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Columnista - 6 julio, 2015

El terrorismo que arruina a Colombia

La vida está continuamente amenazada. Si, ayer, epidemias, huracanes, terremotos, inundaciones, sequias fustigaban la población, hoy aparece el flagelo terrorista ávido de sangre inocente para infundir el temor que subyugue a la población y se someta a sus intenciones crueles y degradantes de cambiar el orden social por el impuesto en el cambio de valores […]

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La vida está continuamente amenazada. Si, ayer, epidemias, huracanes, terremotos, inundaciones, sequias fustigaban la población, hoy aparece el flagelo terrorista ávido de sangre inocente para infundir el temor que subyugue a la población y se someta a sus intenciones crueles y degradantes de cambiar el orden social por el impuesto en el cambio de valores éticos que se apuntalan en la corrupción, la violencia, el delito y la riqueza mal habida.

Colombia un denominado paraíso ambiental, hoy está expuesto al abandono de inversionistas y de la seguridad física a todo lo largo y ancho de la geografía, un lugar peligroso y difícil para el desarrollo de productivos proyectos de vida, en el que se está incubando una peste social producto del letargo, habituación e indiferencia de los ciudadanos sobrevivientes que solo buscan satisfacer el interés propio y del grupo en el poder.

El mismo gobierno pretende dar legitimidad a la violencia, justificando ataques a la población civil, a las instituciones militares o a la infraestructura del Estado en un irracional juego con doble moral de las Farc.

Las comunicaciones en un mundo sin fronteras, tanto informa como da oportunidades a los terroristas desde latitudes diferentes, para que interactúen en tiempo real utilizándolas sin medir distancias, ni horarios, ordenando cruentos y crueles ataques extremistas contra los colombianos desde un cómodo sillón en La Habana y profiriendo afrentas en directo mediante los canales informativos a su orden.

Es degradante para la sociedad, aceptar este modelo criminal bajo la óptica permisiva del gobernante legitimado, y tal vez, es el acto de traición más grande que se le haya hecho a la patria y que deberá juzgar implacablemente la historia y redimir la injusticia social a la que se expuso al pueblo desde el momento en que dejó de cumplir con el mandato constitucional de defender la vida y honra de los colombianos, y haber entregado la institucionalidad del país irresponsablemente a un grupo delincuencial que ninguna formación ni característica de estadistas o humanistas tienen más que la connotación de avezados narcoterroristas.

Los riesgos de caer en la perjudicial tendencia de justificar las acciones degeneradas de la guerrilla escudando resultados, el actuar demente e irracional de estos depredadores del pueblo colombiano convencidos que “matan a la gente para que la gente viva mejor”, o de hechos consecuentes de políticas mal aplicadas no dan la solución dogmática a la multitud de problemas nacidos de la ingobernabilidad y corrupción.

Solo resta que el ciudadano común no caiga en el acostumbramiento y utilice el arma que neutralizaría el terrorismo permitido, la participación consciente y democrática, en los venideros comicios electorales, es el muro que tenemos para detener la ignominia.

Dios salve a Colombia!

 

Columnista
6 julio, 2015

El terrorismo que arruina a Colombia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Alfonso Arias

La vida está continuamente amenazada. Si, ayer, epidemias, huracanes, terremotos, inundaciones, sequias fustigaban la población, hoy aparece el flagelo terrorista ávido de sangre inocente para infundir el temor que subyugue a la población y se someta a sus intenciones crueles y degradantes de cambiar el orden social por el impuesto en el cambio de valores […]


La vida está continuamente amenazada. Si, ayer, epidemias, huracanes, terremotos, inundaciones, sequias fustigaban la población, hoy aparece el flagelo terrorista ávido de sangre inocente para infundir el temor que subyugue a la población y se someta a sus intenciones crueles y degradantes de cambiar el orden social por el impuesto en el cambio de valores éticos que se apuntalan en la corrupción, la violencia, el delito y la riqueza mal habida.

Colombia un denominado paraíso ambiental, hoy está expuesto al abandono de inversionistas y de la seguridad física a todo lo largo y ancho de la geografía, un lugar peligroso y difícil para el desarrollo de productivos proyectos de vida, en el que se está incubando una peste social producto del letargo, habituación e indiferencia de los ciudadanos sobrevivientes que solo buscan satisfacer el interés propio y del grupo en el poder.

El mismo gobierno pretende dar legitimidad a la violencia, justificando ataques a la población civil, a las instituciones militares o a la infraestructura del Estado en un irracional juego con doble moral de las Farc.

Las comunicaciones en un mundo sin fronteras, tanto informa como da oportunidades a los terroristas desde latitudes diferentes, para que interactúen en tiempo real utilizándolas sin medir distancias, ni horarios, ordenando cruentos y crueles ataques extremistas contra los colombianos desde un cómodo sillón en La Habana y profiriendo afrentas en directo mediante los canales informativos a su orden.

Es degradante para la sociedad, aceptar este modelo criminal bajo la óptica permisiva del gobernante legitimado, y tal vez, es el acto de traición más grande que se le haya hecho a la patria y que deberá juzgar implacablemente la historia y redimir la injusticia social a la que se expuso al pueblo desde el momento en que dejó de cumplir con el mandato constitucional de defender la vida y honra de los colombianos, y haber entregado la institucionalidad del país irresponsablemente a un grupo delincuencial que ninguna formación ni característica de estadistas o humanistas tienen más que la connotación de avezados narcoterroristas.

Los riesgos de caer en la perjudicial tendencia de justificar las acciones degeneradas de la guerrilla escudando resultados, el actuar demente e irracional de estos depredadores del pueblo colombiano convencidos que “matan a la gente para que la gente viva mejor”, o de hechos consecuentes de políticas mal aplicadas no dan la solución dogmática a la multitud de problemas nacidos de la ingobernabilidad y corrupción.

Solo resta que el ciudadano común no caiga en el acostumbramiento y utilice el arma que neutralizaría el terrorismo permitido, la participación consciente y democrática, en los venideros comicios electorales, es el muro que tenemos para detener la ignominia.

Dios salve a Colombia!