Quien en Valledupar, el Cesar, La Guajira y muchas regiones del país, especialmente en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Popayán en sus elites políticas y sociales no se acuerda de Aristides Hernández Fernández, ampliamente conocido y cariñosamente identificado como El Capitán o Capi Hernández. Era un hombre especial, amigo como muy pocos, oportuno en el servicio, […]
Quien en Valledupar, el Cesar, La Guajira y muchas regiones del país, especialmente en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Popayán en sus elites políticas y sociales no se acuerda de Aristides Hernández Fernández, ampliamente conocido y cariñosamente identificado como El Capitán o Capi Hernández. Era un hombre especial, amigo como muy pocos, oportuno en el servicio, filántropo y mecenas de un pocón de gente humilde.
Tuvo la suerte de casarse con una distinguida dama proveniente del hogar conformado en Urumita por Pedro Nel Aponte Marzal y Blacina López Baquero, que fue echa a su medida, Beatriz, más conocida como La Cacha e hicieron un hogar ejemplar durante más de treinta años cuando él falleció dejando tres hijos ya formados, José Guillermo “El Ñeñe”, José Gregorio “Goyo” y Rosalía “Chalia”.
Fueron criados y consentidos y los enseñó a trabajar en lo que él sabía bastante, a los dos varones pues Chalia es abogada, la ganadería y la agricultura en sus inmensas haciendas Maraca, La Paz y otra que no recuerdo el nombre, pero también los relacionó con la alta clase social y política del país, pues su inmensa casa, una mansión construida hace más de cuarenta años era la posada permanente de grandes personajes como José Emilio Valderrama, Carlos Ossa Escobar, El Mono Duque, Guillermo y Alfredo González Mosquera, Arturo y Luis Carlos Sarmiento, Jorge Cárdenas, Hernán Vallejo Mejía, Augusto Ramírez Ocampo, Fabio Valencia Cossio, Juan Gómez Martínez, los Rodrigos Lloreda y Marín Bernal, Alvaro Uribe Vélez, pero especialmente Iván Duque Escobar quien venía acompañado de su hijo Iván, muy pequeño, hoy Presidente de Colombia; él jugaba e iban a las haciendas de Aristides con el Neñe y Goyo, montaban burros y burras, caballos y mulas, se bañaban en el río y consumían los suculentos sancochos de chivo y gallina que caracterizaban al Capi.
De ahí, la amistad de sus hijos con tanta gente prestante e importante del país, para no hablar de los militares que no había un solo oficial de alta jerarquía que no fuera amigo del Capi Hernández a quienes atendía espléndidamente como solo él sabía hacerlo tanto en el Valle como en Bogotá, esa es la explicación de tantas y tantas fotos del Ñeñe con personajes importantes que la prensa nacional, tal vez irrigada por ríos de plata ha publicado con el ánimo perverso de desprestigiar a un muerto.
Interrumpo esta columna para expresar con profundo dolor y gran indignación mi repudio y censura al vil atentado criminal de que fue objeto en el día de ayer mi buen amigo Celso Castro Gnecco. Mi familia sabe del dolor y mortificación que esta clase de actos criminales produce y nos unimos al dolor que embarga a Martha y a sus hijos al igual que sus padres Checho y Omaira.
Hasta cuando el hampa y el sicariato cesarán en sus actividades criminales, pues eso es el pan de cada día sin resultados positivos hasta el día de hoy. De pronto por lo que digo yo sea el próximo.
Quien en Valledupar, el Cesar, La Guajira y muchas regiones del país, especialmente en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Popayán en sus elites políticas y sociales no se acuerda de Aristides Hernández Fernández, ampliamente conocido y cariñosamente identificado como El Capitán o Capi Hernández. Era un hombre especial, amigo como muy pocos, oportuno en el servicio, […]
Quien en Valledupar, el Cesar, La Guajira y muchas regiones del país, especialmente en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Popayán en sus elites políticas y sociales no se acuerda de Aristides Hernández Fernández, ampliamente conocido y cariñosamente identificado como El Capitán o Capi Hernández. Era un hombre especial, amigo como muy pocos, oportuno en el servicio, filántropo y mecenas de un pocón de gente humilde.
Tuvo la suerte de casarse con una distinguida dama proveniente del hogar conformado en Urumita por Pedro Nel Aponte Marzal y Blacina López Baquero, que fue echa a su medida, Beatriz, más conocida como La Cacha e hicieron un hogar ejemplar durante más de treinta años cuando él falleció dejando tres hijos ya formados, José Guillermo “El Ñeñe”, José Gregorio “Goyo” y Rosalía “Chalia”.
Fueron criados y consentidos y los enseñó a trabajar en lo que él sabía bastante, a los dos varones pues Chalia es abogada, la ganadería y la agricultura en sus inmensas haciendas Maraca, La Paz y otra que no recuerdo el nombre, pero también los relacionó con la alta clase social y política del país, pues su inmensa casa, una mansión construida hace más de cuarenta años era la posada permanente de grandes personajes como José Emilio Valderrama, Carlos Ossa Escobar, El Mono Duque, Guillermo y Alfredo González Mosquera, Arturo y Luis Carlos Sarmiento, Jorge Cárdenas, Hernán Vallejo Mejía, Augusto Ramírez Ocampo, Fabio Valencia Cossio, Juan Gómez Martínez, los Rodrigos Lloreda y Marín Bernal, Alvaro Uribe Vélez, pero especialmente Iván Duque Escobar quien venía acompañado de su hijo Iván, muy pequeño, hoy Presidente de Colombia; él jugaba e iban a las haciendas de Aristides con el Neñe y Goyo, montaban burros y burras, caballos y mulas, se bañaban en el río y consumían los suculentos sancochos de chivo y gallina que caracterizaban al Capi.
De ahí, la amistad de sus hijos con tanta gente prestante e importante del país, para no hablar de los militares que no había un solo oficial de alta jerarquía que no fuera amigo del Capi Hernández a quienes atendía espléndidamente como solo él sabía hacerlo tanto en el Valle como en Bogotá, esa es la explicación de tantas y tantas fotos del Ñeñe con personajes importantes que la prensa nacional, tal vez irrigada por ríos de plata ha publicado con el ánimo perverso de desprestigiar a un muerto.
Interrumpo esta columna para expresar con profundo dolor y gran indignación mi repudio y censura al vil atentado criminal de que fue objeto en el día de ayer mi buen amigo Celso Castro Gnecco. Mi familia sabe del dolor y mortificación que esta clase de actos criminales produce y nos unimos al dolor que embarga a Martha y a sus hijos al igual que sus padres Checho y Omaira.
Hasta cuando el hampa y el sicariato cesarán en sus actividades criminales, pues eso es el pan de cada día sin resultados positivos hasta el día de hoy. De pronto por lo que digo yo sea el próximo.