.

La cultura debe unirnos como pueblo, no polarizarnos, que lindo sería que volvamos a escuchar canciones como la Perra interpretada por el gran Alejo Durán, Mi Caballito por Carlos Vives y otras tantas canciones cuyo origen tienen la tambora, pero el vallenato las internacionalizó, porque no hacer fusiones entre nuestra tambora con el vallenato para engrandecer nuestro folclor, como se hace con el reguetón y demás géneros foráneos.
La tambora y el vallenato pueden interactuar juntos, pueden crecer de la mano, respetándose y valorando su esencia, por eso en vez de tratar de imponer un género específico en un departamento con tan variada identidad cultural, debemos es propiciar espacios y medios que permitan fortalecer, preservar y difundir las diversas culturas de nuestro hermoso Cesar.

Columnista
2 mayo, 2018

Entre el dum dum de las tamboras y las notas de un acordeón

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Diógenes Pino Sanjur

A pesar de haber nacido en Tamalameque, cuna de tamboras, de venir de un hogar donde mi padre es referente, investigador y defensor acérrimo del baile cantao de la tambora, desde muy niño me incline por la música encantadora del gran Diomedes Díaz. Mi juventud transcurrió entre las bellas canciones del Cacique, lo que me […]


A pesar de haber nacido en Tamalameque, cuna de tamboras, de venir de un hogar donde mi padre es referente, investigador y defensor acérrimo del baile cantao de la tambora, desde muy niño me incline por la música encantadora del gran Diomedes Díaz. Mi juventud transcurrió entre las bellas canciones del Cacique, lo que me llevó a apasionarme por la música de Francisco el Hombre.

Pero ese encanto, pasión y deleite por el vallenato tuvo un punto de inflexión, cuando mi hijo mayor, siendo un bebé, me exige y pide un CD de Tambora, el cual disfruta y se deleita escuchando el dum dum de las tamboras, llega a mí el remordimiento, la auto recriminación por mi despego y desamor por nuestra música y cultura vernácula.

Desde ese momento comienzo a interesarme por nuestra Tambora, empiezo a valorar el trabajo de rescate, preservación y difusión realizado por mi padre, a través de la realización del Festival Nacional de Tamboras, sus libros y conferencia sobre nuestra expresión cultural, al punto de presentar una demanda de inconstitucionalidad en contra del literal c del artículo tercero de la Ley 739 de 2002, llamada Ley Consuelo, la cual logró que la cátedra vallenato no fuera de obligatorio cumplimiento en los colegios públicos y privados del departamento del Cesar, a nivel de la básica primaria.

Pero trascurrido el tiempo una nota acentuada, mágica y hermosa de un acordeón fue cautivando mi atención, despertando nuevamente mi interés y pasión por el vallenato, fue un joven morrocoyero, de padres tamalamequeros, llamado José Cadena Robles, quien con su talento logra devolver mi gusto por la música de la tierra del cacique Upar.

Cada vez que escucho su acordeón me transporto, sueño con una parranda con los grandes juglares, con las canciones de Escalona y Leandro, con la voz inconfundible del Cacique, Oñate o Poncho, los versos de Andrés Beleño o José Félix, con Consuelo, García Márquez y López, tengo vivencias como si conociera las extrañas de este folclor, como si fuera parte de mí y corriera por mi sangre.

Hoy sin recriminaciones y contradicciones emocionales entre el vallenato y la tambora, creo necesario hacer un llamado para que como cesarenses nos sintamos orgullosos de nuestra pluriculturalidad, que apoyemos las diferentes manifestaciones culturales de los diferentes municipios, las consolidemos, permitamos su preservación y difusión sin tener que imponer ningún género.

La cultura debe unirnos como pueblo, no polarizarnos, que lindo sería que volvamos a escuchar canciones como la Perra interpretada por el gran Alejo Durán, Mi Caballito por Carlos Vives y otras tantas canciones cuyo origen tienen la tambora, pero el vallenato las internacionalizó, porque no hacer fusiones entre nuestra tambora con el vallenato para engrandecer nuestro folclor, como se hace con el reguetón y demás géneros foráneos.
La tambora y el vallenato pueden interactuar juntos, pueden crecer de la mano, respetándose y valorando su esencia, por eso en vez de tratar de imponer un género específico en un departamento con tan variada identidad cultural, debemos es propiciar espacios y medios que permitan fortalecer, preservar y difundir las diversas culturas de nuestro hermoso Cesar.