A propósito de la realización del Festival de la Leyenda Vallenata y sus resultados económicos, compartimos un capítulo del libro ‘El Cesar, diversificación productiva para el post-carbón’, realizado por el Centro de Estudios Regionales del Cesar, el cual puede encontrar en cesore.com.
El Cesar tiene una doble vocación: agropecuaria y musical, esta última representada particularmente en el sonido de los acordeones: somos campesinos, pero también juglares. Sin embargo, no se ha hecho por el vallenato una apuesta real y a futuro. ¿Acaso la clase dirigente del Cesar rechaza cualquier denominación de política cultural por creer que esta tiene un halo peligroso para sus intereses de poder? De ser así, sería una especie de harakiri para la región, porque su producto estrella ha sido, precisamente, la cultura, que se ha extendido más allá de las fronteras. A propósito: ¿alguien sabe cuánto aporta la música y el folclore vallenato al PIB del Cesar y Valledupar? ¿Por qué no hay investigaciones al respecto?
Mención aparte merece el contenido de nuestros cantos, que no solo han perdido poesía y lírica, sino que se quedaron en las historias bucólicas con la misma visión campesina y machista de mediados del siglo XX. Los mensajes de estas canciones, que son los que forman a nuestros paisanos —además de la experiencia propia, la educación formal y el ejemplo que ven en sus casas—, son hoy anacrónicos y poco le hablan a una sociedad cada vez más abierta a la igualdad de género, al empoderamiento de la mujer, a la lucha contra el racismo, la homofobia y la aporofobia, a los problemas medioambientales y a toda una serie de planteamientos universales a los que el vallenato mira con desprecio, sin entender, o aceptar, que con ese comportamiento pierde muchísimo más de lo que gana.
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Son letras que comienzan a ser rechazadas por las nuevas generaciones, igual que sucedió hace unos años con el reguetón, un género musical que surgió y se hizo fuerte por sus líricas vulgares y machistas que pronto entendió que, si quería universalizarse, debía estar a tono con la nueva realidad. De ahí que algunos de sus mayores exponentes, como Bad Bunny, con un éxito comercial enorme y reconocidos tanto en el Caribe como en Japón, se desanclaron del pasado y trascendieron los prejuicios, tal como dijo el año pasado el puertorriqueño en los Billboard Music Awards: “Basta ya de violencia machista en contra de la mujer. Vamos a educar ahora en el presente para un mejor futuro”.
Y ahí lo tienen, convertido hoy en uno de los músicos más influyentes de todo el mundo. Si siguen aferrándose a esa mirada provinciana, los cantos vallenatos podrían pronto convertirse, como el latín —y como se dice del tango—, en lengua muerta. De otro lado, a través de una ordenanza, el departamento del Cesar creó en diciembre de 2020 la Secretaría de Cultura y Turismo. Para marzo de 2021 el trámite burocrático sigue su lenta marcha, por lo que aún no está en funcionamiento.
El gobierno departamental ha destinado para la cultura en su presupuesto de este año la irrisoria cifra de $2.452 millones que no se comparan, ni de lejos, con los $120.000 millones previstos para la edificación del Centro de la Cultura Vallenata, una especie de museo que busca recoger la historia de la música de acordeones, que sin duda hace mucha falta en la región, eso no tiene discusión, pero que genera una serie de preguntas en cuanto a su alto costo, particularmente en este momento en que los grandes museos del mundo se están reinventando desde la virtualidad: ¿cómo y quién se encargará de su mantenimiento?, ¿de dónde saldrán a futuro estos recursos?, ¿cuál será, o dónde está, el contenido de este Centro?, ¿qué es, en concreto, lo que se exhibirá o se archivará allí? ¿No sería mejor destinar gran parte de esos recursos para apoyar a todas las manifestaciones artísticas y al turismo del departamento (por ejemplo, con la construcción de las rutas), en aras de generar más puestos de trabajo y nuevos ingresos?
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Hay el temor de que termine siendo una construcción faraónica convertida en elefante blanco, un despilfarro que se hace mayor teniendo en cuenta la impresionante e inédita crisis social por la que atraviesa actualmente el Cesar. El sitio donde se levantará tampoco es el adecuado: además del enorme caos vehicular que generará, hay urgencia de verde en esa zona (y la arborización es, de hecho, uno de los atractivos de la ciudad). ¿Por qué un edificio allí y no un bosque urbano, que es más urgente y cuesta mucho menos? Un parque que sea también un espacio que permita un diálogo entre la naturaleza y la ciudadanía; un parque en el que se presenten obras de teatro, exposiciones, cuentería, y otras formas de arte; que sirva para el encuentro social, particularmente para las personas de la tercera edad , y puedan jugar ajedrez, damas, dominó y otros juegos de mesa.
¿Por qué no descentralizar ese edificio para recuperar zonas deterioradas o dar vida a otros lugares de la ciudad o del departamento? De hecho, si se pretende hacer de Valledupar una capital regional, se debe trabajar con los municipios cercanos. ¿Por qué no levantarlo entonces, por traer dos ejemplos, en San Diego o Patillal? En todo caso, los $2.452 millones destinados este año para la cultura se diluyen en fiestas patronales y solo $900 millones de ellos en bibliotecas, que deberían ser muchas y bien dotadas.
De hecho, en cada municipio del Cesar, y en cada una de las 6 comunas de Valledupar, debería haber al menos una biblioteca pública bien organizada en una casa sencilla pero hermosa, que invite a la ciudadanía a entrar, de ser posible todas arquitectónicamente iguales para que se reconozcan, como las iglesias, y con un área para la literatura infantil. Llama la atención que en este presupuesto no se asignaron recursos para manifestaciones artísticas ni para cultura ciudadana. Al turismo este año, en tanto, solo lo dotaron con $700 millones, lo cual es, también, tan solo un saludo a la bandera para un departamento tan extenso y con veinticinco municipios.
Por: Cesore
A propósito de la realización del Festival de la Leyenda Vallenata y sus resultados económicos, compartimos un capítulo del libro ‘El Cesar, diversificación productiva para el post-carbón’, realizado por el Centro de Estudios Regionales del Cesar, el cual puede encontrar en cesore.com.
El Cesar tiene una doble vocación: agropecuaria y musical, esta última representada particularmente en el sonido de los acordeones: somos campesinos, pero también juglares. Sin embargo, no se ha hecho por el vallenato una apuesta real y a futuro. ¿Acaso la clase dirigente del Cesar rechaza cualquier denominación de política cultural por creer que esta tiene un halo peligroso para sus intereses de poder? De ser así, sería una especie de harakiri para la región, porque su producto estrella ha sido, precisamente, la cultura, que se ha extendido más allá de las fronteras. A propósito: ¿alguien sabe cuánto aporta la música y el folclore vallenato al PIB del Cesar y Valledupar? ¿Por qué no hay investigaciones al respecto?
Mención aparte merece el contenido de nuestros cantos, que no solo han perdido poesía y lírica, sino que se quedaron en las historias bucólicas con la misma visión campesina y machista de mediados del siglo XX. Los mensajes de estas canciones, que son los que forman a nuestros paisanos —además de la experiencia propia, la educación formal y el ejemplo que ven en sus casas—, son hoy anacrónicos y poco le hablan a una sociedad cada vez más abierta a la igualdad de género, al empoderamiento de la mujer, a la lucha contra el racismo, la homofobia y la aporofobia, a los problemas medioambientales y a toda una serie de planteamientos universales a los que el vallenato mira con desprecio, sin entender, o aceptar, que con ese comportamiento pierde muchísimo más de lo que gana.
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Son letras que comienzan a ser rechazadas por las nuevas generaciones, igual que sucedió hace unos años con el reguetón, un género musical que surgió y se hizo fuerte por sus líricas vulgares y machistas que pronto entendió que, si quería universalizarse, debía estar a tono con la nueva realidad. De ahí que algunos de sus mayores exponentes, como Bad Bunny, con un éxito comercial enorme y reconocidos tanto en el Caribe como en Japón, se desanclaron del pasado y trascendieron los prejuicios, tal como dijo el año pasado el puertorriqueño en los Billboard Music Awards: “Basta ya de violencia machista en contra de la mujer. Vamos a educar ahora en el presente para un mejor futuro”.
Y ahí lo tienen, convertido hoy en uno de los músicos más influyentes de todo el mundo. Si siguen aferrándose a esa mirada provinciana, los cantos vallenatos podrían pronto convertirse, como el latín —y como se dice del tango—, en lengua muerta. De otro lado, a través de una ordenanza, el departamento del Cesar creó en diciembre de 2020 la Secretaría de Cultura y Turismo. Para marzo de 2021 el trámite burocrático sigue su lenta marcha, por lo que aún no está en funcionamiento.
El gobierno departamental ha destinado para la cultura en su presupuesto de este año la irrisoria cifra de $2.452 millones que no se comparan, ni de lejos, con los $120.000 millones previstos para la edificación del Centro de la Cultura Vallenata, una especie de museo que busca recoger la historia de la música de acordeones, que sin duda hace mucha falta en la región, eso no tiene discusión, pero que genera una serie de preguntas en cuanto a su alto costo, particularmente en este momento en que los grandes museos del mundo se están reinventando desde la virtualidad: ¿cómo y quién se encargará de su mantenimiento?, ¿de dónde saldrán a futuro estos recursos?, ¿cuál será, o dónde está, el contenido de este Centro?, ¿qué es, en concreto, lo que se exhibirá o se archivará allí? ¿No sería mejor destinar gran parte de esos recursos para apoyar a todas las manifestaciones artísticas y al turismo del departamento (por ejemplo, con la construcción de las rutas), en aras de generar más puestos de trabajo y nuevos ingresos?
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Hay el temor de que termine siendo una construcción faraónica convertida en elefante blanco, un despilfarro que se hace mayor teniendo en cuenta la impresionante e inédita crisis social por la que atraviesa actualmente el Cesar. El sitio donde se levantará tampoco es el adecuado: además del enorme caos vehicular que generará, hay urgencia de verde en esa zona (y la arborización es, de hecho, uno de los atractivos de la ciudad). ¿Por qué un edificio allí y no un bosque urbano, que es más urgente y cuesta mucho menos? Un parque que sea también un espacio que permita un diálogo entre la naturaleza y la ciudadanía; un parque en el que se presenten obras de teatro, exposiciones, cuentería, y otras formas de arte; que sirva para el encuentro social, particularmente para las personas de la tercera edad , y puedan jugar ajedrez, damas, dominó y otros juegos de mesa.
¿Por qué no descentralizar ese edificio para recuperar zonas deterioradas o dar vida a otros lugares de la ciudad o del departamento? De hecho, si se pretende hacer de Valledupar una capital regional, se debe trabajar con los municipios cercanos. ¿Por qué no levantarlo entonces, por traer dos ejemplos, en San Diego o Patillal? En todo caso, los $2.452 millones destinados este año para la cultura se diluyen en fiestas patronales y solo $900 millones de ellos en bibliotecas, que deberían ser muchas y bien dotadas.
De hecho, en cada municipio del Cesar, y en cada una de las 6 comunas de Valledupar, debería haber al menos una biblioteca pública bien organizada en una casa sencilla pero hermosa, que invite a la ciudadanía a entrar, de ser posible todas arquitectónicamente iguales para que se reconozcan, como las iglesias, y con un área para la literatura infantil. Llama la atención que en este presupuesto no se asignaron recursos para manifestaciones artísticas ni para cultura ciudadana. Al turismo este año, en tanto, solo lo dotaron con $700 millones, lo cual es, también, tan solo un saludo a la bandera para un departamento tan extenso y con veinticinco municipios.
Por: Cesore