COLUMNISTA

El silencio de las marchas

La euforia que despertó en los adeptos a la ultraderecha colombiana, la inédita multitud que salió a marchar días atrás en solidaridad con la familia del senador Miguel Uribe Turbay y su pronta recuperación, develó la escasa disposición hacia las buenas formas de hacer política, que en uno y otro bando campea, en este convulsionado momento. 

El silencio de las marchas

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La euforia que despertó en los adeptos a la ultraderecha colombiana, la inédita multitud que salió a marchar días atrás en solidaridad con la familia del senador Miguel Uribe Turbay y su pronta recuperación, develó la escasa disposición hacia las buenas formas de hacer política, que en uno y otro bando campea, en este convulsionado momento. 

Por un lado, los que acusan al presidente Gustavo Petro de ser generador de violencia verbal, olvidaron que, las palabras, así como la flecha lanzada, causan el mismo daño indistintamente de donde vengan. Están convencidos de la exclusividad de su derecho a descalificar, ofender y condenar, la mayoría de veces carentes de válidas razones, sino solo esgrimiendo la animadversión hacia personas o posturas ideológicas contrarias a sus afectos.   

Y por otro lado, la izquierda también olvida que en un seudo modelo democrático como el nuestro, existe el juego de pesos y contrapesos, en los que la razón es desplazada por la pasión y políticamente se piensa más con el cálculo electoral que con el compromiso de representar bien a los cautivos ciudadanos, esos que elección tras elección salen a apoyar un sistema político, más sensible a los intereses particulares de los dirigentes y sus patrocinadores, que a los de quienes con su voto los mantiene en los sitios de privilegio. 

Lo ideal sería que los portavoces de cada sector político expongan sus ideas y proyectos, y que sea el soberano pueblo en libertad, en consonancia con su inclinación ideológica y perfil ético de los candidatos a cada corporación o cargo uninominal, quien mediante el voto escoja a los que considere idóneos para plantear y ejecutar las políticas públicas por parte del Estado. 

Solo así cada dignidad democrática representaría verdaderamente a sus electores, interpretando fielmente sus intereses colectivos y no contrariamente, como suele suceder en el Senado de la República y ahora puntualmente frente a la reforma Laboral, a la que despectivamente archivaron, pero que afortunadamente el fantasma de la Consulta Popular los hizo ‘recapacitar’ y aprobaron la reivindicación laboral de la mano de obra productiva del país.

Eso sería formidable, el problema es el componente pasional que tiene implícito el ejercicio de la política, el cual es muchas veces noble, pero se deforma cada vez que los asesores de campañas políticas imponen estratégicamente el odio y el resentimiento como motivación del voto. Es así que paradójicamente en la reciente marcha del silencio escuchamos estridentes equipos de sonido, amplificando mensajes más chillones que el volumen de esos mismos altavoces, en una febril jornada de avivamiento de la confrontación verbal. 

Esta situación hizo que los ciudadanos de diferentes matices políticos que desprevenidamente asistieron a las marchas organizadas en solidaridad con el senador Uribe Turbay, vean opacada su participación porque se intentó utilizarla buscando un rédito electoral. 

Hoy todos hacemos votos por la recuperación del hijo, esposo y padre. Condenamos desde todo punto de vista el atentado, pero en medio del dolor, el execrable hecho debe servir para hacer un alto en el camino, imponiéndonos el respeto al disenso y a la sana confrontación política, que busca la seducción del elector con ideas y no con soterrados hechos de fuerza. Fuerte abrazo. 

POR: ANTONIO MARÍA ARAÚJO CALDERÓN.

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