Algunos lo han ubicado en la Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, otros en el sureste africano, pero nadie habla de un sitio totalmente específico.
Si contemplamos la naturaleza nuestra, fácilmente concluimos que el paraíso, el huerto de la vida, del que hablan los hagiógrafos y otros escritores filósofos de la vida y su origen, está en la tierra.
Pero no por lo que opine el uno u el otro a través de grandiosas teorías, para algunos axiomáticas. Nada más hay que presenciar las cataratas del Niágara o del Iguazú, las selvas amazónicas, las estepas de Sudáfrica, los extensos valles más allá de los cultivos, los grandes desiertos con sus sorprendentes fenómenos naturales, como la resistencia de los camellos, y tantos sorprendentes sitios con su flora y fauna de cada uno de nuestros continentes. No ponemos en duda de que el paraíso está en el planeta tierra.
Algunos lo han ubicado en la Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, donde supuestamente nació la civilización, otros en el sureste africano, pero nadie habla de un sitio totalmente específico.
Nadie, no siendo teólogo, ni filósofo, ni hagiógrafo, ni poseedor de conocimientos para disertar sobre el tema, pero con sentido común simple, presiente que el paraíso es una posición etérea que existe en nuestro interior cuando distinguimos entre el impulso o deseo para desarrollar algo, que no es otra cosa que el espíritu.
Y que ese algo se matiza con sentimientos y valores positivos de nuestra humanidad, que no es otra cosa que lo que llamamos alma.
La coordinación positiva del espíritu y el alma es lo que se traduce en la felicidad y la felicidad reside en el paraíso, por lo tanto existe en nuestro interior, en nuestra forma de pensar y actuar, en nuestros pensamientos positivos cubiertos por el afecto.
Entonces el paraíso está en cada lugar, o en cada sitio, o en cada cosa en donde alojaremos en forma gratuita la felicidad a través de la manifestación del bien.
Todos por naturaleza tenemos tendencia al bien, pero el ser humano aún goza de imperfecciones naturales que se anidan en el mal, por ello la lucha para vencer a este aparece en cada momento y cada vez que lo logramos vencer abrazamos la felicidad, manifestación que nos hace sentir en el paraíso.
La felicidad está en todos los campos y es fácil con la lucha conseguirla, con la sola mentalidad del ánimo de servicio. En el campo económico está en producir bien para generar bienestar a través del trabajo, pues solo con el esfuerzo la felicidad se hace completa.
En el campo social está en el mutuo apoyo que hace, no que dejen de existir los problemas, sino que cuando lleguen se puedan resolver con el concurso de todos o de los que tengan la capacidad de solución sin mezquindades y en el campo político a pesar de las desviaciones continuas de quienes lo cultivan, solo aplicando la justicia en todos sus aspectos sin distingos de colores e ideologías erradas nos hacemos por lo menos buenos vecinos del paraíso.
Que nuestra ascendencia primaria estuvo representada por blancos o negros, musulmanes, judaistas, católicos, etc., es cierto; además dieron origen al bien y al mal. Caín mató a Abel, Abraham traicionó al Señor.
Nos hemos preguntado alguna vez por qué Satanás se encontraba en el paraíso, si es la personificación del mal, como custodio del árbol del conocimiento del bien y del mal, exclusivamente para tentar a la mujer.
Al igual que el paraíso, el infierno también está en la tierra, pues el mal, como dije antes, está en la imperfección del ser, que se torna renuente a cambiar de camino, convirtiéndose en el vecino de la discordia, pero con la esperanza de que tarde o temprano será vencido.
Para ello necesitamos de mucha paciencia y tolerancia y no cobrar arriendo para cuando la felicidad nos invada y así podremos exclamar: ¡Ah, carajo! ¡El paraíso está en la tierra!
Cuando Cristo dijo a Dimas, el ladrón bueno, “hoy estarás conmigo en el Paraíso”, solo dio a entender con esta expresión que se iba a un lugar de encantos, lugar donde solo van los que logran la felicidad por el noble sacrificio de redimir al mundo en que han vivido.
Lo llevaría a un viaje a su interior, a su propio yo, y allí es donde está el paraíso.
Algunos lo han ubicado en la Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, otros en el sureste africano, pero nadie habla de un sitio totalmente específico.
Si contemplamos la naturaleza nuestra, fácilmente concluimos que el paraíso, el huerto de la vida, del que hablan los hagiógrafos y otros escritores filósofos de la vida y su origen, está en la tierra.
Pero no por lo que opine el uno u el otro a través de grandiosas teorías, para algunos axiomáticas. Nada más hay que presenciar las cataratas del Niágara o del Iguazú, las selvas amazónicas, las estepas de Sudáfrica, los extensos valles más allá de los cultivos, los grandes desiertos con sus sorprendentes fenómenos naturales, como la resistencia de los camellos, y tantos sorprendentes sitios con su flora y fauna de cada uno de nuestros continentes. No ponemos en duda de que el paraíso está en el planeta tierra.
Algunos lo han ubicado en la Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, donde supuestamente nació la civilización, otros en el sureste africano, pero nadie habla de un sitio totalmente específico.
Nadie, no siendo teólogo, ni filósofo, ni hagiógrafo, ni poseedor de conocimientos para disertar sobre el tema, pero con sentido común simple, presiente que el paraíso es una posición etérea que existe en nuestro interior cuando distinguimos entre el impulso o deseo para desarrollar algo, que no es otra cosa que el espíritu.
Y que ese algo se matiza con sentimientos y valores positivos de nuestra humanidad, que no es otra cosa que lo que llamamos alma.
La coordinación positiva del espíritu y el alma es lo que se traduce en la felicidad y la felicidad reside en el paraíso, por lo tanto existe en nuestro interior, en nuestra forma de pensar y actuar, en nuestros pensamientos positivos cubiertos por el afecto.
Entonces el paraíso está en cada lugar, o en cada sitio, o en cada cosa en donde alojaremos en forma gratuita la felicidad a través de la manifestación del bien.
Todos por naturaleza tenemos tendencia al bien, pero el ser humano aún goza de imperfecciones naturales que se anidan en el mal, por ello la lucha para vencer a este aparece en cada momento y cada vez que lo logramos vencer abrazamos la felicidad, manifestación que nos hace sentir en el paraíso.
La felicidad está en todos los campos y es fácil con la lucha conseguirla, con la sola mentalidad del ánimo de servicio. En el campo económico está en producir bien para generar bienestar a través del trabajo, pues solo con el esfuerzo la felicidad se hace completa.
En el campo social está en el mutuo apoyo que hace, no que dejen de existir los problemas, sino que cuando lleguen se puedan resolver con el concurso de todos o de los que tengan la capacidad de solución sin mezquindades y en el campo político a pesar de las desviaciones continuas de quienes lo cultivan, solo aplicando la justicia en todos sus aspectos sin distingos de colores e ideologías erradas nos hacemos por lo menos buenos vecinos del paraíso.
Que nuestra ascendencia primaria estuvo representada por blancos o negros, musulmanes, judaistas, católicos, etc., es cierto; además dieron origen al bien y al mal. Caín mató a Abel, Abraham traicionó al Señor.
Nos hemos preguntado alguna vez por qué Satanás se encontraba en el paraíso, si es la personificación del mal, como custodio del árbol del conocimiento del bien y del mal, exclusivamente para tentar a la mujer.
Al igual que el paraíso, el infierno también está en la tierra, pues el mal, como dije antes, está en la imperfección del ser, que se torna renuente a cambiar de camino, convirtiéndose en el vecino de la discordia, pero con la esperanza de que tarde o temprano será vencido.
Para ello necesitamos de mucha paciencia y tolerancia y no cobrar arriendo para cuando la felicidad nos invada y así podremos exclamar: ¡Ah, carajo! ¡El paraíso está en la tierra!
Cuando Cristo dijo a Dimas, el ladrón bueno, “hoy estarás conmigo en el Paraíso”, solo dio a entender con esta expresión que se iba a un lugar de encantos, lugar donde solo van los que logran la felicidad por el noble sacrificio de redimir al mundo en que han vivido.
Lo llevaría a un viaje a su interior, a su propio yo, y allí es donde está el paraíso.