En medio de un torneo de mini-tejo, organizado por la ONU, una exguerrillera de las FARC confesó, en entrevista con EL PILÓN, como ser víctima de un padrastro violador, cuando apenas era una niña de 8 años, la motivó a ingresar a las filas del grupo armado.
La última vez que ‘Carmenza’ había escuchado un estallido tan cerca estaba inmersa en las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta con un fusil al hombro. Había comido poco y llevaba caminando varios kilómetros con sus pesadas botas de caucho y un camuflaje que la identificaba como guerrillera del Frente 19 de las FARC.
Por eso, la explosión de las mechas en la cancha de tejo del Pueblito Arhuaco, sitio recreativo al sur de Valledupar, le removió recuerdos de su anterior vida en el monte.
Sin embargo, tras la inesperada reacción, aterrizó en su nueva realidad y sonrió. El monte quedó atrás. La guerra -al menos para ella- ya acabó.
Ahora, disfruta de un juego de tejo, junto a 6 compañeras excombatientes, en medio de una actividad que hace parte de su proceso de reincorporación a la vida civil. “Ahorita, cuando sonó la primera (mecha), me acordé de aquella época… cuando tiré el primero yo decía: ‘que no suene porque si suena me va a hacer recordar’, pero sabemos que ahora que tiré es solo un juego, mientras que antes lo hacíamos por defensa propia”, reveló.
La única batalla que libra hoy ‘Carmenza’ -como era su alias en la organización insurgente- es contra la discriminación de las personas que todavía la señalan y no aceptan que, junto a 7.000 guerrilleros, hace cerca de seis años, decidió entregar las armas.
“Muchos le reprochan a uno todavía. Nosotros sabemos cómo hablan de nosotros, a pesar de tanto que hemos dialogado. En la guerra todos cometimos errores, de lado y lado, ninguno fue perfecto. El rechazo no lo sentimos de la comunidad cerca a la vereda Tierra Grata, pero sí cuando vamos a Valledupar. Cuando se enteran que somos reincorporados, enseguida lo miran a uno por encima del hombro, ya no es igual el trato cuando se enteran que uno fue guerrillera”, dijo en entrevista a EL PILÓN la mujer de 36 años.
‘ENTRÉ A LAS FARC PORQUE MI PADRASTRO ME VIOLÓ’
A las filas de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) ingresó en 1999 cuando apenas era una niña de 11 años. Si bien, hoy todavía habla de que la motivó el discurso de lucha como movimiento social de resistencia, enseguida confiesa la verdadera razón por la cual prefirió huir de casa.
Tres años antes de incorporarse a la guerrilla, un ‘monstruo’ peor que la guerra irrumpió en su cuerpo infantil dentro de su propio hogar. Un padrastro violador la accedió cuando apenas tenía 8 años y en lo único que pensaba era en escapar de las garras de ese victimario que le arrebató la niñez y le cambió su vida para siempre.
“Contar mi historia es algo duro, algo cruel, muchas veces lloro, porque mi historia es cruel. Todavía recuerdo, pero para adelante, para atrás ni para coger impulso”, sostiene.
Después de sufrir ese doloroso episodio, empuñar las armas era un juego de niños en comparación a seguir padeciendo el infierno del abuso sexual.
Fueron 20 años unida a la lucha armada, enfrentándose al Ejército Nacional, sin saber siquiera si mató a alguien con un disparo, pero asegura que siempre que apretó el gatillo fue defendiendo su propia vida.
“A todos los que estuvimos alzados en armas, de que nos tocó disparar nos tocó, porque si no el Ejército nos atacaba con aviones; teníamos que defendernos, era la única forma, pero usted no sabía si mató”, admitió.
SU NUEVA VIDA
Hoy, casi seis años después de tomar la decisión de dejar la confrontación, ‘Carmenza’ se siente orgullosa de su nueva vida: feliz con su hijo de 4 años y haciendo su aporte a la reconciliación.
Estudia sastrería -labor que desempeñó en el monte cosiendo carpas y uniformes- y quiere incursionar en el mundo del diseño de modas.
En el Campeonato de Tejo, organizado por la Misión de la ONU, participaron 23 mujeres, entre ellas, siete excombatientes que hacen parte de la vereda Tierra Grata, antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), en jurisdicción del municipio de Manaure Balcón del Cesar, en el centro de este departamento.
Esta actividad tuvo como objetivo crear conciencia sobre el empoderamiento de la mujer en la sociedad, alrededor de un deporte considerado machista.
Termina la entrevista porque a Carmenza le llegó su turno de tirar el tejo. Para ella es hora de emprender un nuevo camino, lejos de los sonidos de la guerra y más cerca de la nueva vida donde lo único que explotan son las mechas.
POR JOSÉ ALEJANDRO MARTÍNEZ / EL PILÓN.
En medio de un torneo de mini-tejo, organizado por la ONU, una exguerrillera de las FARC confesó, en entrevista con EL PILÓN, como ser víctima de un padrastro violador, cuando apenas era una niña de 8 años, la motivó a ingresar a las filas del grupo armado.
La última vez que ‘Carmenza’ había escuchado un estallido tan cerca estaba inmersa en las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta con un fusil al hombro. Había comido poco y llevaba caminando varios kilómetros con sus pesadas botas de caucho y un camuflaje que la identificaba como guerrillera del Frente 19 de las FARC.
Por eso, la explosión de las mechas en la cancha de tejo del Pueblito Arhuaco, sitio recreativo al sur de Valledupar, le removió recuerdos de su anterior vida en el monte.
Sin embargo, tras la inesperada reacción, aterrizó en su nueva realidad y sonrió. El monte quedó atrás. La guerra -al menos para ella- ya acabó.
Ahora, disfruta de un juego de tejo, junto a 6 compañeras excombatientes, en medio de una actividad que hace parte de su proceso de reincorporación a la vida civil. “Ahorita, cuando sonó la primera (mecha), me acordé de aquella época… cuando tiré el primero yo decía: ‘que no suene porque si suena me va a hacer recordar’, pero sabemos que ahora que tiré es solo un juego, mientras que antes lo hacíamos por defensa propia”, reveló.
La única batalla que libra hoy ‘Carmenza’ -como era su alias en la organización insurgente- es contra la discriminación de las personas que todavía la señalan y no aceptan que, junto a 7.000 guerrilleros, hace cerca de seis años, decidió entregar las armas.
“Muchos le reprochan a uno todavía. Nosotros sabemos cómo hablan de nosotros, a pesar de tanto que hemos dialogado. En la guerra todos cometimos errores, de lado y lado, ninguno fue perfecto. El rechazo no lo sentimos de la comunidad cerca a la vereda Tierra Grata, pero sí cuando vamos a Valledupar. Cuando se enteran que somos reincorporados, enseguida lo miran a uno por encima del hombro, ya no es igual el trato cuando se enteran que uno fue guerrillera”, dijo en entrevista a EL PILÓN la mujer de 36 años.
‘ENTRÉ A LAS FARC PORQUE MI PADRASTRO ME VIOLÓ’
A las filas de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) ingresó en 1999 cuando apenas era una niña de 11 años. Si bien, hoy todavía habla de que la motivó el discurso de lucha como movimiento social de resistencia, enseguida confiesa la verdadera razón por la cual prefirió huir de casa.
Tres años antes de incorporarse a la guerrilla, un ‘monstruo’ peor que la guerra irrumpió en su cuerpo infantil dentro de su propio hogar. Un padrastro violador la accedió cuando apenas tenía 8 años y en lo único que pensaba era en escapar de las garras de ese victimario que le arrebató la niñez y le cambió su vida para siempre.
“Contar mi historia es algo duro, algo cruel, muchas veces lloro, porque mi historia es cruel. Todavía recuerdo, pero para adelante, para atrás ni para coger impulso”, sostiene.
Después de sufrir ese doloroso episodio, empuñar las armas era un juego de niños en comparación a seguir padeciendo el infierno del abuso sexual.
Fueron 20 años unida a la lucha armada, enfrentándose al Ejército Nacional, sin saber siquiera si mató a alguien con un disparo, pero asegura que siempre que apretó el gatillo fue defendiendo su propia vida.
“A todos los que estuvimos alzados en armas, de que nos tocó disparar nos tocó, porque si no el Ejército nos atacaba con aviones; teníamos que defendernos, era la única forma, pero usted no sabía si mató”, admitió.
SU NUEVA VIDA
Hoy, casi seis años después de tomar la decisión de dejar la confrontación, ‘Carmenza’ se siente orgullosa de su nueva vida: feliz con su hijo de 4 años y haciendo su aporte a la reconciliación.
Estudia sastrería -labor que desempeñó en el monte cosiendo carpas y uniformes- y quiere incursionar en el mundo del diseño de modas.
En el Campeonato de Tejo, organizado por la Misión de la ONU, participaron 23 mujeres, entre ellas, siete excombatientes que hacen parte de la vereda Tierra Grata, antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), en jurisdicción del municipio de Manaure Balcón del Cesar, en el centro de este departamento.
Esta actividad tuvo como objetivo crear conciencia sobre el empoderamiento de la mujer en la sociedad, alrededor de un deporte considerado machista.
Termina la entrevista porque a Carmenza le llegó su turno de tirar el tejo. Para ella es hora de emprender un nuevo camino, lejos de los sonidos de la guerra y más cerca de la nueva vida donde lo único que explotan son las mechas.
POR JOSÉ ALEJANDRO MARTÍNEZ / EL PILÓN.