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El silencio gritón de Nico Duba

En esta selva de teclados y pantallas, donde las palabras son machetes oxidados y las verdades se ahogan en likes, el silencio de Nico Duba es un trueno que no para de retumbar. Desde febrero de 2024, su voz, ese látigo de fuego que azotaba las culpas de los vivos, se apagó en Facebook.

El silencio gritón de Nico Duba

El silencio gritón de Nico Duba

Por: Yarime

@el_pilon

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En esta selva de teclados y pantallas, donde las palabras son machetes oxidados y las verdades se ahogan en likes, el silencio de Nico Duba es un trueno que no para de retumbar. Desde febrero de 2024, su voz, ese látigo de fuego que azotaba las culpas de los vivos, se apagó en Facebook. Su última crónica, El sepulturero de odios, no fue un adiós cualquiera: fue un conjuro, un espejo que obligó a mirar nuestras miserias y nos dejó huérfanos de su pluma. ¿Dónde estás, Nico? ¿Por qué callaste cuando tu grito era el eco de nuestras entrañas?

Nico Duba, ese poeta de las sombras, ese señalador de pecados que no pedía permiso, tenía el don de clavar agujas en el alma. Sus palabras eran un vallenato triste, un lamento que cortaba como navaja y sanaba como abrazo de abuela. En su último relato, nos llevó a un patio parrandero, bajo el sol ardiente del valle, donde un amigo curtido por la violencia y el rencor le confesó su redención. “Enterré mis odios, compadre”, dijo, y en un hueco secreto sepultó la rabia que lo carcomía. Nico, con su pluma de alquimista, transformó esa historia en un canto: “Si todos perdonáramos, nuestra tierra sería un remanso de paz”. Y luego, nada. Un silencio que quema como aguardiente.

¿Dónde te metiste, Nico Duba? ¿Te hartaste de ser el espejo de nuestras vergüenzas? ¿O es que, como tu compadre, cavaste un hueco para enterrar no solo odios, sino también la carga de ser el profeta que nadie escucha? Tu pluma era un huracán, un vendaval que despeinaba conciencias y desnudaba hipocresías. Pero ahora, en este basurero digital donde todos ladran y nadie muerde, tu silencio es un desafío, un verso roto que nos reta a escuchar el vacío. Callar, en esta tierra de gritos huecos, es un acto de rebeldía. ¿Es eso lo que haces? ¿Nos gritas con tu mutismo?

Hay rumores, Nico, que zumban como moscas en el calor. Dicen que tocaste un nervio prohibido, que tu pluma cortó donde no debía. En esta región donde los odios se heredan como deudas, ser señalador no es gratis. ¿Te callaron? ¿O decidiste, en un arranque de poesía insurrecta, que el silencio es tu última estrofa? Porque si algo enseñaste es que hasta el silencio canta, que el vacío tiene un verso que desgarra.

Tu última crónica fue un testamento, un mapa para los perdidos. Nos hablaste de un hombre que, tras batallas que le arrancaron pedazos del alma, halló paz al enterrar su rencor. “Me siento un hombre nuevo”, dijo, y tus palabras lo hicieron eterno. Pero ahora, Nico, tu silencio es un tambor que no deja de sonar. Es un vallenato sin acordeón, un lamento que persiste. ¿Y si este mutismo es tu propio hueco en la tierra? ¿Y si, como tu amigo, estás forjando un Nico nuevo, que ya no necesita señalar porque ha aprendido a perdonar?

Pero no te engañes, Nico. Este silencio tuyo no es paz, es un incendio. Es un reto a los que aún leemos tus ecos, a los que esperamos que vuelvas con tu pluma de relámpago y tu corazón en carne viva. Porque en esta tierra de odios que respiran, necesitamos más poetas con agallas, más sepultureros de rencores, más rebeldes como tú. Si estás en algún patio parrandero, cavando tu hueco, no te olvides: no basta con enterrar el odio, hay que cantar que lo hiciste. Vuelve, Nico. O al menos déjanos un verso, un susurro que explique este silencio que nos quema el pecho.

Por: Yarime Lobo Baute.

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