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El gorrión y la época más feliz de mi vida

Ser condenado a nostalgia perpetua es de los castigos más terribles. Soy una condenada a la pena capital de la melancolía, atada con grilletes de recuerdos. Los recuerdos son los torturadores de los nostálgicos, y con ellos, punzantes y dolorosos, escribo esto. El frío se sentía más intenso a esa hora. Comenzaba la mañana en […]

El gorrión y la época más feliz de mi vida

El gorrión y la época más feliz de mi vida

Por: Mary

@el_pilon

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Ser condenado a nostalgia perpetua es de los castigos más terribles. Soy una condenada a la pena capital de la melancolía, atada con grilletes de recuerdos. Los recuerdos son los torturadores de los nostálgicos, y con ellos, punzantes y dolorosos, escribo esto.

El frío se sentía más intenso a esa hora. Comenzaba la mañana en Bogotá, me arrebujaba en una chaqueta de cuero y esperaba el bus para ir a la primera hora de clases en la universidad. El carro llegaba ronroneando y colmado de gente; a pesar de que no cabía más, el chofer paraba, me subía, apretujada entre trabajadores afanados y estudiantes ansiosos, pero el ambiente asfixiante iba inmerso en una balada de principios de los años setenta, era una voz suave que calmaba, conmovía, hacía que atesáramos las lágrimas para que no salieran o por el contrario hinchaba el pecho de una felicidad misteriosa, la voz cantaba: “La tarde gris, tus alas desplumadas, la lluvia cruel, tu cabeza mojaba/ buscaste entonces donde refugiarte, un tibio nido para calentarte…”.

Era Vicky, Esperanza Acevedo Ossa, ídolo de la canción protesta, de la canción romántica, compositora de baladas que se fueron más allá de las fronteras de la patria. Pues bien, el bus seguía su recorrido y a veces me pasaba de la parada por estar oyéndola: “…y lo encontraste gorrión, tú lo encontraste/ cantabas y cantabas de alegría/ y tu trinar todo el mundo lo oía y yo con él, dichosa te escuchaba…”.

Salía del atosigante bus que con la voz de Vicky se había convertido en un sereno refugio para los sueños; caminaba por la calle empinada del barrio La Candelaria y entraba en una panadería a desayunar, un café con el infaltable roscón; un radio dejaba oír la canción de moda para jóvenes y viejos: “… Mas terminó muy pronto tu aventura/ un ave superior a ti quería, el nido que creías era tuyo/ debiste huir en la noche fría. / Te equivocaste gorrión, te equivocaste, el nido que soñabas no era el tuyo, espérame ya traigo mi equipaje, parto contigo a continuar el viaje…”

En los corredores de la universidad la banda sonora de la mañana de clases era la voz de Vicky, el lamento por el Pobre Gorrión era la canción de moda. Comprábamos el disco o el casete para el infaltable ‘walkman’, se me ocurría que toda la ciudad era una sola canción, era el Pobre gorrión.

Vicky murió hace tres días, y me dejó, en sus canciones, el recuerdo de la época más feliz de mi vida. Sí, la más feliz, sin lugar a dudas.

Vicky sufrió el desamor, tuvo que aguantar los inventos locos que les hacen a los artistas y a las figuras públicas, la soledad se convirtió en su zona de confort en la que creaba canciones, benditas canciones que llenaban de gozo.

Me imagino que al morir recordaría el final de su Pobre gorrión: “…Yo como tú también me equivoqué, / a un nido entré que ya estaba ocupado y como tú también sentí dolor / debí marchar y olvidar que había amado / nos equivocamos los dos, / equivocados, gorrión amigo, iniciemos el viaje…”.

Por Mary Daza Orozco

 

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