Si hay alguna motivación que despierte mayor esperanza en la humanidad es hablar de paz, máxime si se ha vivido en guerra.
Si hay alguna motivación que despierte mayor esperanza en la humanidad es hablar de paz, máxime si se ha vivido en guerra durante casi siglo y medio como es el caso de Colombia que no ha tenido un periodo de tregua desde 1899 cuando explotó la guerra de los mil días (1899-1902).
Episodios dantescos como la guerra de los Balcanes en Europa (1991-2001), la matanza de Ruanda entre Hutus y Tutsis (1994) en África, los conflictos de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Nicaragua en 1980), Vietnam (1955-1975) solo por mencionar algunas en cada uno de los continentes, muestran que la guerra es innecesaria.
En nuestro país los esfuerzos por alcanzar la tan anhelada paz han contado con un denominador común, los procesos quedan mal hechos y al cabo de un corto tiempo se rompen las treguas, se incumplen los acuerdos firmados y regresamos a las espirales de violencia que terminan afectando territorios enteros. Una corta cronología de los procesos de paz de los últimos 40 años demuestra que lo afirmado está sustentado absolutamente, veamos: La paz de Betancur en 1982 con las Farc, Barco y el M-19 en 1990, Samper y su intento con el ELN entre 1994 y 1998, Pastrana nuevamente con la Farc despejando medio país (1999), Uribe con las AUC, Santos con la Farc nuevamente y ahora Petro con su “Paz total”.
En estos procesos mencionados, además de los incumplimientos de ambos bandos, el otro denominador es que en mayor o menor medida el estado continuaba la ofensiva salvo cortos periodos de ceses unilaterales o bilaterales decretados por las fuerzas en conflicto, pero el mensaje del estado era contundente, debía continuarse el pie de fuerza así estuviesen sentados en la mesa pues no se podía enviar señales de debilidad al enemigo, sin embargo tal y como transcurren los eventos intento tras intento, solo podemos llegar a una inquietante conclusión, los grupos armados no quieren ninguna paz.
Pero lo que sí tiene en estado de alerta y con obvios reparos a la mayoría del país es la forma ambigua y confusa como el gobierno de Gustavo Petro está planteando su denominada “paz total” puesto que grupos como el autodenominado Clan del Golfo y las docenas de reductos paramilitares y guerrillas dedicados totalmente al narcotráfico, no solo tienen en jaque a 123 municipios y 22 departamentos sino que esa violencia se trasladó a las ciudades donde actividades como la extorsión, el secuestro, la intimidación e innumerables delitos mantienen a la población en zozobra constante, pero además con la sensación de inacción por parte de la Fuerza Pública y el estado en general.
Lo que está ocurriendo en el bajo Cauca con el muy sonado “paro minero” es una vergüenza para el país, un gobierno no puede permitir que un grupillo de delincuentes controle un territorio mientras este echa discursos en escenarios internacionales; lo ocurrido en el Caguán donde murió degollado un subintendente de la policía y unos delincuentes camuflados de manifestantes secuestraron a unos agentes y a aun ministro no tiene antecedentes; pero mas indignante aún es el asesinato de unos soldados bachilleres a manos del ELN mientras negocia con el gobierno por enésima vez ¿Hasta cuándo se van a convencer que esa guerrilla no quiere ninguna paz sino seguir traqueteando mientras se burla de los Colombianos?
El mensaje que está recibiendo el delincuente hoy, es que está ante la oportunidad de un gobierno blandengue que está dispuesto a transigir incluso la propia soberanía de las armas del estado con tal de lograr una paz que solo existe en la mente del presidente y en sus discursos; cualquiera hace paros, se toman carreteras, queman vehículos, interrumpen vías, afectan la economía y se riega como pólvora en el imaginario colectivo que por más desmanes, violencia, desorden y anarquía que ejerzan, cuentan con la seguridad que no habrá ninguna acción del estado y de sus fuerzas armadas para recobrar el control.
La sensación es horrible, se habla incluso de desánimo y baja de la moral en las filas de militares y policías ante un comandante y jefe que a pesar que tiene medio país incendiado, docenas de grupos al servicio del narcotráfico, el resurgimiento de antiguos carteles de la droga y el crecimiento del sanguinario cartel de Sinaloa en zonas claves, habla de manera quimérica de un escenario de paz con delincuentes que necesitan la guerra para sus negocios.
Por Eloy Gutiérrez Anaya
Si hay alguna motivación que despierte mayor esperanza en la humanidad es hablar de paz, máxime si se ha vivido en guerra.
Si hay alguna motivación que despierte mayor esperanza en la humanidad es hablar de paz, máxime si se ha vivido en guerra durante casi siglo y medio como es el caso de Colombia que no ha tenido un periodo de tregua desde 1899 cuando explotó la guerra de los mil días (1899-1902).
Episodios dantescos como la guerra de los Balcanes en Europa (1991-2001), la matanza de Ruanda entre Hutus y Tutsis (1994) en África, los conflictos de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Nicaragua en 1980), Vietnam (1955-1975) solo por mencionar algunas en cada uno de los continentes, muestran que la guerra es innecesaria.
En nuestro país los esfuerzos por alcanzar la tan anhelada paz han contado con un denominador común, los procesos quedan mal hechos y al cabo de un corto tiempo se rompen las treguas, se incumplen los acuerdos firmados y regresamos a las espirales de violencia que terminan afectando territorios enteros. Una corta cronología de los procesos de paz de los últimos 40 años demuestra que lo afirmado está sustentado absolutamente, veamos: La paz de Betancur en 1982 con las Farc, Barco y el M-19 en 1990, Samper y su intento con el ELN entre 1994 y 1998, Pastrana nuevamente con la Farc despejando medio país (1999), Uribe con las AUC, Santos con la Farc nuevamente y ahora Petro con su “Paz total”.
En estos procesos mencionados, además de los incumplimientos de ambos bandos, el otro denominador es que en mayor o menor medida el estado continuaba la ofensiva salvo cortos periodos de ceses unilaterales o bilaterales decretados por las fuerzas en conflicto, pero el mensaje del estado era contundente, debía continuarse el pie de fuerza así estuviesen sentados en la mesa pues no se podía enviar señales de debilidad al enemigo, sin embargo tal y como transcurren los eventos intento tras intento, solo podemos llegar a una inquietante conclusión, los grupos armados no quieren ninguna paz.
Pero lo que sí tiene en estado de alerta y con obvios reparos a la mayoría del país es la forma ambigua y confusa como el gobierno de Gustavo Petro está planteando su denominada “paz total” puesto que grupos como el autodenominado Clan del Golfo y las docenas de reductos paramilitares y guerrillas dedicados totalmente al narcotráfico, no solo tienen en jaque a 123 municipios y 22 departamentos sino que esa violencia se trasladó a las ciudades donde actividades como la extorsión, el secuestro, la intimidación e innumerables delitos mantienen a la población en zozobra constante, pero además con la sensación de inacción por parte de la Fuerza Pública y el estado en general.
Lo que está ocurriendo en el bajo Cauca con el muy sonado “paro minero” es una vergüenza para el país, un gobierno no puede permitir que un grupillo de delincuentes controle un territorio mientras este echa discursos en escenarios internacionales; lo ocurrido en el Caguán donde murió degollado un subintendente de la policía y unos delincuentes camuflados de manifestantes secuestraron a unos agentes y a aun ministro no tiene antecedentes; pero mas indignante aún es el asesinato de unos soldados bachilleres a manos del ELN mientras negocia con el gobierno por enésima vez ¿Hasta cuándo se van a convencer que esa guerrilla no quiere ninguna paz sino seguir traqueteando mientras se burla de los Colombianos?
El mensaje que está recibiendo el delincuente hoy, es que está ante la oportunidad de un gobierno blandengue que está dispuesto a transigir incluso la propia soberanía de las armas del estado con tal de lograr una paz que solo existe en la mente del presidente y en sus discursos; cualquiera hace paros, se toman carreteras, queman vehículos, interrumpen vías, afectan la economía y se riega como pólvora en el imaginario colectivo que por más desmanes, violencia, desorden y anarquía que ejerzan, cuentan con la seguridad que no habrá ninguna acción del estado y de sus fuerzas armadas para recobrar el control.
La sensación es horrible, se habla incluso de desánimo y baja de la moral en las filas de militares y policías ante un comandante y jefe que a pesar que tiene medio país incendiado, docenas de grupos al servicio del narcotráfico, el resurgimiento de antiguos carteles de la droga y el crecimiento del sanguinario cartel de Sinaloa en zonas claves, habla de manera quimérica de un escenario de paz con delincuentes que necesitan la guerra para sus negocios.
Por Eloy Gutiérrez Anaya