Siempre he considerado que las mayores riquezas que Dios le concedió al ser humano fueron la vida y la libertad y por lo tanto debemos cuidarlas y defenderlas a toda costa y por encima de toda consideración material o determinaciones políticas, legales y sociales a lo largo de la existencia humana. Jean Paul Sartre consideraba […]
Siempre he considerado que las mayores riquezas que Dios le concedió al ser humano fueron la vida y la libertad y por lo tanto debemos cuidarlas y defenderlas a toda costa y por encima de toda consideración material o determinaciones políticas, legales y sociales a lo largo de la existencia humana.
Jean Paul Sartre consideraba que “el hombre nace libre, responsable y sin excusas”, pero los esclavistas no pensaban de la misma manera ya que utilizaron al ser humano como objeto de transacción y toda clase de vejámenes: la utilización de personas como propiedad personal y someterlas a trabajo forzado y privación de su libertad.
En épocas de dictaduras, la libertad era una ilusión, un anhelo, una ambición del ser humano para poder expresar su pensamiento, sentimiento, ideología política o preferencias religiosas, libertad de conciencia, deambular y opinar sin el menor riesgo a ser reprimido. Muchas guerras se han librado en el mundo entero a nombre de la libertad, esa facultad que tiene el ser humano para poder actuar según lo dicte su conciencia sin estar obligados a nada ni a nadie dentro de un Estado social libre, soberano, democrático y de responsabilidades humanas.
Pero aunque resulte un tanto paradójico y contradictorio, después de que Abrahám Lincoln en 1863 proclamara la emancipación y con ello la liberación de los negros en EEUU, después de haber terminado la primera y segunda Guerra Mundial, después de haber caído los regímenes totalitarios y opresores de las garantías individuales, se encontraron frente a una nueva disyuntiva…el miedo a la libertad. Mucha gente no quería salir de sus casas, escondites, cambuches, se generó una especie de adaptación al sometimiento y a las órdenes de los amos o del establecimiento opresor que muchas personas comenzaron a experimentar miedo a ser libres, sensaciones de temor, psicosis y delirio de persecución, ya que de alguna manera se acostumbraron a depender de alguien que les proveía ciertas migajas a cambio de la humillación, explotación y menosprecio.
Hoy cuando el ser humano se encuentra sumido a una nueva forma de privación de la libertad debido al confinamiento obligado por la pandemia del coronavirus, muy seguramente habrá personas que empiecen a experimentar sensaciones de miedo y temor a salir a las calles una vez terminada la cuarentena. Tal vez veamos a muchas personas asomándose a la ventana con cautela y desconfianza y seguirán usando el tapabocas por un largo periodo ya que les costará trabajo aceptar que ese enemigo microscópico, imperceptible y que ha matado a tantas personas, se haya alejado para siempre de sus vidas y muy seguramente su fantasma hará parte de la cotidianidad y muchas cosas cambiarán en el comportamiento y la convivencia social del individuo.
Este fenómeno se notará más en las personas de la tercera edad que por su propio desgaste fisiológico y orgánico son más susceptibles a pensar que la vida se les puede ir en cualquier momento por algún evento natural o fortuito y se apegan cada día con mayor firmeza a un fuerte deseo de vivir aún en medio de necesidades y de enfermedades acariciando su cuerpo. Es este el momento en que el ser humano empieza a valorar con determinación y firmeza cada segundo que la vida le permita disfrutar con sus seres queridos con arraigo y determinación.
Siempre he considerado que las mayores riquezas que Dios le concedió al ser humano fueron la vida y la libertad y por lo tanto debemos cuidarlas y defenderlas a toda costa y por encima de toda consideración material o determinaciones políticas, legales y sociales a lo largo de la existencia humana. Jean Paul Sartre consideraba […]
Siempre he considerado que las mayores riquezas que Dios le concedió al ser humano fueron la vida y la libertad y por lo tanto debemos cuidarlas y defenderlas a toda costa y por encima de toda consideración material o determinaciones políticas, legales y sociales a lo largo de la existencia humana.
Jean Paul Sartre consideraba que “el hombre nace libre, responsable y sin excusas”, pero los esclavistas no pensaban de la misma manera ya que utilizaron al ser humano como objeto de transacción y toda clase de vejámenes: la utilización de personas como propiedad personal y someterlas a trabajo forzado y privación de su libertad.
En épocas de dictaduras, la libertad era una ilusión, un anhelo, una ambición del ser humano para poder expresar su pensamiento, sentimiento, ideología política o preferencias religiosas, libertad de conciencia, deambular y opinar sin el menor riesgo a ser reprimido. Muchas guerras se han librado en el mundo entero a nombre de la libertad, esa facultad que tiene el ser humano para poder actuar según lo dicte su conciencia sin estar obligados a nada ni a nadie dentro de un Estado social libre, soberano, democrático y de responsabilidades humanas.
Pero aunque resulte un tanto paradójico y contradictorio, después de que Abrahám Lincoln en 1863 proclamara la emancipación y con ello la liberación de los negros en EEUU, después de haber terminado la primera y segunda Guerra Mundial, después de haber caído los regímenes totalitarios y opresores de las garantías individuales, se encontraron frente a una nueva disyuntiva…el miedo a la libertad. Mucha gente no quería salir de sus casas, escondites, cambuches, se generó una especie de adaptación al sometimiento y a las órdenes de los amos o del establecimiento opresor que muchas personas comenzaron a experimentar miedo a ser libres, sensaciones de temor, psicosis y delirio de persecución, ya que de alguna manera se acostumbraron a depender de alguien que les proveía ciertas migajas a cambio de la humillación, explotación y menosprecio.
Hoy cuando el ser humano se encuentra sumido a una nueva forma de privación de la libertad debido al confinamiento obligado por la pandemia del coronavirus, muy seguramente habrá personas que empiecen a experimentar sensaciones de miedo y temor a salir a las calles una vez terminada la cuarentena. Tal vez veamos a muchas personas asomándose a la ventana con cautela y desconfianza y seguirán usando el tapabocas por un largo periodo ya que les costará trabajo aceptar que ese enemigo microscópico, imperceptible y que ha matado a tantas personas, se haya alejado para siempre de sus vidas y muy seguramente su fantasma hará parte de la cotidianidad y muchas cosas cambiarán en el comportamiento y la convivencia social del individuo.
Este fenómeno se notará más en las personas de la tercera edad que por su propio desgaste fisiológico y orgánico son más susceptibles a pensar que la vida se les puede ir en cualquier momento por algún evento natural o fortuito y se apegan cada día con mayor firmeza a un fuerte deseo de vivir aún en medio de necesidades y de enfermedades acariciando su cuerpo. Es este el momento en que el ser humano empieza a valorar con determinación y firmeza cada segundo que la vida le permita disfrutar con sus seres queridos con arraigo y determinación.