Tres disparos silenciaron la voz de aquel que no temía denunciar la corrupción, los atropellos, la criminalidad, la usurpación de tierras.
Y así, en medio de un silencio que se escuchará por años, cayó en el barrio Villa Jaidith, Alfonso Hernando Medina, líder social de 68 años, irreverente, valiente, víctima de un asesinato que invadió cada rincón y pensamiento de Valledupar. Tres disparos silenciaron la voz de aquel que no temía denunciar la corrupción, los atropellos, la criminalidad, la usurpación de tierras. Cuando escucho lo que muchos han opinado al respecto, siento que lo mataron dos veces: la primera, en su humanidad; la segunda, en su legado, al intentar sepultar su valentía con un manto de miedo y zozobra, un pacto de silencio.
Medina no era un hombre que se dejara callar. Era de esos hombres que “…se acabaron ya”, al decir de la famosa canción vallenata, de esos especímenes indomables que transpiran apostolado por todos los poros de su piel, de esos especímenes que viven por y para el servicio de las causas populares, que viven indignados por tantas tropelías que se dan como pan de todos los días.
Durante años denunció robos de tierras, sobre todo áreas de cesión, micro tráfico y toda clase de delitos, poniendo en riesgo su vida y la de su familia. Durante años gestionó y lideró soluciones para las comunidades desprotegidas, enfrentando la envidia, la intolerancia y los intereses mezquinos de quienes deambulan en las arcas ajenas. Claro que había recibido amenazas, pero nunca se amedrentó ni cedió a las presiones. Al contrario, seguía adelante, luchando por la justicia y la paz de su barrio y la ciudad.
La inseguridad tiene a Valledupar al borde del colapso, sin que nos sirva de consuelo el que sea un mal de muchos. Tan usual es la ola de violencia, incluida la corrupción que subyace y la determina, que ya parece ‘normal’, connatural al ser humano. Se mata por cualquier cosa y se roba sin pudor, conductas que florecen con la impunidad, entronizándose en el imaginario colectivo como normal, promoviéndose y esparciéndose en vez de su merecida sanción. El hombre del común no sabe qué es peor, si el transitar del sicario haciendo de las suyas, o el silencio y la quietud complaciente y cómplice de las autoridades, cuya actitud contemplativa estimula la delincuencia.
El crimen pretende dos virtualidades: (i) acabar con la vida de una persona incómoda, sumiendo en el dolor y quizás la inopia a su familia, y, (ii) amordazar e inmovilizar a la sociedad, que se silencia y se paraliza por el temor de que cercenen la cabeza de quien se asome. Pero la sociedad, resiliente, se sobrepone a la adversidad: cada líder inmolado fecunda nuevos liderazgos.
Que no crean los asesinos de Medina que van a arrodillarnos; el miedo no se impondrá como una losa pesada sobre Valledupar. Hay que honrar el legado de Medina. Erradiquemos de nuestro imaginario el creer que la muerte es el resultado natural de denunciar la corrupción y el crimen. Valledupar no puede caer en ese juego perverso, no puede enterrar la valentía y el coraje de hombres como Alfonso Medina, permitiendo que el miedo silencie a sus habitantes.
Nos levantaremos con el ejercicio de la autoridad y con la participación activa y comprometida de toda la sociedad, que tendrá que sacudirse esa modorra que sin duda facilita el accionar de la delincuencia. Hay que perseguir al asesino, al delincuente, con todas las armas a nuestro alcance, con uñas y dientes si es necesario. Hay que declarar una lucha frontal contra la delincuencia, ubicándola donde se encuentre, encarcelándola, bloqueándole su comunicación, que entiendan que el preso es preso y no un magnánimo turista.
A Valledupar hay que tomarla en serio. Lo que enfrentamos en Valledupar no es solo delincuencia común, sino crimen organizado. El clan del golfo se ha adueñado de nuestras calles, tiene franquiciado a Valledupar. Aparte de estar financiados con el narcotráfico y la extorsión, les dieron una sucursal para operar a 3 kilómetros de Valledupar, llamada la cárcel ‘La tramacúa’. Aun así, o justo por la magnitud de la delincuencia, no podemos permitirnos hacer un pacto de silencio, no podemos cruzarnos de brazos y dejar que los criminales sigan ganando terreno.
Valledupar debe honrar la memoria de Alfonso Medina y de todos aquellos líderes sociales que han caído en la lucha por la justicia. Debemos recordar que la valentía, la irreverencia y la lucha contra el crimen no son actos que merezcan la muerte, sino ejemplos a seguir para construir un futuro mejor. Hoy, con el corazón lleno de dolor y rabia, debemos levantarnos, unirnos y enfrentar el miedo. No dejemos morir el legado de Alfonso y de todos los que, como él, no se quedaron callados. No los sepultemos en un pacto de silencio. Es hora de luchar y honrar su memoria, devolverle la voz a Valledupar, de frente sin miedo.
Por Camilo Quiroz H.
Tres disparos silenciaron la voz de aquel que no temía denunciar la corrupción, los atropellos, la criminalidad, la usurpación de tierras.
Y así, en medio de un silencio que se escuchará por años, cayó en el barrio Villa Jaidith, Alfonso Hernando Medina, líder social de 68 años, irreverente, valiente, víctima de un asesinato que invadió cada rincón y pensamiento de Valledupar. Tres disparos silenciaron la voz de aquel que no temía denunciar la corrupción, los atropellos, la criminalidad, la usurpación de tierras. Cuando escucho lo que muchos han opinado al respecto, siento que lo mataron dos veces: la primera, en su humanidad; la segunda, en su legado, al intentar sepultar su valentía con un manto de miedo y zozobra, un pacto de silencio.
Medina no era un hombre que se dejara callar. Era de esos hombres que “…se acabaron ya”, al decir de la famosa canción vallenata, de esos especímenes indomables que transpiran apostolado por todos los poros de su piel, de esos especímenes que viven por y para el servicio de las causas populares, que viven indignados por tantas tropelías que se dan como pan de todos los días.
Durante años denunció robos de tierras, sobre todo áreas de cesión, micro tráfico y toda clase de delitos, poniendo en riesgo su vida y la de su familia. Durante años gestionó y lideró soluciones para las comunidades desprotegidas, enfrentando la envidia, la intolerancia y los intereses mezquinos de quienes deambulan en las arcas ajenas. Claro que había recibido amenazas, pero nunca se amedrentó ni cedió a las presiones. Al contrario, seguía adelante, luchando por la justicia y la paz de su barrio y la ciudad.
La inseguridad tiene a Valledupar al borde del colapso, sin que nos sirva de consuelo el que sea un mal de muchos. Tan usual es la ola de violencia, incluida la corrupción que subyace y la determina, que ya parece ‘normal’, connatural al ser humano. Se mata por cualquier cosa y se roba sin pudor, conductas que florecen con la impunidad, entronizándose en el imaginario colectivo como normal, promoviéndose y esparciéndose en vez de su merecida sanción. El hombre del común no sabe qué es peor, si el transitar del sicario haciendo de las suyas, o el silencio y la quietud complaciente y cómplice de las autoridades, cuya actitud contemplativa estimula la delincuencia.
El crimen pretende dos virtualidades: (i) acabar con la vida de una persona incómoda, sumiendo en el dolor y quizás la inopia a su familia, y, (ii) amordazar e inmovilizar a la sociedad, que se silencia y se paraliza por el temor de que cercenen la cabeza de quien se asome. Pero la sociedad, resiliente, se sobrepone a la adversidad: cada líder inmolado fecunda nuevos liderazgos.
Que no crean los asesinos de Medina que van a arrodillarnos; el miedo no se impondrá como una losa pesada sobre Valledupar. Hay que honrar el legado de Medina. Erradiquemos de nuestro imaginario el creer que la muerte es el resultado natural de denunciar la corrupción y el crimen. Valledupar no puede caer en ese juego perverso, no puede enterrar la valentía y el coraje de hombres como Alfonso Medina, permitiendo que el miedo silencie a sus habitantes.
Nos levantaremos con el ejercicio de la autoridad y con la participación activa y comprometida de toda la sociedad, que tendrá que sacudirse esa modorra que sin duda facilita el accionar de la delincuencia. Hay que perseguir al asesino, al delincuente, con todas las armas a nuestro alcance, con uñas y dientes si es necesario. Hay que declarar una lucha frontal contra la delincuencia, ubicándola donde se encuentre, encarcelándola, bloqueándole su comunicación, que entiendan que el preso es preso y no un magnánimo turista.
A Valledupar hay que tomarla en serio. Lo que enfrentamos en Valledupar no es solo delincuencia común, sino crimen organizado. El clan del golfo se ha adueñado de nuestras calles, tiene franquiciado a Valledupar. Aparte de estar financiados con el narcotráfico y la extorsión, les dieron una sucursal para operar a 3 kilómetros de Valledupar, llamada la cárcel ‘La tramacúa’. Aun así, o justo por la magnitud de la delincuencia, no podemos permitirnos hacer un pacto de silencio, no podemos cruzarnos de brazos y dejar que los criminales sigan ganando terreno.
Valledupar debe honrar la memoria de Alfonso Medina y de todos aquellos líderes sociales que han caído en la lucha por la justicia. Debemos recordar que la valentía, la irreverencia y la lucha contra el crimen no son actos que merezcan la muerte, sino ejemplos a seguir para construir un futuro mejor. Hoy, con el corazón lleno de dolor y rabia, debemos levantarnos, unirnos y enfrentar el miedo. No dejemos morir el legado de Alfonso y de todos los que, como él, no se quedaron callados. No los sepultemos en un pacto de silencio. Es hora de luchar y honrar su memoria, devolverle la voz a Valledupar, de frente sin miedo.
Por Camilo Quiroz H.