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Columnista - 21 febrero, 2024

En memoria de Fredy Alberto Pumarejo Valle

Un hombre que tenía todos los atributos para seguir siendo feliz. Y sin embargo, “cómo se viene la muerte tan callando / No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera / Este mundo es el […]

Un hombre que tenía todos los atributos para seguir siendo feliz. Y sin embargo, “cómo se viene la muerte tan callando / No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera / Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar. Partimos cuando nacimos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos”.

Esto que transcribo, mínimamente, de Las Coplas del poeta español, Jorge Manrique, en la muerte de su padre, a mediados del siglo XV, el maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, si bien muy dignas, por su nobleza entristecida, de las excelencias humanas que tuvo el Dr. Pumarejo Valle, han venido a ser muy tempranas para aplicarlas a él, infortunadamente. 

Él fue un magnífico epígono de ambas vertientes familiares que lo constituyeron, como individuo y como miembro muy destacado de ambas. Recuerdo con cariño, constante, mi amistad entrañable, desde mi adolescencia, con Luis Juaquín Pumarejo Cotes, Quin, su tío, ambientada en el colegio y en la casa solariega de sus padres, don Tito y doña Necta, en la que, por supuesto,  yo también compartía aquella edad juvenil con el padre de Fredy, su homónimo, sus hermanas, y me embelesaba con  las tonadillas, compuestas  y cantadas, por ejemplo, de su propia autoría, el “Alazanito” por el trovador Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, don Toba, su tío abuelo, acompañados, además, por su bisabuela, mamá Go. Toda esa gente maravillosamente buena, servidora del prójimo. Esa casa está situada en la carrera 5, próxima a  la Plaza Principal de Valledupar, que por aquéllas calendas era un hermoso parque de pueblo, ladeado por jardines florecidos, con senderos pavimentados, por donde discurrían nuestras bicicletas; en la esquina, entre las casas de las familia Castro, sombreaba un bello árbol de almendro que servía de parqueo a la “Chiva” de Chiche Pimienta, esperando a los pasajeros con destino a las poblaciones vecinas. 

Desde Urumita venía yo a vacacionar a casa de mis amigos los Pumarejo, y en ese parque, sin las ínfulas modernistas de la Plaza de ahora, paseábamos en bicicleta, yo y otros muchachos de la sociedad de Valledupar.

No poco lo expresado antes respecto de su familia paterna, su talante bondadoso también fue enriquecido por su herencia materna. Hijo de mi amigo, el carismático Fredy Pumarejo Cotes y de doña Delfina Valle Riaño, y nieto del magnánimo y científico médico de los pobres, Dr. Rafael Valle Meza y de doña Olga Riaño de Valle, mujer líder de nobles causas sociales de nuestra ciudad de Valledupar, y destacada  política. Sobrino del culto y científico médico reumatólogo, Dr. Rafael Raúl Valle Oñate. 

Todos los antecedentes familiares y sociales, resumidos antes, acunaron la personalidad generosa y buena de quien despedimos para siempre, con el corazón en la mano y el alma en vilo, porque si de algo nos enorgullecemos en los viejos e íntimos aposentos de la tradicional sociedad valduparense, es de nuestra sencillez,  teñida de humildad, y de inocencia, que aún conservamos, y lamentamos los sucesos  escandalosos, perturbadores de las buenas costumbres, que comenzamos a observar con  preocupación. 

Se graduó como médico. Posteriormente, buscando formar una familia con semejante arraigo provinciano, leal a su estirpe, contrajo matrimonio con la Dra. María Doris Villazón Castro, fundando un hogar con calidez amorosa, y sus hijos son patrimonio moral de nuestra comunidad. Juntos se establecieron en el país de México, habiendo vivido inicialmente en la ciudad de Guadalajara, después residenciados  en Ciudad de México, donde se especializó como reumatólogo,  y ella atendía funciones diplomáticas. Paz en su tumba peregrina y consuelo cristiano a sus deudos. [email protected]

Rodrigo López Barros 

Columnista
21 febrero, 2024

En memoria de Fredy Alberto Pumarejo Valle

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Un hombre que tenía todos los atributos para seguir siendo feliz. Y sin embargo, “cómo se viene la muerte tan callando / No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera / Este mundo es el […]


Un hombre que tenía todos los atributos para seguir siendo feliz. Y sin embargo, “cómo se viene la muerte tan callando / No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera / Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar. Partimos cuando nacimos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos”.

Esto que transcribo, mínimamente, de Las Coplas del poeta español, Jorge Manrique, en la muerte de su padre, a mediados del siglo XV, el maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, si bien muy dignas, por su nobleza entristecida, de las excelencias humanas que tuvo el Dr. Pumarejo Valle, han venido a ser muy tempranas para aplicarlas a él, infortunadamente. 

Él fue un magnífico epígono de ambas vertientes familiares que lo constituyeron, como individuo y como miembro muy destacado de ambas. Recuerdo con cariño, constante, mi amistad entrañable, desde mi adolescencia, con Luis Juaquín Pumarejo Cotes, Quin, su tío, ambientada en el colegio y en la casa solariega de sus padres, don Tito y doña Necta, en la que, por supuesto,  yo también compartía aquella edad juvenil con el padre de Fredy, su homónimo, sus hermanas, y me embelesaba con  las tonadillas, compuestas  y cantadas, por ejemplo, de su propia autoría, el “Alazanito” por el trovador Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, don Toba, su tío abuelo, acompañados, además, por su bisabuela, mamá Go. Toda esa gente maravillosamente buena, servidora del prójimo. Esa casa está situada en la carrera 5, próxima a  la Plaza Principal de Valledupar, que por aquéllas calendas era un hermoso parque de pueblo, ladeado por jardines florecidos, con senderos pavimentados, por donde discurrían nuestras bicicletas; en la esquina, entre las casas de las familia Castro, sombreaba un bello árbol de almendro que servía de parqueo a la “Chiva” de Chiche Pimienta, esperando a los pasajeros con destino a las poblaciones vecinas. 

Desde Urumita venía yo a vacacionar a casa de mis amigos los Pumarejo, y en ese parque, sin las ínfulas modernistas de la Plaza de ahora, paseábamos en bicicleta, yo y otros muchachos de la sociedad de Valledupar.

No poco lo expresado antes respecto de su familia paterna, su talante bondadoso también fue enriquecido por su herencia materna. Hijo de mi amigo, el carismático Fredy Pumarejo Cotes y de doña Delfina Valle Riaño, y nieto del magnánimo y científico médico de los pobres, Dr. Rafael Valle Meza y de doña Olga Riaño de Valle, mujer líder de nobles causas sociales de nuestra ciudad de Valledupar, y destacada  política. Sobrino del culto y científico médico reumatólogo, Dr. Rafael Raúl Valle Oñate. 

Todos los antecedentes familiares y sociales, resumidos antes, acunaron la personalidad generosa y buena de quien despedimos para siempre, con el corazón en la mano y el alma en vilo, porque si de algo nos enorgullecemos en los viejos e íntimos aposentos de la tradicional sociedad valduparense, es de nuestra sencillez,  teñida de humildad, y de inocencia, que aún conservamos, y lamentamos los sucesos  escandalosos, perturbadores de las buenas costumbres, que comenzamos a observar con  preocupación. 

Se graduó como médico. Posteriormente, buscando formar una familia con semejante arraigo provinciano, leal a su estirpe, contrajo matrimonio con la Dra. María Doris Villazón Castro, fundando un hogar con calidez amorosa, y sus hijos son patrimonio moral de nuestra comunidad. Juntos se establecieron en el país de México, habiendo vivido inicialmente en la ciudad de Guadalajara, después residenciados  en Ciudad de México, donde se especializó como reumatólogo,  y ella atendía funciones diplomáticas. Paz en su tumba peregrina y consuelo cristiano a sus deudos. [email protected]

Rodrigo López Barros