Colombia se acerca a otra elección presidencial, y lo que vemos no es una baraja de estadistas, sino una pasarela de vanidades desatadas. Unas activistas sin experiencia que creen que gobernar es alabar ciegamente a su mentor.
Unos jóvenes inmaduros pero ambiciosos, que aspiran a que por empezar temprano algún día llegarán. Un empresario que confunde gerenciar una empresa con liderar un Estado. El representante de las familias presidenciables que reclama su derecho hereditario al trono; el exfuncionario de todos los gobiernos que promete ahora lo que nunca hizo en 30 años. Y el académico iluminado que jamás ha tomado una decisión real por miedo a perder su neutralidad.
Ninguno con visión de país. Ninguno con preparación real para gobernar. Todos con discursos vacíos, fórmulas mágicas y un desprecio alarmante por la complejidad del Estado. El poder presidencial, en manos de improvisados y de arrebatados ególatras.
Colombia no necesita mesías, ni terapeutas, ni gurús de TikTok. Menos, comunicadoras sociales de ‘teleprónter’. Necesita cabeza lúcida con conocimiento de la realidad del país, para imponer las reformas urgentes y necesarias en la salud, la reducción de la pobreza, la restauración moral y política de la República, con firmeza y visión histórica.
Pero lo que tenemos hasta hoy, que se abre la inscripción de candidatos por firmas, es un concurso de mediocridad lleno de aspirantes que confunden liderazgo con narcisismo, el decoro con el decorado, la geopolítica con la geografía electoral.
Así no. Así, no se construye un país. Se le condena al ridículo. Como le ocurrió a los que votaron por Rodolfo en las pasadas elecciones. Esperemos serenamente los resultados de la consulta para que el camino se despeje. Finalmente, consideramos que la contienda política se librará entre el candidato de las reformas y el de la antirreformas. Que el espíritu santo, en consecuencia, ilumine con energía solar a los votantes y el sagrado corazón los despierte, con el calor que produce el fuego de su corazón en llamas, sin combustibles fósiles.
Por: Carlos Quintero Romero.












