Valledupar es una ciudad donde los conductores parecen haber adoptado una peligrosa costumbre: convertir las normas de tránsito en meras sugerencias.
¿Quién tiene la culpa cuando el caos vehicular invade las calles de Valledupar? Es tentador, casi instintivo, culpar a las autoridades de tránsito. Señalar a la Secretaría de Tránsito como la raíz de todos los males parece un ejercicio sencillo, pero profundamente injusto. ¿Nos hemos detenido, como sociedad, a reflexionar sobre nuestro propio comportamiento frente al volante?
Valledupar es una ciudad donde los conductores parecen haber adoptado una peligrosa costumbre: convertir las normas de tránsito en meras sugerencias. Los semáforos en rojo no detienen a los vehículos, las vías peatonales son invadidas sin reparo, los parqueos en zonas prohibidas son una constante, y las luces de los vehículos parecen ser opcionales, incluso al caer la noche. Este escenario, más que una simple lista de infracciones, es el reflejo de una crisis insondable de cultura ciudadana.
Es cierto que las autoridades de tránsito tienen su cuota de responsabilidad. Los vacíos en la señalización, la falta de pedagogía constante y, en ocasiones, los excesos de poder o la corrupción, alimentan la percepción de desorden. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos como ciudadanos es mucho más incómoda: ¿estamos haciendo nuestra parte para que las calles sean seguras y organizadas?
La verdad es que no. En muchos casos, la falta de respeto por las normas de tránsito proviene de una actitud de desinterés o, peor aún, de un desprecio absoluto por la convivencia urbana. Cada semáforo ignorado, cada moto en una acera, cada vehículo estacionado donde no debe, no solo viola una norma; es una declaración de indiferencia hacia la vida de los demás. Y esta indiferencia ha cobrado un precio altísimo: accidentes evitables, familias destrozadas, vidas arrebatadas.
El tránsito es un sistema en el que cada actor tiene un papel fundamental. La autoridad regula, pero la ciudadanía debe cumplir. No se trata solo de obedecer para evitar una multa; se trata de entender que cada norma tiene una razón de ser: protegernos y proteger a quienes nos rodean. Sin embargo, en Valledupar, pareciera que hemos olvidado esta premisa básica.
Por Jesús Daza Castro
Valledupar es una ciudad donde los conductores parecen haber adoptado una peligrosa costumbre: convertir las normas de tránsito en meras sugerencias.
¿Quién tiene la culpa cuando el caos vehicular invade las calles de Valledupar? Es tentador, casi instintivo, culpar a las autoridades de tránsito. Señalar a la Secretaría de Tránsito como la raíz de todos los males parece un ejercicio sencillo, pero profundamente injusto. ¿Nos hemos detenido, como sociedad, a reflexionar sobre nuestro propio comportamiento frente al volante?
Valledupar es una ciudad donde los conductores parecen haber adoptado una peligrosa costumbre: convertir las normas de tránsito en meras sugerencias. Los semáforos en rojo no detienen a los vehículos, las vías peatonales son invadidas sin reparo, los parqueos en zonas prohibidas son una constante, y las luces de los vehículos parecen ser opcionales, incluso al caer la noche. Este escenario, más que una simple lista de infracciones, es el reflejo de una crisis insondable de cultura ciudadana.
Es cierto que las autoridades de tránsito tienen su cuota de responsabilidad. Los vacíos en la señalización, la falta de pedagogía constante y, en ocasiones, los excesos de poder o la corrupción, alimentan la percepción de desorden. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos como ciudadanos es mucho más incómoda: ¿estamos haciendo nuestra parte para que las calles sean seguras y organizadas?
La verdad es que no. En muchos casos, la falta de respeto por las normas de tránsito proviene de una actitud de desinterés o, peor aún, de un desprecio absoluto por la convivencia urbana. Cada semáforo ignorado, cada moto en una acera, cada vehículo estacionado donde no debe, no solo viola una norma; es una declaración de indiferencia hacia la vida de los demás. Y esta indiferencia ha cobrado un precio altísimo: accidentes evitables, familias destrozadas, vidas arrebatadas.
El tránsito es un sistema en el que cada actor tiene un papel fundamental. La autoridad regula, pero la ciudadanía debe cumplir. No se trata solo de obedecer para evitar una multa; se trata de entender que cada norma tiene una razón de ser: protegernos y proteger a quienes nos rodean. Sin embargo, en Valledupar, pareciera que hemos olvidado esta premisa básica.
Por Jesús Daza Castro