EL TINAJERO Por: José Atuesta Mindiola Morir del corazón es una gracia que Dios les concede a los hombres románticos. Jairo Arturo Acosta Torres era un hombre romántico: sensible, cariñoso y soñador, que amó a sus padres, a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos, a su tierra, a la música, al deporte y […]
EL TINAJERO
Por: José Atuesta Mindiola
Morir del corazón es una gracia que Dios les concede a los hombres románticos. Jairo Arturo Acosta Torres era un hombre romántico: sensible, cariñoso y soñador, que amó a sus padres, a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos, a su tierra, a la música, al deporte y a su profesión de abogado. Estas virtudes lo consagraron en el pedestal de la sencillez de hombre afectivo y honesto. Jairo era un distinguido juez penal de Valledupar y un reconocido el caballero de la fiesta. Su alegría inagotable, similar a los zureos azules del mar; bailaba con elegante destreza, parecía un racimo de viento en el lomo de las olas. Fue un coleccionista de vestidos de filigranas que lucía de acuerdo a la ocasión. En la cumbre de la fiesta, para teñir de entusiasmo a sus contertulios parranderos, mientras armonizaba la acrobacia de nuevo pase de baile, soltaba el sonoro pregón: soy el negrito sabrosón. Para sus compañeros del poder judicial, Jairo será siempre recordado como un funcionario probo, responsable e imparcial en la aplicación de justicia. Y por encima de todo, dice el magistrado Lucas Monsalvo Castilla: “un hombre bueno, honesto funcionario y un verdadero hermano de la amistad y la vida”. Sus compañeros de estudios en el Instpecam (donde se graduó bachiller en 1976), lo recuerdan como un alumno respetuoso, destacado en las asignaturas de sociales y humanidades, habilidoso para el futbol, diestro para el baile y exquisito para los chistes. Uno de sus colegas del bachillerato, Darío Mendoza, lo describe, como un joven bacano, aplicado para el estudio, pintoso en el vestir, hábil en la gambeta y en las horas de recreo un fino mamagallista. Fredy Acosta, su hijo mayor, dice: “Mi padre en su profesión de juez penal, le tocó proferir condenas por homicidios, y esto no dejaba de ser un riesgo. Afortunadamente él vivía tranquilo, y la muerte lo sorprendió haciendo una de las cosas que lo hacían feliz, bailar”. Cuando la muerte llega el fuerte dolor de su presencia nos aflige; pero si es natural, sin que otras manos hambrientas de violencia y dinero hayan acelerado su llegada, obedientes a la fe y a la palabra de Dios, nos llenamos de fortaleza para hacer menos triste la ausencia material del ser querido.
DÉCIMAS A JAIRO ACOSTA TORRES
I
Siento tristeza y dolor
pero no voy a llorar,
lo que quiero es recordar
a mi padre el bailador,
decía su hijo mayor;
cuando yo me le acerqué
y le pregunté de qué
había fallecido Jairo;
demoró lo necesario
en decirme como fue.
II
Un aroma de tristeza
siento que en mis venas corre,
Jairo Arturo Acosta Torres
ya se fue con su nobleza,
y nos deja su grandeza
de hombre bueno y divertido,
de sus amigos, querido
por su bella bonhomía;
su profesión la ejercía
con principios definidos.
III
Él era un mar de emoción
con oleaje de optimismo,
se proclamaba a sí mismo
el negrito sabrosón;
disfrutaba ese pregón
con sonoro frenesí,
bailaba cual colibrí
la música del Caribe,
y su estribillo revive:
Valledupar, ahí, ahí, ahí.
EL TINAJERO Por: José Atuesta Mindiola Morir del corazón es una gracia que Dios les concede a los hombres románticos. Jairo Arturo Acosta Torres era un hombre romántico: sensible, cariñoso y soñador, que amó a sus padres, a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos, a su tierra, a la música, al deporte y […]
EL TINAJERO
Por: José Atuesta Mindiola
Morir del corazón es una gracia que Dios les concede a los hombres románticos. Jairo Arturo Acosta Torres era un hombre romántico: sensible, cariñoso y soñador, que amó a sus padres, a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos, a su tierra, a la música, al deporte y a su profesión de abogado. Estas virtudes lo consagraron en el pedestal de la sencillez de hombre afectivo y honesto. Jairo era un distinguido juez penal de Valledupar y un reconocido el caballero de la fiesta. Su alegría inagotable, similar a los zureos azules del mar; bailaba con elegante destreza, parecía un racimo de viento en el lomo de las olas. Fue un coleccionista de vestidos de filigranas que lucía de acuerdo a la ocasión. En la cumbre de la fiesta, para teñir de entusiasmo a sus contertulios parranderos, mientras armonizaba la acrobacia de nuevo pase de baile, soltaba el sonoro pregón: soy el negrito sabrosón. Para sus compañeros del poder judicial, Jairo será siempre recordado como un funcionario probo, responsable e imparcial en la aplicación de justicia. Y por encima de todo, dice el magistrado Lucas Monsalvo Castilla: “un hombre bueno, honesto funcionario y un verdadero hermano de la amistad y la vida”. Sus compañeros de estudios en el Instpecam (donde se graduó bachiller en 1976), lo recuerdan como un alumno respetuoso, destacado en las asignaturas de sociales y humanidades, habilidoso para el futbol, diestro para el baile y exquisito para los chistes. Uno de sus colegas del bachillerato, Darío Mendoza, lo describe, como un joven bacano, aplicado para el estudio, pintoso en el vestir, hábil en la gambeta y en las horas de recreo un fino mamagallista. Fredy Acosta, su hijo mayor, dice: “Mi padre en su profesión de juez penal, le tocó proferir condenas por homicidios, y esto no dejaba de ser un riesgo. Afortunadamente él vivía tranquilo, y la muerte lo sorprendió haciendo una de las cosas que lo hacían feliz, bailar”. Cuando la muerte llega el fuerte dolor de su presencia nos aflige; pero si es natural, sin que otras manos hambrientas de violencia y dinero hayan acelerado su llegada, obedientes a la fe y a la palabra de Dios, nos llenamos de fortaleza para hacer menos triste la ausencia material del ser querido.
DÉCIMAS A JAIRO ACOSTA TORRES
I
Siento tristeza y dolor
pero no voy a llorar,
lo que quiero es recordar
a mi padre el bailador,
decía su hijo mayor;
cuando yo me le acerqué
y le pregunté de qué
había fallecido Jairo;
demoró lo necesario
en decirme como fue.
II
Un aroma de tristeza
siento que en mis venas corre,
Jairo Arturo Acosta Torres
ya se fue con su nobleza,
y nos deja su grandeza
de hombre bueno y divertido,
de sus amigos, querido
por su bella bonhomía;
su profesión la ejercía
con principios definidos.
III
Él era un mar de emoción
con oleaje de optimismo,
se proclamaba a sí mismo
el negrito sabrosón;
disfrutaba ese pregón
con sonoro frenesí,
bailaba cual colibrí
la música del Caribe,
y su estribillo revive:
Valledupar, ahí, ahí, ahí.