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No me sorprendió la multitud que se congregó en la catedral del Ecce Homo de Valledupar con ocasión de las honras fúnebres del médico cesarense Oswaldo Ángulo Arévalo, padre de la urología en el departamento del Cesar, un chiriguanero indeleble que deja huella en el corazón de los vallenatos.
En compañía de Pedro Miguel Peinado Royero y de otros contertulios escuchábamos el relato del cuento del afamado farmaceuta y tegua de profesión, radicado en el siglo pasado en el municipio de Chiriguaná. En aquella época, los seres humanos morían de paludismo, gripa, tétano o de alguna enfermedad poco conocida que afectaba crónicamente la salud del paciente sin que se conociera a ciencia cierta el verdadero motivo de la muerte.
Ante la carencia de médicos en el mundo, la ciencia médica navegaba a la deriva por falta de especialistas, lo que generaba que pequeños males llevaran a la tumba a seres humanos quienes, con tratamiento oportuno, se les podía salvar.
Al referido cuento se sumó el también chiriguanero doctor Carlos Oyaga Quiroz con quien reímos a carcajadas por el desenlace de la ocurrente historia que involucra a un hombre mal llamado médico, quien, con su sapiencia natural, aprendió recetas de los abuelos y las aplicaba con certeza en su consultorio ubicado en la plaza central de la localidad.
Fulgencio había ganado reconocimiento y posición social debido a lo acertado al momento de formular, curaba con plantas medicinales y brebajes caseros.
Oswaldo Angulo Arévalo estudió en el Instituto Caldas del municipio que lo vio nacer compartiendo aulas con el hijo de Fulgencio y de muchos chiriguaneros hoy destacados. Fue a estudiar Medicina a la Universidad de Manizales, mientras que el hijo de Fulgencio, Fulgencito, ingresó a estudiar Medicina en la Universidad Javeriana a cargo de los padres jesuitas en la capital del país.
Oswaldo al culminar sus estudios universitarios decide irse a especializar a México inscribiéndose en la facultad de Urología en la Universidad Nacional de dicho país. Por su parte, Fulgencito decide especializarse en Otorrinolaringología en la Universidad de París. Este último, al regresar a Chiriguaná, cargado de muchos diplomas y expectativas laborales, enfrenta en su primer día de consulta al hombre más rico de la provincia, Don Oscar Trespalacios Cabrales, propietario de la hacienda más extensa de Colombia. Ingresó al consultorio pálido y sudoroso tras tres días de fiebre, vómito y diarrea, malestares que no les permitían dormir.
Fulgencito, al auscultarlo, pudo apreciar que los vejámenes que afectaban la salud de su paciente se debían a una garrapata ubicada en el centro del oído la cual fue extraída de manera inmediata; al comentarle a su padre lo sucedido, este le dijo: “Tú si eres bobo, tú no sabes que con esa garrapata te educaste”.
Con el doctor Oswaldo sucedió lo contrario; la “garrapata” del doctor Angulo éramos sus pacientes quienes al frecuentarlo recibíamos de él un cálido servicio proveniente de un probo galeno, a quien le afanaba más el servicio social que el dinero. Encontrábamos en él una oportuna receta y un eficaz diagnóstico; es más, a quienes nos ha gustado el servicio público sabíamos que él en su rol profesional mantenía un liderazgo que le permitía sin asco servir al más necesitado, sin esperar nada a cambio y mucho menos honorario alguno, así sirvió por varias décadas realizando importantes aportes científicos a la ciencia médica.
No me sorprendió la multitud que se congregó en la catedral del Ecce Homo de Valledupar con ocasión de las honras fúnebres del médico cesarense Oswaldo Ángulo Arévalo, padre de la urología en el departamento del Cesar, un chiriguanero indeleble que deja huella en el corazón de los vallenatos.
Paz en su tumba.
Por: Pedro Norberto Castro Araújo – El Cuento de Pedro.
No me sorprendió la multitud que se congregó en la catedral del Ecce Homo de Valledupar con ocasión de las honras fúnebres del médico cesarense Oswaldo Ángulo Arévalo, padre de la urología en el departamento del Cesar, un chiriguanero indeleble que deja huella en el corazón de los vallenatos.
En compañía de Pedro Miguel Peinado Royero y de otros contertulios escuchábamos el relato del cuento del afamado farmaceuta y tegua de profesión, radicado en el siglo pasado en el municipio de Chiriguaná. En aquella época, los seres humanos morían de paludismo, gripa, tétano o de alguna enfermedad poco conocida que afectaba crónicamente la salud del paciente sin que se conociera a ciencia cierta el verdadero motivo de la muerte.
Ante la carencia de médicos en el mundo, la ciencia médica navegaba a la deriva por falta de especialistas, lo que generaba que pequeños males llevaran a la tumba a seres humanos quienes, con tratamiento oportuno, se les podía salvar.
Al referido cuento se sumó el también chiriguanero doctor Carlos Oyaga Quiroz con quien reímos a carcajadas por el desenlace de la ocurrente historia que involucra a un hombre mal llamado médico, quien, con su sapiencia natural, aprendió recetas de los abuelos y las aplicaba con certeza en su consultorio ubicado en la plaza central de la localidad.
Fulgencio había ganado reconocimiento y posición social debido a lo acertado al momento de formular, curaba con plantas medicinales y brebajes caseros.
Oswaldo Angulo Arévalo estudió en el Instituto Caldas del municipio que lo vio nacer compartiendo aulas con el hijo de Fulgencio y de muchos chiriguaneros hoy destacados. Fue a estudiar Medicina a la Universidad de Manizales, mientras que el hijo de Fulgencio, Fulgencito, ingresó a estudiar Medicina en la Universidad Javeriana a cargo de los padres jesuitas en la capital del país.
Oswaldo al culminar sus estudios universitarios decide irse a especializar a México inscribiéndose en la facultad de Urología en la Universidad Nacional de dicho país. Por su parte, Fulgencito decide especializarse en Otorrinolaringología en la Universidad de París. Este último, al regresar a Chiriguaná, cargado de muchos diplomas y expectativas laborales, enfrenta en su primer día de consulta al hombre más rico de la provincia, Don Oscar Trespalacios Cabrales, propietario de la hacienda más extensa de Colombia. Ingresó al consultorio pálido y sudoroso tras tres días de fiebre, vómito y diarrea, malestares que no les permitían dormir.
Fulgencito, al auscultarlo, pudo apreciar que los vejámenes que afectaban la salud de su paciente se debían a una garrapata ubicada en el centro del oído la cual fue extraída de manera inmediata; al comentarle a su padre lo sucedido, este le dijo: “Tú si eres bobo, tú no sabes que con esa garrapata te educaste”.
Con el doctor Oswaldo sucedió lo contrario; la “garrapata” del doctor Angulo éramos sus pacientes quienes al frecuentarlo recibíamos de él un cálido servicio proveniente de un probo galeno, a quien le afanaba más el servicio social que el dinero. Encontrábamos en él una oportuna receta y un eficaz diagnóstico; es más, a quienes nos ha gustado el servicio público sabíamos que él en su rol profesional mantenía un liderazgo que le permitía sin asco servir al más necesitado, sin esperar nada a cambio y mucho menos honorario alguno, así sirvió por varias décadas realizando importantes aportes científicos a la ciencia médica.
No me sorprendió la multitud que se congregó en la catedral del Ecce Homo de Valledupar con ocasión de las honras fúnebres del médico cesarense Oswaldo Ángulo Arévalo, padre de la urología en el departamento del Cesar, un chiriguanero indeleble que deja huella en el corazón de los vallenatos.
Paz en su tumba.
Por: Pedro Norberto Castro Araújo – El Cuento de Pedro.