Desde mi lejana niñez estoy escuchando hablar, con el mayor interés, del proyecto multipropósito de Urrá y del canal interoceánico de Nicaragua.
Por Gustavo Cotes Medina
Desde mi lejana niñez estoy escuchando hablar, con el mayor interés, del proyecto multipropósito de Urrá y del canal interoceánico de Nicaragua. Hoy, Urrá es una realidad en su primera etapa, con la dirección exitosa del ingeniero monteriano Alfredo Solano Berrío, y el canal de Nicaragua me ha parecido siempre una quimera, una ilusión y una esperanza falsa.
Hace pocos días los legisladores de Nicaragua le están dando una respuesta a su pueblo que examina la posibilidad de hacer realidad este ambicioso proyecto y, en ese orden de ideas, le otorgaron a una empresa de Hong Kong la concesión por cincuenta años para construir un canal interoceánico con un valor estimado de 40.000 millones de dólares. Se considera que este es el resultado de un sueño interminable de más de cien años.
Se espera que el proyecto ayude a Nicaragua a salir de la pobreza y del subdesarrollo generando empleo y consolidando el crecimiento de su economía. Pero otras voces consideran que el proyecto fracasará, como ha ocurrido en otras oportunidades, y presentan a Daniel Ortega como un vendedor de esperanzas.
Esta obra contempla la construcción de un canal de hasta 286 kilómetros de largo, dos puertos de aguas profundas, dos zonas de libre comercio, un oleoducto, un ferrocarril, carreteras de alta velocidad y un aeropuerto internacional. Además, se hace necesario construir un canal del canal, operaciones de dragado continuo, problemas con la fauna, reforestación de miles de kilómetros, afectación de la ganadería, de la potabilidad del agua y de los ríos de la cuenca del Caribe.
Con este panorama desproporcionado es muy difícil que el proyecto pueda justificarse desde el punto de vista ambiental, financiero y de ingeniería. Queda la impresión que ese país está en la búsqueda de El Dorado que no existe. Sobre esta historia novelesca y estrafalaria gira Nicaragua pensando que este proyecto es la panacea que los sacará de la pobreza para siempre.
La obra tiene desafíos descomunales en todos los sentidos y uno se pregunta si vale la pena semejante iniciativa cuando la ampliación del canal de Panamá está muy cerca de ser terminada, lo cual resolvería gran parte de los cuellos de botella que se están presentando.
Considero que el proyecto representa una factibilidad difícil de concretar, pero Colombia no debe caer en teorías facilistas y atractivas de conspiración, que para nada contribuyen en el análisis serio de una obra de esta envergadura. ¡El canal de Nicaragua es un mito nacional, es un cuento chino!
Desde mi lejana niñez estoy escuchando hablar, con el mayor interés, del proyecto multipropósito de Urrá y del canal interoceánico de Nicaragua.
Por Gustavo Cotes Medina
Desde mi lejana niñez estoy escuchando hablar, con el mayor interés, del proyecto multipropósito de Urrá y del canal interoceánico de Nicaragua. Hoy, Urrá es una realidad en su primera etapa, con la dirección exitosa del ingeniero monteriano Alfredo Solano Berrío, y el canal de Nicaragua me ha parecido siempre una quimera, una ilusión y una esperanza falsa.
Hace pocos días los legisladores de Nicaragua le están dando una respuesta a su pueblo que examina la posibilidad de hacer realidad este ambicioso proyecto y, en ese orden de ideas, le otorgaron a una empresa de Hong Kong la concesión por cincuenta años para construir un canal interoceánico con un valor estimado de 40.000 millones de dólares. Se considera que este es el resultado de un sueño interminable de más de cien años.
Se espera que el proyecto ayude a Nicaragua a salir de la pobreza y del subdesarrollo generando empleo y consolidando el crecimiento de su economía. Pero otras voces consideran que el proyecto fracasará, como ha ocurrido en otras oportunidades, y presentan a Daniel Ortega como un vendedor de esperanzas.
Esta obra contempla la construcción de un canal de hasta 286 kilómetros de largo, dos puertos de aguas profundas, dos zonas de libre comercio, un oleoducto, un ferrocarril, carreteras de alta velocidad y un aeropuerto internacional. Además, se hace necesario construir un canal del canal, operaciones de dragado continuo, problemas con la fauna, reforestación de miles de kilómetros, afectación de la ganadería, de la potabilidad del agua y de los ríos de la cuenca del Caribe.
Con este panorama desproporcionado es muy difícil que el proyecto pueda justificarse desde el punto de vista ambiental, financiero y de ingeniería. Queda la impresión que ese país está en la búsqueda de El Dorado que no existe. Sobre esta historia novelesca y estrafalaria gira Nicaragua pensando que este proyecto es la panacea que los sacará de la pobreza para siempre.
La obra tiene desafíos descomunales en todos los sentidos y uno se pregunta si vale la pena semejante iniciativa cuando la ampliación del canal de Panamá está muy cerca de ser terminada, lo cual resolvería gran parte de los cuellos de botella que se están presentando.
Considero que el proyecto representa una factibilidad difícil de concretar, pero Colombia no debe caer en teorías facilistas y atractivas de conspiración, que para nada contribuyen en el análisis serio de una obra de esta envergadura. ¡El canal de Nicaragua es un mito nacional, es un cuento chino!