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Columnista - 28 junio, 2011

El Silborcito

BITÁCORA Por: Oscar Ariza Los relatos de tradición oral están despareciendo con nuestros ancianos, porque poco se hace por recuperarlos. Una leyenda auténticamente Caribeña de la zona del Cesar y la Guajira es el Silborcito, distinta al Silbón de los llanos. Ese Aparato, -como solían denominarse las apariciones en nuestra región- en forma de enano […]

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BITÁCORA

Por: Oscar Ariza
Los relatos de tradición oral están despareciendo con nuestros ancianos, porque poco se hace por recuperarlos. Una leyenda auténticamente Caribeña de la zona del Cesar y la Guajira es el Silborcito, distinta al Silbón de los llanos. Ese Aparato, -como solían denominarse las apariciones en nuestra región- en forma de enano aparece con un gran sombrero y silbando para llevarse a la gente durante la noche.

Como una forma de homenajear nuestra tradición oral, trato de sintetizar en una historia, las múltiples interpretaciones del Silborcito recogidas en un trabajo de grabación de más de ochenta versiones, con la esperanza de que los lectores puedan ayudar a rastrear otros relatos para mantener viva nuestras tradiciones regionales.

Son las tres de la mañana, el hijo mayor de la familia en lugar de estar ordeñando, camina borracho por el pueblo, cuando escucha el bramido de una vaca. De inmediato cae en la cuenta que está retrasado para el ordeño y monta en su caballo  para emprender el regreso. Sabe que su hermano menor puede reemplazarlo sólo algunos minutos mientras llega.

Apurado por el retraso,  viaja sin evitar temer a la amenaza de aparatos que instiguen su tranquilidad. Sobreponiéndose a extrañas sensaciones voltea a  mirar y ve cómo un niño lo sigue al paso del caballo. Al poco tiempo, y sin haber disminuido el trote, el caballo se detiene y el hombre ve al infante más cerca de él. Sin malicia, lo invita a montarse. El niño dice que no, pero el hombre insiste hasta cuando lo convence. El hombre espolea al caballo, pero éste se niega a seguir.

En el corral, el hermano menor, mientras maniata una vaca, escucha un silbido  profundo. Primero lo oye cercano y luego lejos. Piensa que puede ser un ave madrugadora. Entonces contesta el silbido imitándolo de manera fuerte y repetida.  Los animales del corral a medida que el silbido se aleja se ponen impacientes. El hombre se levanta y mira alrededor. Luego de percatarse que no hay nada, vuelve a sus labores. Cuando  escucha de nuevo el silbido lejano  que se cuela entre los árboles, levanta la mirada y vislumbra entre las ramas una figura humana.

Cerca al corral, en el trapiche, el segundo de los hijos está  prendiendo el fogón para fabricar la panela, cuando escucha el silbido cercano se asusta y queda expectante. Vuelve a escuchar el silbido, pero lejano. Inquieto, revisa alrededor  y comprueba que no hay peligro. La llama del fogón del trapiche se inflama y proyecta una sombra humana.

Durante la travesía, el hombre le pregunta al niño  el porqué de su afán, y responde que necesita llegar rápido a pedir perdón a sus padres, pues ha cometido una falta grave. El hombre  percibe una extraña sensación, le cuesta trabajo dirigir al caballo. Cuando vuelve la mirada hacia atrás se da cuenta que el niño que lleva atrás  ha cambiado de apariencia y  porta  un gran sombrero en la cabeza que impide verle el rostro.

El hombre se sobresalta con la carcajada del extraño personaje quien de inmediato comienza a decir con voz ronca  agarrándose el sombrero: “de que te lo pongo te lo pongo, de que te lo pongo te lo pongo”, Desesperado, el hombre aguijonea más el caballo haciéndolo desbocar. En su afán de no caerse y salvarse,  comienza a  rezar el credo y lo acompaña con  el viejo conjuro  usado para retirar “la mala hora”. El hombre cierra los ojos para continuar con el rezo y cuando los abre, se encuentra  frente a su casa.

Mientras atiza el fogón, el segundo hijo, escucha una voz amenazante que dice: “de que te lo pongo te lo pongo, de que te lo pongo te lo pongo”. El hombre sin retraerse, toma un tizón y se defiende de manera abierta replicando: “de que te quemo te quemo, de que te quemo te quemo”. El silborcito lo ataca lanzándole el sombrero pero el hombre en forma sagaz  lo evita. Salta hacia el matorral y  se esconde,  desde allí lo ve en su plenitud; un hombre enano, negro, de ojos saltones, y con un gran sobrero alado. Al reconocerlo, el hombre en su escondite recuerda que este aparato es un espíritu de la noche y su principal amenaza es el amanecer. Entonces decide remedar el canto del gallo repetidas veces para engañarlo, haciéndole creer que está amaneciendo. El hombre quien continúa cantando asustado y sigiloso, corre hacia la casa.

[email protected]

Columnista
28 junio, 2011

El Silborcito

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

BITÁCORA Por: Oscar Ariza Los relatos de tradición oral están despareciendo con nuestros ancianos, porque poco se hace por recuperarlos. Una leyenda auténticamente Caribeña de la zona del Cesar y la Guajira es el Silborcito, distinta al Silbón de los llanos. Ese Aparato, -como solían denominarse las apariciones en nuestra región- en forma de enano […]


BITÁCORA

Por: Oscar Ariza
Los relatos de tradición oral están despareciendo con nuestros ancianos, porque poco se hace por recuperarlos. Una leyenda auténticamente Caribeña de la zona del Cesar y la Guajira es el Silborcito, distinta al Silbón de los llanos. Ese Aparato, -como solían denominarse las apariciones en nuestra región- en forma de enano aparece con un gran sombrero y silbando para llevarse a la gente durante la noche.

Como una forma de homenajear nuestra tradición oral, trato de sintetizar en una historia, las múltiples interpretaciones del Silborcito recogidas en un trabajo de grabación de más de ochenta versiones, con la esperanza de que los lectores puedan ayudar a rastrear otros relatos para mantener viva nuestras tradiciones regionales.

Son las tres de la mañana, el hijo mayor de la familia en lugar de estar ordeñando, camina borracho por el pueblo, cuando escucha el bramido de una vaca. De inmediato cae en la cuenta que está retrasado para el ordeño y monta en su caballo  para emprender el regreso. Sabe que su hermano menor puede reemplazarlo sólo algunos minutos mientras llega.

Apurado por el retraso,  viaja sin evitar temer a la amenaza de aparatos que instiguen su tranquilidad. Sobreponiéndose a extrañas sensaciones voltea a  mirar y ve cómo un niño lo sigue al paso del caballo. Al poco tiempo, y sin haber disminuido el trote, el caballo se detiene y el hombre ve al infante más cerca de él. Sin malicia, lo invita a montarse. El niño dice que no, pero el hombre insiste hasta cuando lo convence. El hombre espolea al caballo, pero éste se niega a seguir.

En el corral, el hermano menor, mientras maniata una vaca, escucha un silbido  profundo. Primero lo oye cercano y luego lejos. Piensa que puede ser un ave madrugadora. Entonces contesta el silbido imitándolo de manera fuerte y repetida.  Los animales del corral a medida que el silbido se aleja se ponen impacientes. El hombre se levanta y mira alrededor. Luego de percatarse que no hay nada, vuelve a sus labores. Cuando  escucha de nuevo el silbido lejano  que se cuela entre los árboles, levanta la mirada y vislumbra entre las ramas una figura humana.

Cerca al corral, en el trapiche, el segundo de los hijos está  prendiendo el fogón para fabricar la panela, cuando escucha el silbido cercano se asusta y queda expectante. Vuelve a escuchar el silbido, pero lejano. Inquieto, revisa alrededor  y comprueba que no hay peligro. La llama del fogón del trapiche se inflama y proyecta una sombra humana.

Durante la travesía, el hombre le pregunta al niño  el porqué de su afán, y responde que necesita llegar rápido a pedir perdón a sus padres, pues ha cometido una falta grave. El hombre  percibe una extraña sensación, le cuesta trabajo dirigir al caballo. Cuando vuelve la mirada hacia atrás se da cuenta que el niño que lleva atrás  ha cambiado de apariencia y  porta  un gran sombrero en la cabeza que impide verle el rostro.

El hombre se sobresalta con la carcajada del extraño personaje quien de inmediato comienza a decir con voz ronca  agarrándose el sombrero: “de que te lo pongo te lo pongo, de que te lo pongo te lo pongo”, Desesperado, el hombre aguijonea más el caballo haciéndolo desbocar. En su afán de no caerse y salvarse,  comienza a  rezar el credo y lo acompaña con  el viejo conjuro  usado para retirar “la mala hora”. El hombre cierra los ojos para continuar con el rezo y cuando los abre, se encuentra  frente a su casa.

Mientras atiza el fogón, el segundo hijo, escucha una voz amenazante que dice: “de que te lo pongo te lo pongo, de que te lo pongo te lo pongo”. El hombre sin retraerse, toma un tizón y se defiende de manera abierta replicando: “de que te quemo te quemo, de que te quemo te quemo”. El silborcito lo ataca lanzándole el sombrero pero el hombre en forma sagaz  lo evita. Salta hacia el matorral y  se esconde,  desde allí lo ve en su plenitud; un hombre enano, negro, de ojos saltones, y con un gran sobrero alado. Al reconocerlo, el hombre en su escondite recuerda que este aparato es un espíritu de la noche y su principal amenaza es el amanecer. Entonces decide remedar el canto del gallo repetidas veces para engañarlo, haciéndole creer que está amaneciendo. El hombre quien continúa cantando asustado y sigiloso, corre hacia la casa.

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